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Filtrar un dato no era difícil.
Lo difícil era lo que ese dato decía sobre ti.
Lo difícil era vivir contigo después.
Lucía lo sabía.
Y, sin embargo, esa noche, frente a la consola polvorienta del Nivel Beta, con los ojos fijos en un cursor parpadeante y las manos más firmes de lo que esperaba, lo hizo.
Enviar.
Una palabra diminuta, pero con consecuencias sísmicas.
Pero detrás de esa palabra no había solo datos:
Había una decisión.
Nota del archivo clasificado – Andrea Mendizábal
Archivo interno NCA – Acceso restringido / Nivel Rojo
Informe de riesgo actualizado: 06.09 / Revisión B.6
Nombre: Andrea Mendizábal
Rango original: Coordinadora de Operaciones Transversales
Estado oficial: Desvinculada. Reubicación externa. (Sin registro confirmado)
Estado real (no oficial): Desertora. Operativa. Alta peligrosidad.
Andrea Mendizábal no aparece en los registros públicos de NCA. Fue eliminada del sistema tres horas después de desaparecer. Su acceso al núcleo estratégico fue desactivado, pero no antes de que extrajera fragmentos de protocolo confidencial, incluyendo claves de auditoría y rutas internas.
Pocos saben cómo logró escapar. Ninguno ha logrado encontrarla.
Desde entonces, el nombre Andrea se convirtió en sinónimo de traición... pero también de algo más peligroso: libertad.
Quienes aún la mencionan -si es que se atreven- hablan de ella como una sombra que susurra desde los márgenes, como un espectro que expone grietas en el sistema.
Algunos creen que murió.
Otros aseguran que lidera una red clandestina dedicada a desmantelar estructuras de control corporativo desde adentro.
Lo cierto es que nadie olvida lo que representa:
Una agente que conocía todas las reglas.
Y decidió romperlas.
Por eso, cuando Lucía Vega recibe una respuesta firmada con una sola letra, no necesita confirmación adicional.
"A."
Andrea ha vuelto.
Y eso significa que la guerra ya no es una posibilidad.
Es un hecho.
Todo empezó semanas atrás, con un nombre que volvió del silencio. Andrea Mendizábal.
Para la mayoría, era una leyenda. Para otros, una amenaza. En los círculos más altos de NCA, Andrea era lo que no se debía nombrar: una exagente que no solo había desertado, sino que había sobrevivido. Seguía activa. Seguía operando. Y, peor aún... no había dejado de ganar.
Lucía la conoció una sola vez, aunque nadie en la Corporación supo qué ocurrió. Fue en Ginebra, durante una conferencia que era apenas una fachada para un encuentro interinstitucional de inteligencia. Las dos fingieron no verse. Pero lo hicieron.
Andrea tenía algo en los ojos. Algo que quemaba.
Una convicción que daba miedo.
Y Lucía, que entonces aún creía en la estructura, en la obediencia, en este código hecho de control disfrazado de orden, se apartó.
No estaba lista.
Ahora sí.
La consola secundaria era todo lo que NCA despreciaba: vieja, lenta, imprecisa. Y por eso mismo, era perfecta. Sin lectores biométricos de nueva generación. Sin sensores infrarrojos de respiración. Sin la pretensión de saber más que el usuario.
Lucía insertó el microdispositivo con un movimiento rápido. No debía parecer calculado. No debía parecer nada.
Tenía exactamente cuatro minutos antes de que el sistema hiciera una micro lectura de flujos de entrada. Sabía cómo saltarse ese chequeo. Lo había aprendido durante años examinando códigos de supervisión y protocolos redundantes.
La primera cápsula era pequeña. Inofensiva, en apariencia, una lista de movimientos administrativos sin relevancia aparente. Pero quién supiera leerla -quien conociera las rutas de extracción de datos cruzados entre niveles internos- entendería lo que había detrás.
Cambio de agentes. Eliminación de nombres. Reasignaciones.
Los primeros indicios de una purga silenciosa.
El preludio del miedo.
Lucía no respiró mientras el archivo se comprimía y se camuflaba como un paquete de actualización de red inactiva. Era como inyectar veneno en una vena muerta, confiando en que alguien del otro lado supiera reanimarla.
Remitente fantasma. Canal eco. Paquete 01.
-Enviar -susurró.
Y el cursor parpadeó.
Una vez. Dos.
Luego, todo quedó en blanco.
No lloró. No sonrió.
Solo se quedó quieta.
Sintiendo cómo algo dentro de ella... se quebraba. O tal vez, se abría.
Durante los siguientes minutos, caminó como si nada. Subió dos niveles. Se detuvo en la cafetería central, pidió un té negro sin azúcar. Se sentó en una mesa que daba al ventanal este, fingiendo revisar un archivo. A su alrededor, todo parecía normal.
Y sin embargo, ella no lo era.
Había cruzado la línea.
No en teoría. No como pensamiento.
Lo había hecho. Con sus dedos. Con su voz. Con su miedo.
Y eso ya no se deshacía.
Esa noche, en su módulo de descanso, la normalidad persistía. Las luces tenues, el zumbido de ventilación artificial, el colchón firme y estéril.
Todo lo conocido. Todo lo asfixiante.
Hasta que una luz titiló.
No en la pantalla. No en el móvil.
En el marco del espejo. Una pulsación suave, casi imperceptible, en un tono rojizo.
Lucía se levantó. Se acercó.
Deslizó los dedos por el borde del marco hasta sentir el pequeño pulso electromagnético escondido.
La respuesta estaba ahí.
Canal activado.
Paquete recibido. Confirmación: Código Salinas-4.
Hora: 22:17.
No repitas el canal. No repitas patrón.
Instrucciones pronto.
Bienvenida a la otra orilla.
-A.
Lucía no supo si reír o llorar.
Había una parte de ella que aún esperaba el silencio.
El vacío.
El castigo es inmediato.
Pero no.
Andrea había respondido.
Y la forma en que lo hizo no dejaba dudas:
Esto era real.
La red estaba despierta.
Y la miraba.
Se dejó caer en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared metálica. La habitación parecía aún más pequeña. El aire más denso.
Se abrazó las rodillas, como no lo hacía desde niña. Como si eso pudiera detener el temblor en su pecho.
Pensó en Bruno.
En su forma de mirar sin hablar.
En las noches sin tacto, pero llenas de código compartido.
Lo amaba. De alguna manera torpe y sin nombre, lo amaba.
Pero ahora, sus caminos se bifurcaban.
Porque Lucía ya no esperaba el momento perfecto para actuar.
No confiaba en planes abstractos ni en futuras revoluciones.
La revolución había comenzado en sus manos.
Y tal vez eso la aleja de Bruno.
Tal vez lo acercara.
No lo sabía.
Lo único claro era esto:
Lucía Vega había filtrado la primera verdad.
Y no lo hizo por valentía.
Ni por rabia.
Lo hizo porque, por primera vez en años, sentía que tenía algo que perder.
Y eso... eso lo cambiaba todo.