Pago Extra para Ser Amiga
img img Pago Extra para Ser Amiga img Capítulo 3
4
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

Mateo me alcanzó y se agarró a la pernera de mi pantalón. Su pequeña mano tiraba de mí con una fuerza sorprendente.

Me agaché, preocupada. Pensé que Carmen lo había enviado para disculparse a través de él. Qué ilusa.

«¿Qué pasa, Mateo?», le pregunté con suavidad.

El niño me miró con sus grandes ojos, que de repente se llenaron de lágrimas. Y entonces, gritó. Gritó con toda la fuerza de sus pulmones, atrayendo las miradas de todos los que pasaban por la concurrida calle Fuencarral.

«¡Sofía, no has pagado! ¡Mi mamá dice que tienes que pagar!».

La gente empezó a pararse. A cuchichear. Me sentí desnuda, juzgada.

Intenté calmarlo. «Mateo, esto es un asunto de mayores. Vamos a hablar con tu mamá».

Pero él no me escuchaba. Seguía tirando de mi ropa, su voz subiendo de tono, casi un chillido.

«¡Mi mamá dice que eres mala! ¡Dice que tienes que pagar porque tu familia tiene muchas tierras y eres nuestra pringada!».

Pringada.

La palabra me golpeó. No era una palabra que un niño de cinco años usara por sí mismo. Era una palabra aprendida. Una palabra que había oído en casa, repetida una y otra vez.

La sangre se me heló. La humillación pública era su plan.

Levanté la vista y vi a Carmen en la puerta del taller, observando la escena con los brazos cruzados. No había vergüenza en su cara, solo un desafío frío.

Y entonces, como salida de la nada, apareció Lucía.

«¡Dios mío! ¿Qué está pasando aquí?», exclamó, fingiendo sorpresa.

Corrió hacia nosotros y apartó a Mateo.

«Mateo, cariño, no se grita. Sofía es nuestra amiga».

Luego se volvió hacia mí, con una expresión de falsa preocupación. «Sofía, lo siento mucho. Carmen está muy estresada, el negocio no va bien...».

«Ahórratelo, Lucía», la corté. Mi voz era un témpano de hielo. «Sé perfectamente lo que estáis haciendo».

La máscara de Lucía se resquebrajó. Su mirada se endureció y su voz se llenó de un veneno que nunca antes había oído.

«Tú no lo entiendes, Sofía. No tienes ni idea. Con tu vida tan fácil, tus bodegas, tu dinero. ¿Qué sabrás tú de luchar por algo?».

Ahí estaba. La envidia. El resentimiento que había estado ocultando durante años detrás de una falsa amistad.

La gente seguía mirando. Algunos sacaban sus móviles.

Me sentí atrapada en una pesadilla.

                         

COPYRIGHT(©) 2022