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La dueña de la tienda, una mujer mayor llamada Inés, me miró con sorpresa al verme entrar a esas horas. Le expliqué con voz monótona que venía a cancelar mi pedido.
Máximo entró detrás de mí, furioso. "¿Se puede saber qué te pasa? ¡Deja de hacer el ridículo!".
Justo en ese momento, vio un mantón de manila bordado sobre una silla. Era de un rojo intenso, el color favorito de Camila.
"¿Esto es tuyo?", me espetó, cogiéndolo con rabia. "¡Te he dicho mil veces que no dejes tus cosas por ahí tiradas! ¡Pareces una niña!".
Lo miré sin expresión. "No es mío".
Su ira se desvaneció tan rápido como había llegado. Miró el mantón, lo dobló con un cuidado casi reverencial y lo guardó en el interior de su chaqueta. Era de Camila. Lo supe sin necesidad de preguntar.
"Pruébate el vestido, anda", dijo Inés, intentando calmar la situación. "Seguro que cuando te veas, se te pasan las tonterías".
Accedí, más por agotamiento que por otra cosa. Entré en el probador y me puse el vestido. Era una obra de arte, con volantes de seda y encajes que yo misma había elegido. Representaba ocho años de mi vida.
Salí y me miré en el gran espejo. Máximo me observó con el ceño fruncido.
"Es demasiado tradicional", sentenció. "No tiene chispa. Te hace parecer mayor".
En ese preciso instante, su teléfono sonó. Era Camila. Su voz, incluso a través del teléfono, sonaba lastimera y urgente. Había perdido su mantón.
"Tranquila, mi vida, no te preocupes. Voy para allá ahora mismo", dijo Máximo, sin apartar la mirada de su reflejo en el espejo, vestido con su traje de noche hecho a medida.
Colgó y se giró hacia mí. "Tengo que irme. Camila está muy disgustada".
Y sin más, se fue. Me dejó sola, en medio de la tienda, vestida de novia.
Miré mi reflejo. La mujer del espejo parecía una extraña, una tonta vestida para una fiesta a la que no había sido invitada.
"Inés, ¿me prestas unas tijeras?", pregunté con calma.
Ella me miró, horrorizada, pero me las dio.
Cogí la tela del primer volante. El sonido del metal cortando la seda fue el más liberador que había escuchado en mi vida. Corté y corté, hasta que el vestido que representaba mi futuro con Máximo no fue más que un montón de jirones de seda a mis pies.