Líneas Prohibidas
img img Líneas Prohibidas img Capítulo 5 Un comienzo inesperado
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Capítulo 6 Puntos de encuentro img
Capítulo 7 El peso de lo que nace img
Capítulo 8 Detrás de la muralla img
Capítulo 9 Bajo las luces tenues img
Capítulo 10 Donde se desnudan las almas img
Capítulo 11 La distancia se rompe img
Capítulo 12 La primera frontera rota img
Capítulo 13 La batalla interior img
Capítulo 14 El primer fin de semana img
Capítulo 15 Un viaje para acercar corazones img
Capítulo 16 Entre susurros y piel img
Capítulo 17 Sueños compartidos y futuros inciertos img
Capítulo 18 La promesa de la paciencia img
Capítulo 19 Reconciliación encendida: el fuego que los une img
Capítulo 20 Las piezas del rompecabezas: los padres en la conversación img
Capítulo 21 La llamada que cambia el rumbo img
Capítulo 22 La verdad que no quería decir img
Capítulo 23 En la raíz del silencio img
Capítulo 24 Fractura en la superficie img
Capítulo 25 Silencio entre dos corazones img
Capítulo 26 La noche más larga img
Capítulo 27 La prueba que no define img
Capítulo 28 La calma en medio de la tormenta img
Capítulo 29 Un amor en la sombra img
Capítulo 30 Dudas en el silencio img
Capítulo 31 Voces que susurran img
Capítulo 32 El precio del silencio img
Capítulo 33 En los pliegues del pasado img
Capítulo 34 El silencio que grita verdades img
Capítulo 35 Sombras de un Pasado Oscuro img
Capítulo 36 El Vínculo en la Ciencia img
Capítulo 37 Bajo el peso de lo insoportable img
Capítulo 38 Bajo el lente público img
Capítulo 39 El eco de un amor prohibido img
Capítulo 40 Las verdades que arden img
Capítulo 41 Bajo la Lupa img
Capítulo 42 El abismo de Marina img
Capítulo 43 Acompañándola en la oscuridad img
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Capítulo 5 Un comienzo inesperado

La jornada de conferencias finalmente llegó a su fin. Afuera, la tarde comenzaba a ceder su lugar a la noche, tiñendo el cielo con un suave degradado de tonos anaranjados y púrpuras.

Marina regresó a su habitación solo unos minutos. No le hacía falta mucho tiempo para prepararse, pero sí necesitaba un breve espacio para respirar, observar su reflejo y confirmar, una vez más, que quería estar allí.

Había aceptado la invitación de Julián sin demasiadas preguntas, dejando que el impulso guiara sus pasos. Aunque su mente analítica solía exigirle cautela, había algo en él que le inspiraba una extraña mezcla de confianza y vértigo.

Eligió un vestido negro sencillo, elegante sin ser ostentoso, que caía con naturalidad sobre su figura. Recogió su cabello en un moño bajo, dejando algunos mechones sueltos que enmarcaban su rostro. Un toque de perfume, apenas perceptible, y unos pendientes discretos. No quería parecer que había puesto demasiado esfuerzo, aunque la realidad era otra.

A las ocho en punto, un suave toque en la puerta del hotel la sobresaltó ligeramente. Abrió, encontrándose con Julián de pie, vestido con un pantalón oscuro y una camisa blanca remangada hasta los codos. Sencillo, impecable.

-Puntual, como siempre -dijo Marina con una sonrisa.

-No me perdonaría hacerla esperar -respondió él, devolviéndole la sonrisa con esa calidez contenida que empezaba a resultarle adictiva.

Caminaron juntos por el vestíbulo hasta salir a la calle, donde un coche los esperaba. Julián abrió la puerta para ella, gesto que, lejos de resultarle anticuado, le pareció genuinamente atento.

-¿A dónde vamos? -preguntó mientras el vehículo comenzaba a moverse.

-A un pequeño restaurante que me recomendaron esta mañana. Me dijeron que es discreto, buena comida, excelente vino... Y, sobre todo, un lugar tranquilo para conversar.

Marina asintió. Esa última parte era lo que más le interesaba.

El restaurante estaba ubicado en una calle lateral, alejada del bullicio del centro. Una antigua casa de ladrillos restaurada, con una fachada sobria y cálida iluminación. En el interior, la decoración combinaba madera oscura y detalles modernos. Pocas mesas, bastante separadas entre sí, creando una atmósfera íntima, casi privada.

Los acomodaron junto a una ventana, desde donde se veía un pequeño jardín iluminado tenuemente. El camarero se acercó con la carta, pero Julián lo detuvo con amabilidad.

-Ya he pedido un vino que creo que le gustará -le dijo a Marina-. Espero no haberme adelantado demasiado.

-Me intriga su elección -respondió ella, divertida.

-Me arriesgué con un Pinot Noir. Suave, pero con carácter. Como nuestra conversación -añadió, mirándola con esa media sonrisa que parecía siempre al borde de decir algo más.

Cuando sirvieron el primer brindis, levantaron sus copas.

-Por los encuentros inesperados -propuso él.

-Por las sorpresas agradables -añadió ella, y las copas tintinearon suavemente.

La conversación fluyó con una naturalidad que sorprendía a ambos. No hablaban de negocios, ni de las conferencias, ni de los contactos habituales de estos eventos. Hablaban de música, de viajes, de libros, de anécdotas personales que se iban soltando poco a poco, como piezas de un rompecabezas que aún no sabían si encajaría del todo.

-Siempre tuve la impresión de que la gente exitosa rara vez se permite momentos como estos -comentó Marina en un instante de pausa-. Conversaciones sin objetivo, sin cálculo.

-Tal vez por eso son tan valiosos -respondió Julián-. En este mundo todo está medido: las inversiones, los movimientos, incluso las emociones. Pero hay algo refrescante en dejarse llevar. No siempre es necesario planificar cada paso.

Marina lo miró fijamente. Esa forma de pensar la desarmaba un poco, porque la confrontaba con su propio hábito de querer tener el control de todo. Julián parecía dominar el mismo mundo que ella, pero sin ser prisionero de sus reglas.

-¿Siempre fue así? -se atrevió a preguntar.

-No -admitió él-. Hubo un tiempo en que intenté controlarlo todo. Hasta que la vida me enseñó que, a veces, lo inesperado es lo que realmente vale la pena.

Hubo algo en la forma en que lo dijo, en el leve brillo de tristeza en sus ojos, que le reveló que detrás de aquella seguridad existía también un pasado con cicatrices.

Pero no insistió. No aún.

El camarero llegó con los platos, interrumpiendo ese momento íntimo. Mientras cenaban, el ambiente se mantuvo relajado, pero con esa corriente subterránea de atracción que no dejaba de crecer.

Al finalizar la comida, Julián pidió un postre para compartir. Marina no protestó.

-Supongo que aquí también está improvisando -bromeó ella.

-A veces la improvisación da los mejores resultados -contestó él sin apartar la mirada de sus ojos.

Cuando el postre fue servido, Julián tomó la cucharilla y la acercó, como una invitación. Marina, conteniendo la sonrisa, aceptó el gesto. Era un juego sutil, pero cada pequeño acto los acercaba un poco más.

El reloj marcaba casi la medianoche cuando salieron del restaurante. Afuera, el aire fresco los envolvió. El coche los esperaba, pero Julián propuso caminar un poco antes de regresar al hotel.

-Me gusta este tipo de noches -comentó mientras avanzaban por la acera tranquila-. La ciudad duerme, pero uno siente que está viviendo algo que la mayoría no ve.

-Como si todo fuera sólo para nosotros -dijo Marina en voz baja, sorprendida por sus propias palabras.

Caminaron unos metros en silencio. Sus manos rozaron por un instante, como por accidente, pero ninguno de los dos retiró la suya. Y al poco tiempo, las manos se entrelazaron de forma natural, como si hubieran estado esperando ese gesto desde el primer cruce de miradas.

No dijeron nada. Simplemente caminaron, sintiendo la calidez de esa conexión silenciosa.

Cuando finalmente llegaron al hotel, Julián se detuvo frente a la entrada.

-Gracias por aceptar mi improvisación -le dijo en voz baja.

-Gracias por invitarme -respondió ella, sintiendo el corazón acelerado.

Durante un segundo largo, se miraron. La distancia entre sus rostros se acortó imperceptiblemente, como atraídos por una fuerza invisible. Pero antes de que los labios se encontraran, Marina desvió ligeramente la cabeza. No era el momento. No todavía.

Julián no insistió. Simplemente acarició su mano antes de soltarla.

-Buenas noches, Marina.

-Buenas noches, Julián.

Ella entró al hotel con el corazón latiendo desbocado. Sabía que ese primer paso había marcado algo. Y lo que vendría después ya no sería tan fácil de detener.

                         

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