Una semana después, Mateo me esperaba a la salida del restaurante.
Apoyado en un coche deportivo que valía más que todo mi edificio, sonreía como si me estuviera haciendo el favor de su vida.
"Sofía. Me impresionaste la otra noche", dijo.
Jugué mi papel. Bajé la mirada, me sonrojé un poco. "No debería haberle hablado así a su amiga."
"Olvídala. ¿Cenamos?"
Acepté.
Así empezó el juego.
Me llevó a los sitios más caros de Madrid. Me compró vestidos que costaban más que mi alquiler de seis meses. Me hablaba de yates, de viajes a islas privadas, de un mundo que yo solo había visto en revistas.
Yo actuaba fascinada. Abría mucho los ojos. Hacía preguntas tontas sobre el caviar.
Dos semanas después, me dio las llaves de un apartamento en el barrio de Salamanca. El mismo barrio que Isabel.
"No puedes seguir viviendo en ese sitio", dijo, con una mueca de asco al recordar mi pequeño piso en Vallecas.
El apartamento era enorme, con vistas al Parque del Retiro. Tenía un vestidor más grande que mi antiguo salón.
"¡Es increíble, Mateo! ¡Nunca he visto nada igual!", exclamé, abrazándolo.
Él sonrió, satisfecho. El cazador admirando a su presa.
Esa misma noche, mientras él dormía en la cama de sábanas de seda, yo empecé mi verdadero trabajo.
Saqué fotos a todos los vestidos, bolsos y zapatos de marca que me había comprado. Creé un perfil en una plataforma de alquiler de moda de lujo.
Mi primera clienta fue una pequeña influencer que necesitaba un vestido de Chanel para un evento. Le cobré 200 euros por una noche.
El dinero entró en una cuenta bancaria que abrí a nombre de una empresa fantasma: "Alma Sostenible".
Durante el día, era la novia deslumbrada de Mateo. Iba de compras, a fiestas, a comidas interminables.
Por la noche, empaquetaba vestidos en cajas, coordinaba envíos y respondía a decenas de correos.
Y en las horas muertas, entre un tratamiento de belleza y una copa de champán, estudiaba.
"Me he apuntado a unos cursos para... bueno, para encajar mejor en tu mundo", le dije a Mateo un día, mostrándole un folleto de un curso de historia del arte.
Él se rió. "Buena chica."
Lo que no sabía era que, con el dinero que él me daba para "mis caprichos", estaba pagando un máster online en una de las mejores escuelas de negocio. Gestión de empresas. Marketing digital. Finanzas.
Él me estaba dando las herramientas para destruirlo, y ni siquiera se daba cuenta.