Desaparecer y reclamar mi vida
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Capítulo 2

Sofía trajo a Iván de vuelta de las Maldivas. No a un hotel, ni a un apartamento propio. Lo instaló en su ático de Barcelona. En su casa. En la casa de Mateo.

"Se quedará un tiempo," anunció Sofía, como si hablara del tiempo. "Su apartamento en Ibiza tiene una fuga de agua."

Mateo no dijo nada. ¿Qué podía decir? La imagen de su abuela aterrorizada estaba grabada en su mente.

Iván se paseaba por el ático con la arrogancia de un conquistador. Usaba la ropa de Mateo, bebía el vino caro de Sofía y, sobre todo, disfrutaba atormentando a Mateo con pequeños actos de crueldad.

Una tarde, mientras Mateo intentaba encontrar consuelo en su guitarra, Iván entró en el salón. Llevaba una botella de Vega Sicilia, una de las joyas de la bodega personal de Sofía.

"Vaya, el artista trabajando," dijo Iván con una sonrisa burlona.

Pasó cerca de Mateo, y de repente, tropezó. La botella de vino voló por los aires y se estrelló contra la alfombra persa, manchándola de un rojo oscuro y profundo.

"¡Oh, no!" gritó Iván, mirando a Mateo con falsa acusación. "¡Me has puesto la zancadilla!"

Sofía salió corriendo de su despacho, alertada por el ruido. Vio la mancha, la botella rota, y la cara de víctima de Iván.

"¿Qué ha pasado?" demandó.

"Ha sido él," dijo Iván, señalando a Mateo. "Me ha empujado. Creo que estaba celoso."

La furia en el rostro de Sofía era aterradora. Mateo abrió la boca para defenderse, para decir la verdad, pero la mirada de ella lo silenció. Sabía que no le creería.

"Yo no..." empezó.

"Cállate," siseó Sofía.

Pero no lo golpeó. No le gritó de la forma habitual. Su crueldad era más refinada.

Sus ojos se posaron en la guitarra que Mateo sostenía. Una "Conde Hermanos" de 1958. Hecha a mano. Había pertenecido a su abuelo, un legendario tocaor de Jerez. Era la herencia de Mateo, su conexión con sus raíces, el recipiente de su alma.

Sofía caminó lentamente hacia él.

"Así que te sientes celoso, ¿eh? ¿Tu pequeño mundo de artista se siente amenazado?"

Le arrancó la guitarra de las manos. Mateo intentó recuperarla, pero ella fue más rápida.

"Sofía, no. Por favor. Es todo lo que tengo."

Ella lo ignoró. Levantó la guitarra por encima de su cabeza, la madera de palosanto brillando bajo las luces del ático.

Y con un grito de pura rabia, la estrelló contra la pared de mármol.

El sonido fue obsceno. Un crujido seco y desgarrador, seguido por el tintineo de las cuerdas rotas. La guitarra, su guitarra, se partió en dos. Los pedazos cayeron al suelo como los restos de un animal masacrado.

Mateo se quedó paralizado. El aire abandonó sus pulmones. No era solo madera rota en el suelo. Era el legado de su abuelo. Eran las canciones que nunca compondría. Era su espíritu, hecho añicos.

Miró a Sofía. Ella respiraba con dificultad, con una mancha de color en sus mejillas. No había remordimiento en sus ojos. Solo una satisfacción fría y brutal.

"Ahora estamos en paz," dijo ella. "Tú me quitas algo que valoro, yo te quito algo que valoras."

Iván sonreía desde el fondo, disfrutando del espectáculo.

Mateo se arrodilló lentamente. Sus manos temblorosas recogieron los pedazos de madera. La etiqueta de "Conde Hermanos" estaba partida por la mitad. Acarició la madera rota, sintiendo las astillas clavándose en sus dedos. No sintió el dolor.

El dolor que sentía era mucho más profundo. Era un dolor en el alma.

Esa noche, no durmió. Se sentó en la oscuridad del salón, con los restos de su guitarra en su regazo, y lloró en silencio.

Había soportado la infidelidad, la humillación, las amenazas. Pero esto era diferente.

Sofía no solo había roto un objeto.

Había profanado algo sagrado. Había declarado la guerra a la esencia misma de quién era él.

Y en esa oscuridad, rodeado por los restos de su pasado, Mateo tomó una decisión.

No sabía cómo, ni cuándo. Pero iba a escapar.

Iba a sobrevivir. Y de alguna manera, la haría pagar.

            
            

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