Los 7 Años que Me Gastó
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Capítulo 1

Llevábamos siete años juntos.

Siete años en los que Mateo nunca me compró un solo regalo.

Aun así, cuando me propuso matrimonio en nuestro pequeño piso de Sevilla, con un anillo que claramente había costado un gran esfuerzo para su tacañería, lloré de felicidad.

Creí que mi amor y mi paciencia finalmente habían dado sus frutos.

Mi alegría duró menos de veinticuatro horas.

Al día siguiente, mientras yo miraba el anillo en mi dedo, soñando con el futuro, él se sentó a mi lado.

"Sofía, cariño, he estado pensando" .

Su tono era extrañamente serio.

"El anillo es precioso, pero es un gasto enorme. Podríamos devolverlo y usar ese dinero para algo más práctico" .

Me quedé helada, mirándolo sin poder creerlo.

"¿Devolver... el anillo de compromiso?" .

"Sí, es lo más inteligente. Además, he mirado lo de la pareja de hecho. Hay que pagar una tasa de 20 euros para registrarse" .

Hizo una pausa, como si esperara que yo entendiera su lógica.

"Me parece un gasto innecesario, ¿no crees? Ya vivimos juntos, no necesitamos un papel que lo diga" .

Ese día, la pequeña grieta que había ignorado durante siete años se convirtió en un abismo.

Le devolví el anillo sin decir una palabra. Él lo tomó, aliviado, y salió.

Poco después, me enteré por un conocido de Jerez que Mateo no había devuelto el anillo.

Se lo había regalado a Isabel, su amiga de la infancia, la heredera de la otra gran bodega.

No era un anillo de compromiso para ella. Era un "regalo entre amigos" .

Un regalo que a mí, su novia de siete años, nunca me hizo.

Y hoy, tres meses después de aquello, las noticias de su boda civil con Isabel inundaban todas las revistas de sociedad.

La boda del heredero de las bodegas Valdespino con la hija de los bodegueros Garrido.

Una alianza perfecta. Un negocio redondo.

Mi abuelo, la única familia que me quedaba, vio la noticia en la televisión.

Su corazón no lo soportó.

El médico del hospital público fue claro: necesitaba 15.000 euros para una operación urgente en una clínica privada, o mi abuelo moriría.

No tenía el dinero.

Durante siete años, le había dado a Mateo cada céntimo de mi sueldo como artesana para que lo "guardara" por mí. Él controlaba mis finanzas, decía que era mejor para nuestro futuro.

Ahora sabía que no había futuro.

Pero necesitaba mi dinero.

Mi abuelo me necesitaba.

Así que me puse el único vestido decente que tenía y conduje hasta Jerez, hasta la fiesta de compromiso que celebraban en la bodega familiar.

Sabía que era mi última oportunidad.

            
            

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