El Sabor del Primer Bocadillo
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Capítulo 1

Mi vida en el instituto se medía en unidades de hambre.

El timbre del recreo era una tortura, el sonido que anunciaba que todos sacarían sus almuerzos mientras yo solo podía tragar saliva.

Aquel día, el olor del bocadillo de Mateo era especialmente insoportable, jamón serrano y tomate, un lujo que yo no podía ni soñar.

Lo miré.

No pude evitarlo.

Él, un pijo de libro con su polo de marca y sus zapatillas impecables, masticaba lentamente, ajeno a mi desesperación. O eso creía yo.

Dejó de comer y me miró fijamente.

"¿Quieres?"

Su voz era normal, sin rastro de lástima, lo que lo hizo peor. El orgullo me quemaba la garganta.

"No, gracias."

Mentí. Mi estómago rugió traicionándome.

Él sonrió, una sonrisa fácil que nunca había visto en mi barrio. Partió su enorme bocadillo por la mitad con una precisión sorprendente.

"Toma. Es demasiado para mí."

Empujó la mitad hacia mi lado de la mesa.

Lo miré, luego miré el pan. La necesidad era más fuerte que mi orgullo. Pero no podía aceptarlo gratis.

"Te hago los deberes de matemáticas."

Él levantó una ceja.

"Todos."

Añadí, con la voz firme.

Se encogió de hombros.

"Vale."

Ese fue nuestro pacto. Un bocadillo por un aprobado. Él me daba de comer y yo le aseguraba pasar de curso. Una transacción simple, limpia.

Cada mañana, llegaba con una bolsa de papel. A veces era tortilla de patata, otras veces lomo con pimientos. Comidas que mi madre nunca cocinaba.

Mi madre.

Esa noche, cuando llegué a casa, ella me esperaba con los brazos cruzados.

"¿Otra vez tarde? ¿Crees que el dinero crece en los árboles? Deberías estar trabajando, no perdiendo el tiempo con libros."

"Estaba en la biblioteca."

"La biblioteca no paga las facturas. Tu prima, con tu edad, ya está casada y ayuda en casa. Tú solo eres una carga."

No respondí. Aprendí hace mucho que el silencio era mi única defensa.

Me fui a mi habitación, una pequeña cueva fría, y me puse a hacer los deberes de Mateo. Eran fáciles. Su mente perezosa era mi salvación. Mientras resolvía sus ecuaciones, el recuerdo del sabor de su bocadillo me mantenía en marcha. Era más que comida, era una tregua en mi guerra diaria.

            
            

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