El Secreto de la Bodega Maldita
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Capítulo 3

La desesperación es un veneno lento. Te paraliza.

Pero yo no puedo quedarme quieto. Tengo que hacer algo.

Llamo a la Guardia Civil.

Mi voz tiembla al dar la dirección. Les hablo de agresiones continuadas, de abuso psicológico.

Tardan una hora en llegar. Son dos agentes, un hombre mayor y una mujer joven. La mujer, la agente Serrano, parece competente y seria.

Mi padre los recibe en la puerta, todo sonrisas y cooperación.

"Agentes, pasen, por favor. Lamento que mi hijo les haya hecho perder el tiempo. Está... pasando por una mala racha".

La agente Serrano me mira, evaluando el moratón en mi mejilla.

"Hemos recibido una denuncia por agresión, señor alcalde. Tenemos que investigar".

"Por supuesto, por supuesto", dice mi padre. "Pero entenderán que es un asunto familiar muy delicado. Una vergüenza que preferiríamos mantener en privado".

Se inclina hacia ellos, bajando la voz.

"La raíz del problema está... allí". Señala por la ventana, hacia la bodega. "Es una cuestión que afecta a las mujeres de la familia. Una norma ancestral, muy nuestra. Para que entiendan de verdad, la agente Serrano debería verlo por sí misma. Solo ella".

El agente mayor asiente, como si fuera lo más normal del mundo.

"Entiendo. Las tradiciones de los pueblos...".

La agente Serrano frunce el ceño.

"No me gustan los secretos, señor alcalde".

"A mí tampoco, agente. Por eso quiero que vea la verdad con sus propios ojos. Para que pueda cerrar este caso con conocimiento de causa".

Ella me mira. Veo duda en sus ojos, pero también curiosidad. Y el peso de la autoridad de mi padre.

"Está bien", dice finalmente. "Iré. Pero mi compañero esperará aquí".

"Como desee", responde mi padre.

Los veo caminar por la calle. Mi padre y la agente Serrano. Entran en la bodega.

El agente mayor se queda conmigo en el salón. Intenta sacarme conversación, pero yo solo puedo mirar la puerta.

El tiempo se vuelve a estirar. Diez minutos. Veinte.

La puerta de casa se abre. Es la agente Serrano. Sola.

Su cara ha cambiado. La profesionalidad ha sido reemplazada por una mueca de profundo asco.

Me mira.

Y yo ya sé lo que viene.

"Hemos evaluado la situación", dice, con una voz fría y distante. "Consideramos que se trata de un asunto doméstico. No hay base para una intervención policial".

"Pero... la agresión... mi tía...", balbuceo.

"Le recomiendo que busque ayuda profesional, señor", me interrumpe. "Su familia solo está intentando... contenerlo".

Se da la vuelta, sin mirarme más.

"Vámonos, compañero. Aquí no hay nada que hacer".

Salen de la casa. El coche de la Guardia Civil arranca y se aleja.

Mi padre entra, silbando una melodía.

"Ves, Javier. Nadie te va a creer. Porque la verdad... es demasiado horrible".

Se acerca y me da una palmada en el hombro.

"Acepta tu destino. Es lo único que te queda".

Me quedo allí, en medio del salón, mientras el mundo que conocía se desmorona a mi alrededor.

Todos. Todos se vuelven en mi contra.

¿Qué demonios hay en esa bodega?

                         

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