Mientras se duchaba, repasaba mentalmente la conversación de la noche anterior. La invitación de Julián seguía resonando en su mente, no por el hecho en sí, sino por lo que estaba empezando a implicar. Hasta ese momento, todo había sido circunstancial: encuentros casuales, charlas triviales, un interés que, aunque evidente, aún podía catalogarse como simple cortesía de evento. Pero ahora, con una invitación directa, las cosas comenzaban a tomar forma.
Eligió un conjunto elegante pero discreto: una blusa de seda color perla, pantalones oscuros de corte recto y unos tacones bajos que le daban firmeza a su andar. No buscaba impresionar; prefería seguir transmitiendo aquella mezcla de seguridad y naturalidad que, sin quererlo, parecía atraer tanto a Julián.
Las conferencias de la mañana transcurrieron con normalidad. Marina se mantuvo concentrada, participó en un par de paneles, intercambió tarjetas con algunos empresarios, pero inevitablemente, cada cierto tiempo, sus ojos recorrían el salón buscando a Julián.
Finalmente, a media mañana, lo vio.
Estaba conversando con dos ejecutivos franceses cerca del área de exposiciones. Vestía un traje gris claro, sin corbata, proyectando esa imagen de éxito relajado que parecía definirlo.
Cuando sus miradas se cruzaron, Julián le dedicó una leve inclinación de cabeza, seguida de una sonrisa casi imperceptible. Marina le respondió con otra sonrisa discreta y continuó con su agenda.
No pasaron más de diez minutos cuando recibió un mensaje en su móvil. Era de un número que no tenía registrado, pero el contenido no dejaba dudas:
"Si tiene diez minutos libres, la espero en la cafetería del lobby. Me encantaría compartir un buen café antes del almuerzo. - J.A."
Marina sonrió sin poder evitarlo. No había indicación explícita de prisa o presión, pero la invitación llevaba implícita esa seguridad que caracterizaba a Julián.
Le respondió brevemente:
"En cinco minutos estoy allí."
Cuando Marina entró a la cafetería del hotel, lo encontró sentado en una de las mesas junto a la ventana. Un rincón apartado, lejos del bullicio de los demás asistentes. Sobre la mesa, dos tazas humeantes de café recién servido aguardaban.
Al verla acercarse, Julián se puso de pie.
-Puntual -comentó con una sonrisa mientras le indicaba el asiento frente a él.
-No acostumbro a hacer esperar a nadie -respondió ella mientras se acomodaba-. Además, un buen café siempre es una buena excusa para hacer una pausa.
-Eso pensé -asintió él-. La jornada de hoy está siendo intensa. Me pareció un buen momento para alejarnos unos minutos del ruido.
Se produjo un breve silencio, cómodo, mientras ambos tomaban sus tazas. Marina observó cómo Julián la miraba, no de manera invasiva, sino con una atención que la hacía sentir única en medio de aquel enorme evento.
-¿Siempre mantiene ese equilibrio entre la diplomacia y la audacia? -preguntó ella, decidiendo romper el hielo.
Julián sonrió, divertido por la pregunta.
-No suelo planearlo. Digamos que, cuando alguien realmente me interesa, me resulta natural arriesgar un poco. Aunque, créame, no es algo que me ocurra muy seguido.
Marina ladeó la cabeza, como estudiándolo.
-Me cuesta imaginarlo. Usted parece alguien que consigue fácilmente lo que se propone.
-¿Eso cree? -preguntó él, intrigado.
-Sí. Transmite esa seguridad de quien no suele escuchar un "no" como respuesta.
Julián apoyó ambos codos sobre la mesa, inclinándose apenas hacia ella.
-Tal vez por eso me resulta tan interesante esta conversación. Usted no parece alguien fácil de impresionar.
La forma en que lo dijo la desarmó un poco. No era un halago vacío; había en sus palabras un reconocimiento genuino a su carácter.
-Es que en este mundo -respondió Marina- he aprendido a desconfiar de lo que parece demasiado perfecto. A veces lo que brilla por fuera esconde grietas profundas.
Julián sostuvo su mirada con seriedad por un instante, como si sus palabras lo hubieran tocado en algún punto personal.
-Tiene razón -dijo finalmente-. Las apariencias engañan más veces de las que creemos. Todos llevamos capas que usamos según lo que queremos mostrar. Aunque a veces, esas capas terminan ocultando cosas incluso de nosotros mismos.
Marina lo observó con un nuevo nivel de curiosidad. Había un dejo de melancolía en ese comentario que no esperaba.
-Eso sonó casi filosófico -dijo, intentando aligerar el ambiente.
-Supongo que también tengo mis momentos reflexivos -bromeó Julián. Luego, con un tono más suave, añadió-: Pero ahora mismo prefiero concentrarme en el presente. Y lo cierto es que me resulta muy grato este presente.
Marina sintió cómo se le aceleraba levemente el pulso. Aquella conversación estaba caminando por un terreno cada vez más íntimo, pero sin perder la elegancia. Era ese juego sutil donde ambos sabían que algo se estaba construyendo, pero aún respetaban los tiempos.
-A mí también me está resultando agradable -confesó con sinceridad.
Julián asintió, satisfecho.
-Entonces será un buen comienzo para la cena de esta noche.
Marina soltó una pequeña risa.
-Ve que usted también sabe planear sus movimientos.
-Solo cuando realmente vale la pena -respondió él, y nuevamente la miró con esos ojos grises que parecían atravesarla.
Cuando terminaron el café, ambos regresaron a la conferencia, pero la tensión entre ellos había cambiado. Ya no era solo un coqueteo casual de evento; algo más profundo estaba comenzando a formarse.
Lo que ninguno de los dos sabía todavía era cuán compleja sería la red que los envolvía. Y cuán doloroso podía ser amar a la persona equivocada.