De Esposa Abandonada a Reina Imparable
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Capítulo 3

Cuando llegué a nuestro ático con vistas al Retiro, la puerta estaba abierta.

Dentro, Sofía, vestida con un caro pijama de seda, dirigía a dos empleadas que estaban vaciando mi armario.

"No, esa blusa no. Es de la temporada pasada," decía con aire de suficiencia. "Ponedla en la caja de donaciones."

Me vio en la entrada y sonrió, una sonrisa venenosa.

"Elena, querida. Qué sorpresa. Mateo me ha dicho que me instale aquí. Por el bebé, ya sabes. Necesito estar tranquila y bien atendida."

Se acercó, pasando una mano por su vientre todavía plano.

"Espero que no te importe. Al fin y al cabo, pronto este dejará de ser tu hogar."

La miré, pero ya no sentía el dolor punzante de antes. Solo un frío desprecio.

"Tienes razón," dije con calma. "No es mi hogar."

Pasé de largo, fui a mi estudio, recogí mi portátil y unos documentos personales. Ella me siguió.

"Mateo está muy preocupado por mí," continuó, disfrutando de su poder. "Dice que hará cualquier cosa para que yo y nuestro hijo estemos bien."

No respondí.

Esa noche era la fiesta de cumpleaños de Sofía. Se celebraba en el club más exclusivo de Madrid. Sabía que Mateo estaría allí, adulándola.

Me puse el único vestido de diseño que conservaba de mi vida anterior, un sencillo pero elegante vestido negro. Cuando entré en la fiesta, todas las conversaciones cesaron. Las miradas se clavaron en mí, llenas de morbo y desdén.

Vi a Mateo al lado de Sofía, que estaba sentada en una especie de trono improvisado, abriendo regalos.

Caminé directamente hacia ellos, ignorando los susurros.

"Mateo," dije, mi voz clara y firme.

Él se giró, su rostro una mezcla de sorpresa y enfado.

"¿Elena? ¿Qué haces aquí?"

"He venido a traerte esto."

Puse la carpeta con los papeles del divorcio en sus manos.

Sofía soltó un grito ahogado.

"¿Divorcio? Mateo, ¿qué significa esto? ¡Me prometiste que te encargarías de ella!"

De repente, se levantó, se tambaleó y cayó al suelo de forma aparatosa, agarrándose el vientre.

"¡Ay! ¡Me ha empujado!", gritó, mirando a Mateo con los ojos llenos de lágrimas falsas.

La sala estalló en un caos de gritos y acusaciones.

Mateo ni siquiera me miró. Su rostro se contrajo de furia.

"¡Mira lo que has hecho!", me gritó, arrojando los papeles de divorcio al suelo. "¡Estás loca!"

Se arrodilló junto a Sofía, protegiéndola. "Llamad a una ambulancia, rápido."

La gente se agolpó a nuestro alrededor. Alguien, en el tumulto, me empujó con fuerza. Perdí el equilibrio y caí hacia atrás, golpeándome la cabeza contra el borde afilado de una mesa de mármol.

Sentí un dolor agudo y el calor de la sangre corriendo por mi nuca.

Me quedé en el suelo, aturdida y sangrando.

Nadie se acercó. Nadie me ayudó.

Todos los ojos estaban puestos en la pareja perfecta: el CEO heroico y la actriz víctima. Yo era solo un obstáculo, una loca olvidada en el suelo.

                         

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