Entre Cenas y Letras
img img Entre Cenas y Letras img Capítulo 2 Quemaduras y martillos
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Capítulo 6 No te rindas, aunque esté sellado a fuego lento img
Capítulo 7 Haiku en mousse y silencio img
Capítulo 8 La cuenta invisible img
Capítulo 9 Puffs, impresoras y karma gourmet img
Capítulo 10 El fuego que no puedes pagar img
Capítulo 11 Y si fingimos que esto es real img
Capítulo 12 Bienvenida al ecosistema img
Capítulo 13 Barra libre de problemas img
Capítulo 14 El arte de limpiar y casi romper una relación ficticia img
Capítulo 15 La Transformación img
Capítulo 16 La nota img
Capítulo 17 Lo siento img
Capítulo 18 Transmisión en vivo img
Capítulo 19 Una cena, una rosa img
Capítulo 20 La Esposa Llega Sin Reservación img
Capítulo 21 Dormir en casa img
Capítulo 22 Despertar... Con amor img
Capítulo 23 Foto... de amor img
Capítulo 24 Nos vamos, princesa img
Capítulo 25 Una camisa en la almohada img
Capítulo 26 Enferma de amor img
Capítulo 27 Zona VIP de Tentaciones img
Capítulo 28 El regreso img
Capítulo 29 Un beso que borró el mundo img
Capítulo 30 Problemas con sabor a menta img
Capítulo 31 Primer Tiempo: Capas de Deseo img
Capítulo 32 Segundo Tiempo: El Jardín del Instinto img
Capítulo 33 La Rubia de Ojos de Chocolate img
Capítulo 34 El Menú del Edén de Mi Diosa Rubia img
Capítulo 35 Limpieza Profunda img
Capítulo 36 Esposa... Domestica img
Capítulo 37 Mr. Right img
Capítulo 38 La Mesa Número 1 img
Capítulo 39 Caricias violetas img
Capítulo 40 Ursus img
Capítulo 41 Nuestra historia img
Capítulo 42 Mi desayuno quemado favorito img
Capítulo 43 Mi suegro img
Capítulo 44 ¿También es su hija img
Capítulo 45 Solo mío img
Capítulo 46 Amor, con A de Ay, este hombre img
Capítulo 47 Desayuno a la Carta img
Capítulo 48 El Eco del Silencio img
Capítulo 49 Te amo, así, completa img
Capítulo 50 La Propuesta Cromwell img
Capítulo 51 Porque eres tú img
Capítulo 52 Detalles que hablan más alto que mil palabras img
Capítulo 53 Bienvenida a Boreal img
Capítulo 54 Rosas y Corazones img
Capítulo 55 El peso del vacío img
Capítulo 56 Promesa entre versos y diamantes img
Capítulo 57 Armas biológicas y amor verdadero img
Capítulo 58 La Velada Valkiria img
Capítulo 59 Llama Primigenia img
Capítulo 60 Soufflé de Recuerdos img
Capítulo 61 La Valquiria Cazadora img
Capítulo 62 Valkiria al Valhalla img
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Capítulo 2 Quemaduras y martillos

El edificio todavía olía a pintura fresca y a decisiones impulsivas.

Había cajas por todas partes: vajillas sin desembalar, utensilios envueltos en plástico, estantes que colgaban de un solo tornillo como si cuestionaran su propia existencia. En una esquina, una aspiradora industrial se rendía ante la montaña de polvo que se acumulaba desde el primer ladrillo. Y en medio de todo eso, un hombre con delantal y expresión de genio mal dormido sostenía una tabla de cortar como si fuera el Santo Grial.

-Lemar, si esa luz no se arregla en los próximos cinco minutos, voy a colgarla con salsa demi-glace -gruñó Naethan Goodfry, sin levantar la vista de su plato.

Lemar Luduvic, un tipo de metro noventa, brazos como jamones curados y cara de "esto me parece una pérdida de tiempo pero lo hago porque te quiero, cabrón", golpeó el interruptor con la paciencia de un gorila en terapia.

-No deberíamos estar cocinando aún. No hay gas en la mitad de la cocina, los hornos no están calibrados, y ese refrigerador suena como si estuviera maldiciendo en noruego.

-Perfecto. Cocinaremos solo con lo que funcione. Así sabremos quién sobrevive a la presión. Como en la vida. O en MasterChef -respondió Naethan, mientras decoraba un platillo con pétalos de albahaca y una espuma ligera que olía a cítrico y arrogancia.

Lemar bufó. Pero no dijo nada. Porque aunque Naethan fuera una tormenta de ideas, de improvisaciones, de frases que no siempre tenían sentido... cuando cocinaba, se transformaba.

El caos se calmaba.

El mundo se ordenaba.

Era como ver una sinfonía sin partitura. Una coreografía sin ensayo.

-¿Qué es eso que estás haciendo? -preguntó Lemar, inclinándose hacia la tabla.

-Un postre.

-¿De desayuno?

-Sí. Se llama Despertar existencial. Base de galleta rota con café amargo, mousse de avellanas, reducción de licor de naranja y microtiras de bacon crujiente.

-¿Sabes que eso suena como una declaración de guerra a la lógica, no?

Naethan sonrió. Le gustaba romper las reglas. En el plato. En la vida. En el código de conducta del Departamento de Salud (pero solo un poco).

-La lógica nunca me hizo sentir vivo, Lem. La sorpresa sí.

El restaurante era pequeño, con grandes ventanales que daban a la calle. Aún sin cortinas. Aún sin nombre en el toldo. Pero Naethan ya lo veía lleno. Gente entrando con curiosidad. Saliendo con asombro. Opinólogos culinarios sin palabras. Críticos derrotados por su paladar.

Y justo entonces, mientras rociaba una línea perfecta de vinagre balsámico en espiral, la sintió.

Una mirada.

Se giró lentamente.

Y la vio.

Al otro lado de la calle, en una oficina de cristales grises, una mujer de cabello dorado y expresión entre incrédula y fascinada lo observaba como si acabara de salir de una dimensión alternativa.

Naethan arqueó una ceja. Ella no apartó la vista.

Interesante.

-¿Qué pasa? -preguntó Lemar, con un destornillador en la mano y la paciencia por los suelos.

-Nada... -dijo Naethan, bajando la mirada de nuevo al plato-. Solo creo que ya tenemos nuestra primera crítica.

-¿De la salud?

-Peor.

-¿Tu madre?

Naethan rió.

-Una rubia con cara de "tengo una tesis sobre la ineficiencia emocional de los hombres".

-Peligrosa.

-Deliciosa.

El horno sonó con un pitido agudo, anunciando que estaba vivo... o que acababa de morir, difícil de decir. Lemar fue a revisarlo, mientras Naethan, aún con media sonrisa, terminó de montar su platillo.

La cocina aún estaba patas arriba.

No había menú impreso, ni empleados contratados, ni una maldita cafetera que funcionara.

Pero había pasión. Y fuego. Y talento.

Y ahora, también, una rubia misteriosa que lo miraba como si fuera un error gramatical... o un poema por descifrar.

-¿Entonces ya decidiste el nombre o todavía seguimos con la lucha de egos mitológicos? -preguntó Lemar, dejando el destornillador en la barra mientras se limpiaba las manos con una toalla que alguna vez fue blanca.

Naethan se giró, aún con el plato en la mano como si fuera una obra de arte a punto de ser subastada.

-Estoy entre tres. Pero ya casi. Casi, casi. Como el punto exacto del caramelo antes de quemarse.

-Dios... -suspiró Lemar, con esa voz de quien ha escuchado demasiadas metáforas por minuto-. Dispara.

Naethan se acercó, apoyó el codo en la barra, como si fueran dos mafiosos en pleno trato clandestino, y enumeró con los dedos.

-Opción uno: Dragón Estelar.

-¿Otra vez con los dragones?

-¡Los dragones inspiran respeto, Lemar! Dignidad, fuego, elegancia... y estrellas. Piénsalo: suena a restaurante con estrella Michelin y soundtrack de Hans Zimmer.

-Suena a anime.

-Tu cara suena a anime -replicó Naethan sin perder la sonrisa.

-Opción dos: Estrella de Fuego. Más sobrio, más adulto, más... caliente -continuó, con un leve alzamiento de ceja que Lemar ignoró adrede.

-¿Y el tercero?

-La Cocina del Dragón y la Serpiente. Es místico, simbólico. Yin y yang. Fuego y veneno. Nosotros dos.

Lemar lo miró en silencio, luego bajó la cabeza como si necesitara un segundo para reorganizar su tolerancia.

-Naethan...

-Sí.

-Eso suena a restaurante que te da salmonella pero con buena presentación.

-¡Exacto! -Naethan alzó las manos, entusiasmado-. Es enigmático.

-Es sospechoso.

-¿Entonces votas por...?

Lemar pensó un momento. No porque no tuviera clara la respuesta, sino porque sabía que decirla en voz alta significaba firmar un pacto con el ego desbordado de su amigo.

-Dragón Estelar -dijo finalmente.

Naethan sonrió como si acabara de sacar una receta perfecta sin medir los ingredientes.

-Sí, ¿verdad? Tiene fuerza. Tiene estilo. Tiene nombre de algo que explota y brilla al mismo tiempo.

-Y lo más importante -añadió Lemar mientras volvía a tomar el destornillador-: se puede imprimir sin que la tipografía quede como maldición gitana.

-Eso también.

Se quedaron en silencio un instante. Naethan apoyó el plato sobre una caja y miró a su alrededor: cables colgando, herramientas por doquier, paredes a medio pintar y un horno que tosía cada vez que alguien lo miraba mal.

Pero en medio de todo eso, había algo más. Una idea. Una visión. Un sueño terco con delantal.

-Dragón Estelar -repitió, saboreando las palabras como si fueran parte de una receta secreta-. Suena como si fuéramos a hacer historia.

Lemar gruñó algo que podría haber sido un "sí", o un "ojalá", o un "solo falta que no nos explote el refrigerador".

Y justo en ese momento, una chispa saltó del enchufe de la licuadora industrial.

-Lo tomaremos como una señal -dijo Naethan, sin inmutarse.

            
            

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