Venganza de una Mera Sirvienta
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Capítulo 4

El día de mi cumpleaños llegó sin fanfarria. Máximo, sorprendentemente, me dijo que tenía una reserva en uno de los restaurantes más caros de Sevilla. Una sorpresa, dijo.

Me vestí con un vestido sencillo, uno que él no había visto. Cuando llegamos, la mesa estaba decorada con pétalos de rosa. Por un instante, una estúpida parte de mí pensó que quizás, solo quizás, las cosas podían arreglarse.

Pedimos la cena. Máximo hablaba sin parar de su próxima gira, de sus éxitos, de lo indispensable que era para la compañía. Yo escuchaba, asintiendo de vez en cuando.

Justo cuando iban a traer el postre, su teléfono vibró. Lo miró y una sonrisa se dibujó en su rostro. Era un mensaje de Camila.

"Tengo que irme un momento", dijo, levantándose. "Camila está en el parque de al lado, quiere que la empuje en los columpios. No tardo".

Lo vi marcharse. Me quedé sola en la mesa de lujo, con los pétalos de rosa y la promesa de una tarta de cumpleaños que nunca llegó.

Desde la ventana del restaurante, podía ver el parque. Y los podía ver a ellos. Máximo empujaba a Camila en un columpio, cada vez más alto. Sus risas llegaban hasta mí, mezcladas con la música del local. Parecían una pareja de adolescentes enamorados.

Pagué la cuenta y salí. No fui hacia el parque. Caminé en dirección contraria, hacia la noria gigante que llaman "El Ojo de Sevilla".

Subí a una de las cabinas, sola. Mientras la noria ascendía lentamente, la ciudad se extendía a mis pies, un mar de luces parpadeantes. Desde arriba, todo parecía pequeño e insignificante. Mis problemas, mi dolor, mis ocho años perdidos.

Cerré los ojos y pedí un deseo. Un deseo de renacer.

Esa noche, cuando volví al apartamento vacío, escribí una nota.

"Máximo, se acabó. Te dejo las llaves. Adiós".

La dejé sobre la encimera de la cocina, junto a la paella fría que nunca se comió. Cogí mis últimas cajas y cerré la puerta detrás de mí sin mirar atrás.

Conduje toda la noche, hasta llegar a la finca de olivos de mis padres. El olor a tierra y a aceite de oliva me recibió como un abrazo. Era mi hogar. Mi verdadero hogar.

                         

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