Capítulo 5 Sospechas dentro de NCA

La oscuridad de la sala no era absoluta, pero sí cómoda. Una penumbra cuidadosamente calculada, como todo en NCA: ni tan densa como para generar sospechas, ni tan visible como para ser notada. Solo la tenue luz azulada de la tablet brillaba entre los dedos de Lucía, creando sombras largas sobre su rostro concentrado.

Llevaba más de media hora repasando la misma secuencia de palabras, calibrando cada símbolo, cada espacio, cada pausa. No podía haber margen de error. No, esta vez. Lo que estaban a punto de hacer no solo pondría a prueba el alcance de su red interna, sino que sería la primera verdadera provocación pública, aunque disfrazada de ruido administrativo.

Bruno la observaba desde el rincón opuesto del cuarto, con las manos en los bolsillos y la espalda contra la pared descascarada. Había aprendido a leerla sin que ella hablara. Su manera de morderse el labio inferior cada vez que dudaba, cómo sus dedos temblaban un poco justo antes de teclear, la forma en que contenía el aire en los pulmones como si pudiera congelar el tiempo.

-¿Estás segura de querer enviar eso? -preguntó, finalmente. Su voz era baja, como si temiera que las paredes lo escucharan. Quizás lo hacían.

Lucía no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en el mensaje:

"El archivo 0-7-CLV presenta inconsistencias. Cruce con protocolo 2A y validar origen. Confirmar antes de la siguiente purga. -Nodo fantasma."

Las palabras eran frías, técnicas, absolutamente anodinas para cualquiera que no conociera la historia detrás de esos códigos. Pero para quienes entendían las cicatrices que esas letras arrastraban, eran un grito disfrazado.

-No se trata de estar segura -dijo al fin-. Se trata de mover el tablero. Forzar al sistema a mostrar sus cartas.

Bruno se acercó unos pasos, dejando que sus zapatos crujieran apenas sobre el suelo de concreto.

-Es un mensaje dirigido. No a todos. A él.

Lucía asintió sin necesidad de explicaciones.

Julián Iriarte.

La sombra tras la sombra. El observador silencioso. El único que sabía demasiado y demasiado poco al mismo tiempo. La única persona que podía aplastarlos... o abrirles una puerta.

-¿Y si lo toma como una amenaza? -insistió Bruno, su tono cargado de una inquietud que no solía permitirle aflorar.

Lucía se giró hacia él. Tenía los ojos oscuros por la fatiga, pero había un brillo nuevo, una determinación que parecía haber crecido desde el fondo del dolor.

-Entonces reacciona. Y eso es lo que necesitamos. Un movimiento. Cualquier cosa menos esta quietud que nos está matando en silencio.

Bruno sostuvo su mirada. Se odiaba por no poder protegerla más allá de ese cuarto. Por saber que, si todo salía mal, Lucía sería la primera en caer. Y aun así, ella no dudaba. Estaba dispuesta a encender la mecha.

La vio presionar el botón de "Enviar" con una calma que no era calma, sino resignación y coraje mezclados.

Muy lejos de allí, en el núcleo administrativo del nivel S2, Julián Iriarte sintió un pequeño zumbido en su pulsera de lectura de red. Un pitido sutil. Como una nota mal tocada en medio de una sinfonía perfecta.

Miró la terminal secundaria, una pantalla que pocos usaban, que él mantenía encendida solo por hábito. Y ahí estaba: el mensaje.

Frunció el ceño. Al principio creyó que era un error. Un reflejo viejo, un algoritmo revuelto. Pero bastaron tres segundos para entender. Su estómago se contrajo.

0-7-CLV. Clara Villalobos.

2A. El protocolo sellado, el que ella había intentado bloquear antes de su desaparición.

Y la firma... "Nodo fantasma".

Solo ellos dos sabían lo que eso significaba.

Julián se recostó lentamente contra su silla, sintiendo cómo un temblor frío le recorría la espalda. Era imposible. O no. Tal vez alguien había desenterrado los huesos del pasado. Tal vez alguien lo estaba poniendo a prueba.

¿Lucía? ¿Bruno? ¿Ambos?

Cerró los ojos por un instante. Y entonces, lo supo. Ese mensaje no era una amenaza. Era una llave. Una llamada.

La memoria de Clara volvió, como un golpe seco. Su risa contenida. Su terquedad sin arrogancia. Su voz cuando lo miraba sin miedo y le decía: "¿Y si nos arriesgamos?"

La habían callado por eso.

Y ahora otra mujer se atrevía a encender la misma chispa.

Bruno caminaba en círculos, contando mentalmente cada minuto sin respuesta. Cada segundo era una cuerda apretándose en su cuello.

-¿Y si se lo tomó como provocación? -dijo de nuevo, más para llenar el silencio que por buscar respuesta.

Lucía no lo miró. Había aprendido que el miedo es parte del proceso. Que se podía caminar con él, convivir con su peso.

-Entonces ya sabremos que no hay ningún resquicio dentro del sistema. Que nadie nos va a tender una mano.

-¿Y si es una trampa?

Ella finalmente lo enfrentó con una tristeza serena.

-Entonces peleamos hasta el final. Pero al menos, no lo haremos solos.

Una hora después, apareció en su red interna una nueva notificación. Casi invisible. Codificada con una estructura obsoleta, como si viniera del pasado.

Bruno fue quien la detectó primero.

Leyó en voz baja:

"Si buscan respuestas, no toquen la terminal 6-0. Está contaminada. Usen el pasillo 3B. 00:45. Sin armas."

Lucía se quedó quieta. Cerró los ojos como si necesitara absorber esas palabras lentamente.

Un mensaje de regreso.

Una puerta abierta.

Una cita.

-¿Es él? -preguntó Bruno, aunque ya lo sabía.

-Sí -murmuró Lucía.

-¿Y qué significa?

Ella tomó aire. Por primera vez en días, sus manos no temblaban.

-Significa que Julián eligió. O al menos, está dispuesto a escuchar.

Bruno se acercó y le tomó la mano. No dijeron nada más. No hacía falta.

A veces, la esperanza es solo eso: un mensaje en clave que llega cuando más duele esperar.

Y esa noche, iban a cruzar otra línea.

El mensaje codificado aún estaba en su pantalla cuando Julián Iriarte se quedó solo en la sala de monitoreo. Los demás analistas se habían ido, uno a uno, como si la tensión invisible que se respiraba les quemara los huesos.

Él no. Él se quedó.

Había algo en ese patrón de envío. Algo en el modo en que el texto cifrado había sido fragmentado, deliberadamente disfrazado de error técnico. Era demasiado elaborado para ser un accidente... pero también demasiado emocional para venir de un saboteador frío.

La sintaxis. Las pausas. El uso de una clave semántica olvidada. Todo le resultaba, de pronto, alarmantemente familiar.

El corazón le dio un salto inútil, viejo y cansado. Porque eso -esa combinación de códigos y silencios- se parecía a ella.

Clara Villalobos.

El nombre le golpeó la conciencia como una cuchilla mal afilada. Hacía años que no lo pronunciaba, ni siquiera mentalmente. La había enterrado. Obligado a hacerlo. Pero la memoria no responde a las órdenes del deber.

Clara.

Analista brillante. Voz suave. Ojos grises como niebla antes de la tormenta. Ella fue la única que lo vio de verdad, antes de que él se convirtiera en piedra. Compartían largas jornadas en la Unidad de Evaluación de Riesgos, revisando los mismos archivos, construyendo informes con una precisión quirúrgica. Pero entre ellos, los silencios hablaban más que los reportes. Las pausas frente a una pantalla. Los roces "accidentales" al entregarse una carpeta. Las miradas sostenidas un segundo más de lo permitido.

Nunca se dijeron que se amaban. Porque en NCA, nombrar el amor es ponerlo en la mira.

Pero lo sabían.

Y Clara fue valiente. O inconsciente. O simplemente humana. Se resistió a aceptar que todo debía ser cálculo. Se atrevió a cuestionar uno de los programas más oscuros: el Protocolo de Reacondicionamiento Emocional. Descubrió lo que nadie debía descubrir. Intentó denunciarlo, burlar, sabotearlo. Julián aún no sabe hasta dónde llegó. Solo sabe que una mañana, ella no regresó.

"Eliminación estratégica por riesgo operacional".

Eso decía su archivo. Palabras vacías, frías, monstruosamente eficaces.

Desde entonces, él se reconstruyó como máquina. Un engranaje obediente. Invisible. Preciso.

Y se prometió nunca más amar.

Nunca más repetir el error.

Pero ahora...

Ahora ve a Lucía. A Bruno. Sabe que están cruzando la misma línea, danzando sobre el mismo abismo. Y ese mensaje cifrado, ese susurro digital que alguien dejó escapar, le sabe al lenguaje de Clara.

No porque ella lo haya escrito -lo sabe imposible-

sino porque, de algún modo, su historia sigue viva en quienes se atreven.

Julián apagó la pantalla.

No reportó nada aún.

Pero por primera vez en años, sintió algo distinto a la sospecha.

No era esperanza.

Era vértigo.

Y, muy en el fondo, una voz que decía:

"Que no los destruyan. No como a ella. No como a mí."

                         

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