Siete Años en la Sombra: Cuando la Memoria Regresó
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Capítulo 1

El olor a antiséptico y el pitido rítmico de una máquina llenaron mis sentidos.

Abrí los ojos.

Una luz blanca y cegadora me obligó a cerrarlos de nuevo.

Mi cabeza palpitaba con un dolor sordo y profundo.

Intenté moverme, pero cada músculo protestó.

"Javier, por fin despiertas."

La voz era de Mateo. Mi mejor amigo. Lo vi a mi lado, con ojeras profundas y una expresión de alivio y preocupación.

"¿Qué pasó?" , pregunté, mi voz era un susurro ronco.

"Tuviste un accidente. En la moto. En el Periférico, llovía a cántaros."

Asentí lentamente, los fragmentos del recuerdo volvían: el asfalto mojado, el derrape, el sonido metálico de la moto contra el guardarraíl.

Recordaba a Mateo, a mis padres, mi trabajo como arquitecto. Recordaba todo, excepto una cosa.

"¿Dónde está Isabella?" , pregunté.

Mateo se tensó. Su mandíbula se apretó.

"Ella no está aquí."

"¿Por qué? ¿Está bien?"

Mi amigo desvió la mirada, luchando por encontrar las palabras.

"Javier... Isabella te dejó allí. En medio de la tormenta."

Fruncí el ceño, confundido.

"No tiene sentido. Íbamos a cenar."

"No," dijo Mateo, su voz firme y llena de una ira contenida. "Ella recibió una llamada. Era Ricardo. Su exnovio. Volvía de Barcelona esa misma noche. Te dijo que tenías que llevarla al aeropuerto, ahora mismo."

"¿Ricardo?"

"Le dijiste que era una locura, que la lluvia era un diluvio. Discutieron. Ella se bajó de la moto, te gritó que eras un egoísta y se fue en un taxi para recogerlo. Tú, furioso y herido, aceleraste. Y entonces... pasó."

La historia sonaba ajena, como la trama de una película mala. No sentía nada. Ni amor, ni dolor, ni traición. Solo un vacío desconcertante.

"No la recuerdo," confesé. "Recuerdo su nombre, sé que es tu hermana. Pero no siento nada. Es como si hablaras de una extraña."

Mateo me miró, sus ojos se abrieron con sorpresa.

"¿No recuerdas nada de ella? ¿De los últimos siete años?"

Negué con la cabeza.

El médico lo llamó amnesia selectiva. Un trauma tan fuerte que mi cerebro había decidido borrar la fuente del dolor.

Cuando me dieron el alta y volví a mi apartamento, Mateo me ayudó a instalarme.

"Necesitas tu laptop," dijo, pasándomela.

La encendí. Pedía una contraseña.

"No la sé," admití.

Mateo suspiró.

"Prueba con su cumpleaños. 0805."

Tecleé los números. La pantalla se desbloqueó.

Sentí un escalofrío.

Abrí la galería de fotos de mi teléfono. Cientos de imágenes. Todas de ella. Isabella. La mayoría tomadas desde lejos, sin que ella se diera cuenta. En cafés, en parques, saliendo de la oficina. Era la colección de un acosador.

En mi estudio, sobre la mesa de dibujo, había cuadernos de bocetos. Edificios, puentes, casas. Todos llevaban su nombre o sus iniciales. Diseños inspirados en una mujer que ahora era un fantasma en mi mente.

Vi la evidencia de siete años de una obsesión unilateral y dolorosa.

Pero en lugar de amor, sentí una profunda incomodidad. Era como ver la vida de otra persona, una vida patética.

Miré a Mateo.

"Este olvido... es una bendición."

Él asintió, con una tristeza comprensiva en sus ojos.

"Quiero irme de aquí," dije, mi voz firme por primera vez desde el accidente. "Quiero volver a Guadalajara. Empezar de cero."

"¿Estás seguro?"

"Nunca he estado más seguro de nada en mi vida."

Decidí que el hombre que había amado a Isabella Vargas había muerto en esa carretera. Y yo era el que había sobrevivido para empezar de nuevo.

            
            

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