Vuelvo a La Mañana que Comienza Todo
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Capítulo 1

Lo último que sentí fue el frío del acero.

Mi hermano, Javier, me sujetaba con una fuerza que nunca había conocido. Sus ojos, que antes me miraban con cariño, ahora ardían con un odio demencial.

"Tú y Elena", siseó, con el aliento oliendo a vino caro y a locura, "la matasteis. Destruisteis mi vida por celos".

No pude responder. La sangre llenaba mi boca.

Isabela. Todo era por Isabela.

Él se había llevado a toda la seguridad de la finca para irse con ella a una estúpida fiesta en un yate en Ibiza. Nos dejó indefensos.

Cuando los sicarios de nuestros rivales entraron, mataron a Elena, su esposa embarazada. A mi sobrino Mateo, de tres años, le cortaron las manos mientras intentaba protegerme.

Y ahora, mi propio hermano, manipulado por una nota falsa que Isabela dejó antes de desaparecer, me estaba matando a mí.

"Esto es por Isabela", fue su última palabra.

Luego, la oscuridad.

Un estruendo de cristales rotos me devolvió a la vida.

Abrí los ojos de golpe. Estaba en mi cama, en la finca. El olor a lavanda de las sábanas era real. El corazón me martilleaba en el pecho.

Otro golpe, más fuerte, desde la planta baja. La puerta principal.

Estaban aquí.

No era un sueño. Había vuelto. Justo al principio de la tragedia.

Salté de la cama, ignorando el mareo. Corrí descalza por el pasillo helado hasta la habitación de Javier. Estaba vacía, como esperaba.

Fui a la habitación contigua. Elena, mi cuñada, se despertó asustada por el ruido. Mateo dormía a su lado, abrazado a un osito de peluche.

"Sofía, ¿qué es ese ruido?", preguntó, con la voz somnolienta y la mano sobre su vientre de siete meses.

"No hay tiempo", le dije, tirando de su brazo. "Tenemos que irnos. Ahora".

Agarré a Mateo de su cuna. El niño se quejó en sueños pero no se despertó.

"¿Irnos? ¿A dónde? ¿Qué pasa?", Elena estaba confundida, asustada.

"Solo confía en mí", supliqué, arrastrándolos por el pasillo hacia la biblioteca.

Ignoré el teléfono de la casa. Llamar a Javier era inútil, una pérdida de tiempo precioso que nos costaría la vida. En mi bolsillo, mi móvil se sentía como un ladrillo.

Marqué el 112, el número de emergencias de la Guardia Civil.

"Hay un asalto en la Finca Valbuena", dije con la voz temblorosa pero firme. "Están forzando la entrada. Necesitamos ayuda urgente".

Mientras hablaba, empujé una estantería que ocultaba una puerta secreta. Era la entrada a la bodega vieja, un laberinto de túneles que solo la familia conocía.

"Por aquí", le insistí a Elena.

Los golpes en la puerta principal se convirtieron en el sonido de la madera astillándose.

Estaban a punto de entrar.

            
            

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