Desaparecer y reclamar mi vida
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Capítulo 4

La situación en el ático se volvió insostenible. La presencia de Iván era una tortura constante. Se sentía como un prisionero en su propia casa.

Una mañana, Iván lo acorraló en la parte superior de la gran escalera de mármol que conectaba los dos pisos del ático.

"¿Todavía aquí?" se burló Iván. "Pensé que ya te habrías ido."

"Esta es mi casa," respondió Mateo, su voz tensa.

"No. Esta es la casa de Sofía. Tú eres solo... el mueble viejo que se niega a tirar."

Mateo intentó pasar, pero Iván le bloqueó el camino.

"Sofía se está cansando de ti, ¿sabes? De tu cara larga, de tu silencio. Pronto te reemplazará por completo."

La rabia, contenida durante tanto tiempo, finalmente estalló en Mateo. No lo golpeó. Simplemente lo empujó para apartarlo.

"Quítate de mi camino."

Pero Iván era un manipulador experto. En lugar de resistirse, usó el empujón de Mateo para dejarse caer. Se lanzó hacia atrás, rodando por el tramo de escaleras con un grito teatral.

Aterrizó en el rellano de abajo, gimiendo de dolor.

"¡Me ha empujado! ¡Mateo me ha empujado por las escaleras!"

Sofía apareció al instante, como si hubiera estado esperando la señal. Vio a Iván en el suelo, retorciéndose, y a Mateo en lo alto de la escalera, con la mano todavía extendida.

No preguntó. No investigó. Simplemente sacó su teléfono y llamó a la policía.

"Quiero denunciar una agresión. En mi casa. Sí, envíen una patrulla inmediatamente."

La policía llegó en minutos. Escucharon la versión llorosa de Iván y la fría acusación de Sofía. Las palabras de Mateo no valían nada.

Lo esposaron y se lo llevaron.

Gracias a la influencia de Sofía y a una llamada a su abogado, se aseguraron de que no fuera una simple detención. Lo acusaron formalmente de agresión con lesiones y lo metieron en un calabozo.

Pasó las siguientes 72 horas en el infierno. Los guardias, claramente sobornados, miraban hacia otro lado mientras los otros reclusos lo acosaban. Le robaron la comida. Lo golpearon en la oscuridad. Cada hora era una eternidad de miedo y dolor.

Al tercer día, cuando estaba en su punto más bajo, un guardia abrió la puerta de la celda.

"Tienes visita."

Era su abuela Carmen.

Había viajado desde Jerez hasta Barcelona. Verla allí, en ese lugar sórdido, le rompió el corazón a Mateo.

Se sentaron en una pequeña sala de visitas, separados por un cristal. Los ojos de Carmen estaban llenos de lágrimas y de una furia ancestral.

"Mi niño," susurró ella en el teléfono. "¿Qué te ha hecho esa bruja?"

"Abuela, tienes que irte. No es seguro para ti."

"No me iré sin ti," dijo ella, su voz firme a pesar del temblor. "Escúchame con atención, Mateo. Hay algo que no sabes."

Se inclinó más cerca del cristal.

"Antes de que te casaras con esa mujer, yo sabía que no era buena. Mi corazón de abuela me lo decía. Así que hice algo."

Hizo una pausa, asegurándose de que él la escuchaba.

"La obligué a venir conmigo a un notario en Jerez. Sola. Le dije que si de verdad te quería, tenía que firmar un papel. Unas capitulaciones matrimoniales."

Mateo la miró, confundido.

"Ella se rió. Dijo que era una tontería de vieja. Pero lo firmó. Con arrogancia. Pensando que nunca importaría."

Los ojos de Carmen brillaron con una luz feroz.

"Hay una cláusula en ese acuerdo, Mateo. Una que yo misma redacté con el abogado. Dice que si se demuestra que ella ha sido infiel durante el matrimonio... no solo el matrimonio se disuelve inmediatamente."

"Dice que todos los bienes que tú aportaste al matrimonio, como la casa de Jerez que está a tu nombre y los derechos de autor de tu música, te son devueltos. Y más importante..."

Se inclinó aún más.

"...ella tiene que pagarte una penalización. Una penalización financiera masiva. El valor de mercado de la guitarra de tu abuelo, multiplicado por diez."

Mateo se quedó sin aliento.

"Tenemos pruebas, Mateo. Los registros del hotel con Iván. Testimonios. Tenemos todo. El abogado ya lo está preparando."

Las lágrimas corrían por las mejillas de Mateo, pero por primera vez en meses, no eran de desesperación. Eran de alivio. De esperanza.

"Saldrás de aquí," dijo su abuela. "Y cuando lo hagas, serás libre. Y serás rico. Y nunca más volverás a ver a esa mujer."

Una pequeña semilla de esperanza, plantada por el amor previsor de su abuela, comenzó a brotar en la oscuridad de su desesperación.

                         

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