Capítulo 4 El umbral invisible

Los pasillos del Nivel S5 no eran para cualquiera.

El aire tenía un peso distinto ahí abajo, una densidad que se acumulaba en la garganta, como si cada paso arrastrara consigo las voces de quienes nunca volvieron a subir.

No figuraban en los planos oficiales. No tenían nombre, solo códigos numéricos y permisos que ni siquiera Bruno había logrado desencriptar del todo.

Y aun así, estaban ahí. Lucía y él, bajando por una escalera de emergencia que crujía con un lamento metálico.

Lucía llevaba una linterna en la mano izquierda y un chip extraíble escondido bajo la manga. Bruno no hablaba, pero su respiración contenida lo delataba.

No era miedo -a estas alturas el miedo era una rutina, como cepillarse los dientes o comprobar dos veces las rutas de escape-, era otra cosa. Una inquietud sin forma.

Cuando llegaron al final del corredor, se encontraron frente a una puerta que parecía parte de la pared. Sin pomo, sin bisagras visibles, sin ningún indicio de que pudiera abrirse.

Fue Lucía quien dio con el sensor. Un pequeño cuadrado negro escondido entre las sombras, justo detrás de un panel de ventilación sin tornillos.

-Es aquí -susurró.

Bruno asintió. No preguntó cómo lo sabía. Ya había aprendido que Lucía guardaba secretos que ella misma no comprendía del todo.

La puerta se abrió con un sonido suave, demasiado amable para lo que ocultaba detrás.

La sala estaba casi a oscuras. El aire era frío y clínico.

Una serie de camas alineadas contra las paredes, todas idénticas: estrechas, grises, con correas en los extremos y almohadas que parecían más instrumentos de inmovilización que de descanso.

Monitores con datos biométricos seguían funcionando, parpadeando en silencio con señales débiles que indican que, en algún momento no tan lejano, habían estado en uso.

Lucía sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Había visto cosas atroces dentro de NCA: despidos "definitivos", desapariciones silenciosas, auditorías encubiertas que borraban la identidad de un agente en cuestión de segundos.

Pero esto era distinto.

Esto era personal.

Bruno se acercó a una consola empotrada en la pared y comenzó a revisar los registros antiguos.

Sus dedos se movían con pericia, pero sus ojos estaban fijos, duros, como si ya supiera lo que iba a encontrar.

-Aquí hay nombres -dijo, con la voz ronca-. Nombres y códigos de ingreso.

Lucía se acercó.

Su corazón latía con una fuerza que dolía.

Bruno se quedó quieto por un momento, como dudando si debía leer en voz alta. Luego, lo hizo.

-Lucía Vega. Evaluación 2B. "Alto índice de desviación emocional. Protocolo de reacondicionamiento activado. Pendiente de ejecución".

El mundo se detuvo.

Lucía sintió como si el suelo se hundiera bajo sus pies.

Recordó, de golpe, aquella semana en la que todo había parecido girar más lento: los turnos asignados con errores, las llamadas sin respuesta, las miradas que se desviaban cuando ella entraba a una sala.

Recordó haber sentido que algo se cerraba sobre ella, como un lazo invisible apretándose, y no entender por qué.

Ahora lo sabía.

-Estuve a punto de... -murmuró, incapaz de completar la frase.

-De ser enviada aquí -terminó Bruno por ella, bajando la mirada.

Lucía respiró hondo, pero el aire no alcanzó.

Le dolía el pecho. No por miedo. No por el horror de lo que pudo haber sido.

Le dolía por la certeza de que, si no fuera por una variable que se torció, por una decisión no ejecutada, hoy estaría acostada en una de esas camas.

O algo peor: caminando por los pasillos de NCA con una mente vacía, programada para obedecer.

-¿Quién frenó el protocolo? -preguntó, sin alzar la voz.

Bruno negó con la cabeza.

-No hay registro. Alguien lo anuló desde un acceso externo. No dejó rastro... pero fue intencional. Te salvaron.

Lucía se apoyó contra la pared, como si necesitara algo sólido para no derrumbarse.

-¿Y si fue Julián? -preguntó, en voz baja.

Bruno la miró.

-¿Crees que te protegió?

Lucía no respondió enseguida. En su mente, la imagen de Julián Iriarte se formaba nítida: su voz serena, su andar meticuloso, los ojos que siempre observaban más de lo que decían.

Recordó aquella noche en el S3, cuando lo sintió cerca. No lo vio, pero lo supo. Y sin embargo... no la delató.

-No lo sé. Pero si fue él, significa que está jugando un juego más grande que el nuestro.

Bruno asintió con gravedad.

-Y nosotros acabamos de pisar su tablero.

Volvieron a mirar la sala.

Los dispositivos en las mesas, las notas impresas con lenguaje clínico que hablaban de "reinserción funcional", "erradicación de impulsos improductivos", "bloqueo de memoria afectiva".

Lucía sintió una náusea profunda.

No era solo un lugar para castigar.

Era un laboratorio para borrar lo que hacía a una persona... humana.

Salieron de allí en silencio, sin mirar atrás.

Pero algo había cambiado en Lucía. Ya no luchaba solo por amor, ni por redención.

Ahora, luchaba por la memoria.

Porque si esa sala existía, significaba que otros como ella habían sido silenciados.

Y si no hablaba, si no enfrentaba al sistema, su silencio los haría desaparecer para siempre.

En algún rincón de su mente, la niña que había entrado a NCA con los ojos abiertos y el alma limpia lloró en silencio.

Y la mujer que había sobrevivido a ser borrada... se prometió incendiarlo todo.

Bruno la vio desmoronarse sin ruido.

Lucía no lloró, en apariencia. No gritó. No se quebró como se espera que alguien lo haga cuando descubre que estuvo a un paso de perderse para siempre.

Pero su cuerpo hablaba otro idioma. Uno sutil, roto en los detalles: los hombros curvados hacia adentro, la mandíbula apretada como una barrera que contenía una avalancha, los dedos crispados contra la tela de su abrigo.

Se encogía sin rendirse, como si quisiera esconderse de algo que ya había entrado demasiado profundo.

Él no dijo nada.

No había palabras que pudieran cambiar lo que acababan de ver.

Entonces simplemente se acercó, sin avisar, sin analizar, sin estrategia. Solo un impulso humano.

Se puso a su lado, rozando apenas su hombro, y después... la rodeó con ambos brazos.

Lucía se tensó un segundo. Siempre había sido así: lista para el ataque, para la fuga, para resistir.

Pero luego, algo en ella cedió. Como si su cuerpo reconociera esa quietud que Bruno traía, esa forma de decir "aquí estás a salvo" sin pronunciar una sola letra.

Se dejó caer contra su pecho. No completamente. Solo lo suficiente para permitirle ser refugio por un momento.

Su frente apoyada en su clavícula. Sus ojos cerrados con fuerza.

Bruno sostuvo ese silencio como si fuera un cristal frágil.

Por dentro, su mente hervía.

"¿Cómo no lo vi venir?"

Esa pregunta martillaba en su conciencia.

Había pasado tanto tiempo protegiéndola del sistema, cuidando sus movimientos, cubriendo accesos, diseñando rutas de escape...

Y sin embargo, no sabía que NCA ya la tenía marcada.

Ya la había elegido.

Ya la había condenado.

"Estuvo a un clic de ser borrada", pensó.

Un informe más, una orden ejecutada sin preguntas, y Lucía ya no estaría aquí.

Estaría tumbada en esa sala blanca, con los ojos abiertos pero vacíos.

Sin nombre.

Sin historia.

Sin él.

Bruno apretó los dientes.

No era solo impotencia.

Era rabia. Una furia densa, hirviente, como magma bajo la piel.

Contra el sistema, sí.

Pero también contra sí mismo. Por haber creído, en algún momento, que podían jugar a dos puntas: vivir y sobrevivir.

Amarse y esconderse.

Pelear sin que el fuego los tocara.

Ahora lo entendía:

NCA no permite puntos intermedios. O eres útil. O eres una amenaza.

Y ellos, desde hace tiempo, ya no eran útiles.

Porque el amor, en esa ecuación, era una falla de código.

Una grieta peligrosa.

Lucía no dijo nada, pero él sintió su respiración temblar apenas una vez.

Fue tan leve como un parpadeo.

Y sin embargo, en ese gesto mínimo, Bruno supo que estaba sosteniendo a alguien que llevaba demasiado tiempo sola.

Demasiado tiempo fuerte.

La abrazó un poco más fuerte.

No como quien intenta reparar algo, sino como quien se compromete a no dejarlo romperse más.

Y en silencio, mientras sentía su cuerpo contra el suyo, hizo una promesa que no necesitaba ser dicha:

"No van a tocarte otra vez. Juro que no."

Aunque para eso tuviera que destruirlos a todos.

Aunque eso lo llevara a perderse por completo.

Porque Lucía no era su debilidad.

Era su verdad.

La única que importaba.

            
            

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