Sofía entró, elegante como siempre en su traje de diseñador, y dejó su bolso sobre la mesa de mármol.
"Tenemos que hablar," dijo Mateo, su voz más ronca de lo normal.
Ella ni siquiera lo miró. Se sirvió una copa de cava de su propia bodega, Valdepeñas.
"Estoy cansada, Mateo. Lo que sea, puede esperar."
"No. No puede esperar."
Él le mostró el teléfono. La pantalla brillaba con la notificación del cargo.
"¿Quién es Iván? ¿Y por qué le estás pagando unas vacaciones en las Maldivas?"
Sofía finalmente giró la cabeza. Sus ojos, normalmente llenos de una intensidad calculadora, estaban fríos como el hielo. No había sorpresa, ni culpa. Solo irritación.
"Es un amigo. Necesitaba un descanso."
"Un amigo al que le pagas un viaje de miles de euros con la tarjeta de la empresa."
"Es mi empresa, Mateo. Hago lo que quiero con mi dinero."
"Soy tu marido, Sofía."
Una sonrisa cruel se dibujó en sus labios. Se acercó a él, su perfume caro envolviéndolo.
"Sí, lo eres. Y por eso, deberías saber cuándo callarte."
Vio que su calma no la inmutaba, así que cambió de táctica. Sacó su propio teléfono y pulsó la pantalla.
"No quieres callarte, ¿verdad? Eres un artista. Lleno de pasiones y principios."
Le mostró la pantalla.
Era una transmisión en vivo. La pequeña y humilde casa de su abuela Carmen en Jerez. Dentro, dos hombres corpulentos estaban de pie en la sala de estar. No tocaban nada. No decían nada. Simplemente estaban allí. Su abuela estaba sentada en su sillón, rígida de miedo, sus manos aferradas a los reposabrazos.
El corazón de Mateo se detuvo.
"¿Qué es esto?" susurró, el horror ahogando su voz.
"Son socios de negocios," dijo Sofía con una calma aterradora. "Están allí para asegurarse de que mi inversión está segura. Y mi inversión, ahora mismo, es tu silencio."
Miró a Mateo directamente a los ojos.
"Ahora, dime otra vez que te importa dónde está Iván. Dime que quieres discutir sobre un cargo en la tarjeta de crédito. Atrévete. Porque no puedo garantizar que mis socios sigan siendo tan... respetuosos con la abuela."
Mateo sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Miró la cara aterrorizada de su abuela en la pantalla, y luego la cara impasible de su esposa.
El artista apasionado, el hombre de principios, se rompió.
"Está bien," dijo, su voz apenas un hilo. "Tú ganas."
Sofía sonrió, satisfecha. Hizo una llamada rápida.
"Pueden irse."
Colgó y guardó el teléfono. En la pantalla de Mateo, los dos hombres salieron de la casa de su abuela tan silenciosamente como habían aparecido.
"Ves," dijo Sofía, acariciándole la mejilla. "No era tan difícil. Ahora, sé un buen chico y no vuelvas a cuestionarme."
Se dio la vuelta y se dirigió a su dormitorio, dejándolo solo en el silencio del enorme ático, con el alma hecha pedazos.
Recordó cómo la conoció. Él tocaba su guitarra en un tablao de Jerez, y ella, la poderosa CEO de cavas Valdepeñas, quedó prendada. Lo persiguió con la misma tenacidad que usaba para cerrar negocios. Vuelos privados, regalos caros, promesas de un mundo que él nunca había conocido.
Su abuela Carmen nunca confió en ella.
"Esa mujer no te mira con amor, niño," le dijo una vez. "Te mira como a un trofeo que quiere colgar en su pared."
Mateo no la escuchó. Estaba ciego de amor, o de lo que él creía que era amor. Se casó con ella, se mudó a su mundo de lujo en Barcelona, y poco a poco, su música empezó a apagarse.
La llegada de Iván lo cambió todo. Mateo lo vio por primera vez en una de las fiestas de Sofía. Un influencer de Ibiza, con una sonrisa fácil y ojos vacíos. Vio la forma en que Sofía lo miraba, la misma forma en que lo había mirado a él al principio.
La infidelidad no fue una sorpresa, pero sí un dolor sordo y constante. Sofía ni siquiera intentó ocultarlo.
"Es solo diversión, Mateo," le dijo una vez, cuando él la confrontó. "No significa nada. Yo te amo a ti. Eres mi marido."
Pero sus palabras eran huecas. Su "amor" era posesión. Su matrimonio, una jaula de oro.
La amenaza a su abuela era una nueva línea que había cruzado. Una línea que demostraba que no había límites para su crueldad.
Mateo se quedó mirando la puerta de su dormitorio, sintiendo un frío que no tenía nada que ver con la temperatura.
Por primera vez, entendió que no estaba en una mala relación.
Estaba en una guerra que no sabía cómo ganar. Y acababa de perder la primera batalla de la forma más devastadora posible.