Venganza De La Sombra
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Capítulo 1

El día de mi audición para el Ballet Nacional de España, el sol de Madrid quemaba el asfalto. Mateo conducía su descapotable por la autovía, con una mano en el volante y la otra sobre mi rodilla.

"Vas a dejarlos sin palabras, mi vida", me dijo. Su sonrisa era tan brillante como su futuro de matador.

Yo sonreía, nerviosa pero feliz. Esta audición era la culminación de toda mi vida, de cada hora de ensayo en nuestro pequeño piso de Sevilla, de cada sueño que había compartido con él.

Entonces, su teléfono sonó.

El nombre en la pantalla era Isabella.

La cara de Mateo se tensó. Contestó la llamada, su voz cambió, se volvió grave y preocupada.

Yo no podía oír lo que ella decía, solo escuchaba fragmentos de la respuesta de Mateo. "Tranquila... Lo solucionaré... Voy para allá ahora mismo".

Colgó y pisó el freno, deteniendo el coche en el arcén de la autovía.

"¿Qué pasa?", pregunté, mi corazón empezando a latir con fuerza.

"Isabella", dijo, sin mirarme. "Van a subastar a 'Victorioso', el último toro de la ganadería de su familia. Es lo único que les queda de honor".

"Mateo, mi audición es en menos de una hora. No puedo llegar tarde".

Él finalmente me miró, pero sus ojos estaban distantes, ya no estaban conmigo. "Sofía, esto es importante. Es la familia de Isabella. Su honor".

"¿Y mi sueño? ¿Mi carrera? ¿Eso no es importante?", mi voz temblaba.

"No es más que una audición, Sofía", dijo, su tono ahora impaciente. "Habrá otras. Esto es una emergencia".

Se bajó del coche, rodeó el capó y abrió mi puerta. "Coge un taxi. Yo tengo que irme".

Me quedé sentada, paralizada, mientras él volvía a su asiento, arrancaba el motor y se alejaba a toda velocidad, dejándome allí, en medio de la nada, con mi vestido de baile y mis sueños rotos.

La desesperación me hizo actuar. Empecé a hacer señas a los coches que pasaban, corriendo por el arcén. Un coche frenó bruscamente para evitarme y, al dar un paso atrás, mi tobillo se dobló de una forma horrible.

Caí al suelo. Un dolor agudo, insoportable, subió por mi pierna.

Sabía, incluso antes de que los médicos me lo confirmaran, que era grave.

Llamé a Mateo. Una vez. Dos veces. Diez veces.

Finalmente, contestó.

"¿Qué quieres ahora, Sofía?", espetó, su voz llena de irritación. Se oía el ruido de una multitud de fondo.

"Mateo, me he caído. Me he hecho daño en el tobillo, creo que está roto. No puedo moverme", lloré.

Hubo una pausa. Luego, su voz, fría como el acero. "No seas tan dramática. Llama a una ambulancia. Estoy ocupado".

Y colgó.

Al día siguiente, en la cama del hospital, con el tobillo escayolado y un diagnóstico que ponía fin a mi carrera, vi la noticia.

La portada de todas las revistas del corazón mostraba a Mateo, radiante, al lado de una sonriente Isabella. Entre ellos, un imponente toro negro.

El titular decía: "El matador Mateo Vargas salva el honor de su amor de la infancia".

Miré la foto. Mateo. Isabella. El toro.

Sentí un vacío inmenso en el estómago.

Mi carrera estaba acabada. Y mi vida con él, también.

            
            

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