Sofía, hija de bodegueros riojanos, nunca tuvo que preocuparse por el dinero. Quizás por eso sentía una deuda con el esfuerzo de Lucía, su compañera de universidad de Extremadura. Cuando Carmen, la hermana de Lucía, soñó con un taller de cerámica en Madrid, Sofía no dudó en ayudar, prestando una importante suma sin firmar nada. El taller "Barro y Alma" se convirtió en su segundo hogar; Sofía lo apoyaba incondicionalmente, llevando amigos y comprando a precio completo.
Pero la confianza se hizo añicos por una casualidad. Una colega le mostró, emocionada, un grupo de WhatsApp "secreto": "Amigos del Taller". Allí, ofrecían 20% de descuento y cocción gratis. Me quedé helada. A mí, la inversora que había pagado por el horno, siempre me habían cobrado 15 euros por cocción, y mi "descuento de amiga" era un vago 10% que a veces olvidaban.
La rabia me consumió. Al enfrentar a Carmen, la ceramista usó a su hijo Mateo, de cinco años, para armar un escándalo público en plena calle, gritando que Sofía era "mala" y "pringada". Lucía, la supuesta amiga, apareció fingiendo sorpresa para luego revelar un resentimiento y envidia ocultos. Las amenazas veladas del novio de Carmen, Javier, completaron la humillación. Después, Carmen irrumpió en una importante presentación de Sofía en su agencia, intentando arruinar su carrera con otro drama público.
¿Cómo era posible tanta vileza? ¿Cómo pudieron usar a un niño para humillarla de esa manera? La "Sofía generosa y confiada" no existía más. Solo quedaba la punzada helada del desprecio y la abyecta traición. ¿Creían que era una ingenua a la que podían desplumar impunemente?
Se habían equivocado. Habían olvidado, o ignorado, de quién era hija Sofía. En esos instantes, la mujer ingenua murió. Había nacido una nueva Sofía, estratega y letal. La hija de mi padre. El juego no había hecho más que empezar.