De Esposa Abandonada a Reina Imparable
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Capítulo 1

La rueda de prensa en la azotea del hotel más lujoso de Madrid era un caos.

Cámaras por todas partes, reporteros gritando preguntas, el viento agitando el pelo de Sofía, la actriz del momento.

Estaba de pie, al borde, con el rostro lleno de lágrimas.

"No puedo más," sollozó, mirando al vacío. "Este escándalo me ha destruido, y ahora... ahora estoy embarazada."

El silencio cayó sobre la multitud.

Yo veía la escena en la televisión de la pequeña galería de arte donde trabajaba, un lugar tranquilo que era mi refugio. Mi corazón se detuvo.

Entonces, como un héroe de telenovela, apareció mi esposo, Mateo.

Corrió hacia ella, la apartó del borde y la abrazó frente a todas las cámaras.

Su voz, amplificada por docenas de micrófonos, resonó en todo el país.

"Tranquila, Sofía. Estoy aquí. Yo me haré cargo de todo."

Miró directamente a las cámaras, con una expresión de solemne protección.

"El hijo que espera Sofía... es mío."

Mi mundo se hizo añicos.

El teléfono de la galería empezó a sonar sin parar. Eran llamadas de burla, de lástima. Me convertí, en un instante, en el hazmerreír de toda España. La esposa engañada y abandonada en público.

Esa noche, Mateo llegó a nuestro apartamento. No parecía culpable, sino agotado y tenso.

"Elena, tenemos que hablar," dijo, sin mirarme a los ojos.

No dije nada. Esperé.

"Lo de hoy... fue necesario," continuó. "La carrera de Sofía estaba en juego, su salud mental. Amenazó con saltar. ¿Qué querías que hiciera?"

"¿La verdad, Mateo? Podrías haber dicho la verdad."

Él suspiró, frustrado.

"La verdad no importa ahora. Lo que importa es controlar el daño. Te necesito."

Se acercó, intentó tomar mis manos, pero las aparté.

"Esto pasará, Elena. Te prometo que en unos meses, nadie se acordará. Lo compensaré. Pero ahora, necesito que me apoyes."

Suplicaba, pero sus ojos estaban fríos. No había amor en ellos, solo cálculo.

Yo, todavía aferrada a los tres años de matrimonio que creía reales, sentí una punzada de mi vieja debilidad.

"¿Qué quieres que haga?", pregunté con un hilo de voz.

Su rostro se relajó un poco. Creyó que me tenía.

"Hay un pequeño problema fiscal en mi empresa. Necesito un chivo expiatorio para desviar la atención de la prensa. Mi abogado preparará una declaración. Dirás que fue un error tuyo, una mala gestión de un fondo de inversión que te di."

Me quedé helada. Quería que asumiera la culpa de un delito.

"Eso... eso arruinará mi reputación," susurré.

"Tu reputación no es la de una estrella internacional," dijo con dureza. "A nadie le importará en una semana. A ella la destruiría para siempre."

Sentí náuseas. Pero lo peor estaba por venir.

Se sentó a mi lado, su voz bajó a un susurro conspirador.

"Y hay algo más, Elena."

Hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas para la peor de las traiciones.

"Tú también estás embarazada."

No era una pregunta. Lo sabía. Llevábamos semanas sabiendo que yo esperaba a nuestro primer hijo.

Asentí, sin poder hablar.

"Sofía no puede soportar el estrés," dijo Mateo, su voz sin una pizca de emoción. "Saber que mi esposa también espera un hijo mío... la destrozaría. Su médico dice que su ansiedad es severa. No podemos arriesgarnos."

Me miró fijamente, sus ojos oscuros y vacíos.

"Tienes que abortar, Elena."

            
            

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