A la mañana siguiente, Isabella se despertó temprano.
Alejandro dormía en la habitación de invitados. Ella lo había cuidado toda la noche.
Preparó un desayuno ligero. Tostadas, fruta, jugo fresco.
Lo llevó a la habitación.
Él estaba despierto, sentado en la cama, mirándola con una expresión indescifrable.
"Buenos días", dijo ella, intentando sonar natural. "Te traje el desayuno."
Él no sonrió.
"Gracias. No era necesario." Su voz era fría, distante.
Isabella sintió un nudo en el estómago.
¿La frialdad era por su comportamiento de la noche anterior? ¿O por el de la vida anterior?
No, él no podía recordar. ¿O sí?
"Quería cuidarte", insistió ella, dejando la bandeja en la mesita de noche.
Él la miró. "¿Por qué?"
La pregunta la descolocó.
"Porque... eres mi esposo."
Una sombra cruzó el rostro de Alejandro. "Ah, sí."
Comió en silencio. Isabella lo observó, sintiendo una creciente inquietud.
Ella había sido horrible con él.
Quizás esta frialdad era solo el eco de su desprecio pasado.
Tenía que cambiar. Tenía que demostrarle que había cambiado.
"He estado pensando", comenzó ella, una vez que él terminó. "Deberíamos mudarnos a la casa principal de la finca. Es más espaciosa, más cómoda para ti."
En su vida anterior, ella odiaba esa casa. Prefería el apartamento de la ciudad.
Alejandro la miró, sorprendido.
"¿La finca? Siempre la has odiado."
"La gente cambia", dijo Isabella suavemente.
Él se levantó. Se acercó a la ventana.
"Isabella", dijo, su voz ahora carente de toda emoción. "Quiero el divorcio."
El mundo de Isabella se detuvo.
¿Divorcio?
Pero... acababa de empezar a enmendar las cosas.
"¿Qué? ¿Por qué?" Su voz era apenas un susurro.
"No funciona. Nunca ha funcionado", dijo él, sin mirarla. "Será mejor para ambos."
"Pero anoche...", comenzó ella.
"Anoche estabas siendo amable porque estaba enfermo", la interrumpió. "No cambia nada."
Dolor. Agudo, punzante.
Era como si sus esfuerzos fueran inútiles.
"No es cierto", dijo ella, desesperada. "He cambiado. Lo digo en serio."
Él finalmente la miró. Había una dureza en sus ojos que nunca antes había visto.
O quizás, nunca se había molestado en notarla.
"No te creo, Isabella."
Salió de la habitación, dejándola sola con el desayuno intacto y el corazón roto.
Más tarde ese día, Isabella intentó hablar con su padre, Don Rafael.
Recordaba la crisis que se avecinaba para Viñedos Montoya. El sabotaje de los Rivas.
"Papá, tenemos que tener cuidado. Los Rivas están planeando algo."
Don Rafael la miró con indulgencia.
"Isa, querida, no te preocupes por esas cosas. Alejandro y yo lo tenemos todo bajo control."
"Pero papá, es serio. Podríamos perderlo todo."
Él rio. "Siempre tan dramática. Ve de compras, relájate."
Frustración. Nadie la escuchaba.
Intentó llamar a Alejandro. Varias veces.
Él no contestó.
Finalmente, en el quinto intento, respondió.
"¿Qué quieres, Isabella?" Su voz era hielo puro.
"Alejandro, por favor, tenemos que hablar."
"Estoy ocupado."
"Es importante."
"Para ti, quizás. Para mí, lo único importante es el divorcio. Mis abogados se pondrán en contacto con los tuyos."
Colgó.
Isabella se quedó mirando el teléfono, sintiendo una desesperación creciente.
No. No se rendiría.
Le demostraría que había cambiado.
Le demostraría que su amor era real.
Aunque le llevara toda esta nueva vida.