La puerta del piso no estaba cerrada con llave.
Entré con el corazón en un puño. El lugar olía a él, a su colonia cara y a su ausencia.
Mi pasaporte estaba en el cajón de la mesita de noche, junto a una foto nuestra de los primeros años, cuando aún creía en sus promesas.
La cogí y la metí en mi bolso, junto al pasaporte.
Justo cuando me daba la vuelta para irme, la puerta principal se abrió.
Era Mateo.
Entró eufórico, con las mejillas sonrosadas por el vino y el éxito. Acababa de cerrar un gran acuerdo con la familia de Isabel.
Me vio y su sonrisa se ensanchó, una sonrisa de arrogancia y posesión.
"Sofía, sabía que volverías. Entiendo que estés enfadada, pero no tienes que ser tan dramática" .
Se acercó, intentando abrazarme. Me aparté como si me diera una descarga eléctrica.
Él frunció el ceño, molesto por mi rechazo.
"Mira, sé que me equivoqué. Hablemos las cosas. Para compensarte, te daré lo que siempre has querido" .
Hizo una pausa dramática, como si me estuviera ofreciendo el mundo.
"Organizaremos una boda por todo lo alto en la Catedral de Sevilla. La más grande que la ciudad haya visto. Así tu abuelo podrá presumir ante todos sus amigos" .
El aire se me escapó de los pulmones.
El dolor, la rabia y la pena que había mantenido a raya durante días, explotaron.
Lo miré, y por primera vez, vio el vacío en mis ojos.
"Mi abuelo ha muerto, Mateo" .
Su sonrisa se desvaneció. La euforia en su rostro se transformó en confusión.
"¿Qué?" .
"Murió en Nochevieja. Mientras tú celebrabas tu compromiso" .
Se quedó sin palabras, parpadeando, intentando procesar la información.
No por pena.
Sino porque mi tragedia personal había arruinado su gran momento de magnanimidad.