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Lucia sirvió el café como quien carga municiones antes de una guerra. Dos tazas, poca azúcar, mucha amargura.
Victoria Mayers, su mejor amiga, confidente y ocasional cómplice de ideas vengativas con nombres en clave, la observaba desde el otro lado del escritorio.
-¿Y cómo te sientes? -preguntó Victoria, con esa voz que usaba cuando ya sabía la respuesta pero quería ver el desastre estético completo.
Lucia no respondió de inmediato. Se limitó a sentarse, cruzar las piernas y mirar su taza como si esperara que el café le contestara por ella.
-¿Cómo me siento? -repitió al fin-. Me siento como si me hubieran dado una patada en la entrepierna profesional. Como si hubieran usado mi currículum para envolver el almuerzo de Charles. Como si la editorial estuviera jugando al Monopoly con mi dignidad.
Victoria asintió con una mezcla de comprensión y regocijo.
-Perfecto. Entonces estás en la fase dos: el desdén con metáforas. Me preocupaste ayer cuando solo decías "está bien, está bien" mientras masticabas una grapa.
Lucia suspiró.
-No entiendo cómo alguien puede ser tan mediocre... y ser recompensado por ello. Charles no tiene talento, no tiene criterio, no sabe lo que es una narrativa transversal, y ayer confundió a Faulkner con un influencer de cocina en TikTok.
-Bueno, para ser justos, William Faulkner suena como nombre de chef con estrella Michelin -bromeó Victoria mientras se levantaba para mirar por la ventana-. Hablando de cocina, ¿ya viste lo que están haciendo enfrente?
Lucia levantó la mirada, apenas curiosa.
Y ahí estaba. Otra vez.
El nuevo restaurante. Las cajas. El caos. El chef.
Esta vez, el sujeto en cuestión estaba de pie sobre una escalera inestable, colgando un cartel blanco con letras enormes pintadas a mano. Victoria frunció el ceño.
-¿Dice... "Gran Apertura en 6 días. Ven a provar la revolución del sabor"?
Lucia se atragantó con el café.
-¿Provar con "v"?
-Oh, sí -confirmó Victoria-. Y no es lo peor. Mira el "revolución del sabor". Sin tilde. Y con una "s" sospechosamente dudosa.
-¡Santo Dios de la gramática y los diccionarios ilustrados! -exclamó Lucia, acercándose al cristal-. ¿Quién escribe eso y decide que es buena idea colgarlo en público? ¡Está a tres sílabas de ser un crimen tipográfico!
Victoria se echó a reír.
-Lo amo.
-Lo odio -dijo Lucia, aunque no se apartó de la ventana.
El chef -ahora sabían que se llamaba Naethan Goodfry, cortesía de la pequeña placa en la puerta- bajó de la escalera con la ligereza de alguien que no se da cuenta de que ha cometido un atentado ortográfico. Se sacudió las manos, dio un paso atrás, miró el cartel con orgullo... y sonrió.
Lucia lo miró con una mezcla de desprecio, confusión... y una mínima, imperceptible pizca de curiosidad.
-Tiene actitud, eso sí -murmuró, como si se lo dijera al vidrio y no a Victoria.
-¿Te das cuenta de que lo estás mirando como si estuviera sirviendo postre en slow motion?
-Lo estoy mirando como ciudadana preocupada. Ese cartel es una amenaza pública.
Victoria se volvió a sentar, con la taza aún humeando.
-¿Y cómo es él? ¿Naethan?
-No lo sé. No lo he escuchado hablar. Pero se mueve como si tuviera un beat interno. Es desordenado, caótico. Vi cómo mezclaba espuma de vino con tiras de algo que parecía bacon. Un crimen culinario, probablemente. Pero...
-¿Pero?
-...lo hacía con pasión.
Victoria sonrió con esa cara que solo saca cuando está a punto de explotar una bomba emocional ajena.
-Ajá... y dime, ¿le pusiste nombre a esa fase?
-¿Qué fase?
-La fase "odio profundamente a este hombre pero también quiero saber si sabe besar con esa boca que no sabe escribir".
Lucia le arrojó un cojín. Falló.
-No me interesa ese tipo -aseguró con firmeza-. Es un chef. Y claramente un analfabeto funcional. Es todo lo que detesto en la vida: improvisado, desprolijo, encantado de sí mismo...
-...y atractivo -añadió Victoria.
-¡Dije encantado de sí mismo!
El silencio las envolvió un momento, roto solo por el murmullo lejano de martillos y la actividad frenética del nuevo local. Lucia tomó su taza otra vez y se dejó caer contra el respaldo.
-Extraño escribir. Escribir de verdad. Mis artículos de política, los de ciencia. Este trabajo de edición me está quitando el alma. Y ahora tengo a Charles sobre mi cabeza, con su ego más inflado que el soufflé que jamás pudo hornear cuando intentó cocinarme algo. ¿Te acuerdas?
Victoria asintió, con una risa baja.
-Sí. Nos intoxicamos todos.
-Por su culpa. Porque confundió sal con ácido cítrico. Lo único bueno de esa noche fue el vino.
-Y la promesa que hiciste borracha: "Nunca más me voy a enamorar de alguien que no sepa usar correctamente un punto y coma".
Lucia la miró, medio divertida.
-Bueno. Hasta ahora lo he cumplido.
Ambas rieron. Luego, se quedaron mirando otra vez por la ventana. El chef hablaba con un tipo enorme que salía del restaurante cargando una caja de sartenes. Lucia no podía oír lo que decían, pero sí ver cómo se movía Naethan: confiado, energético, como si el mundo fuera un ingrediente más que aún no ha terminado de dominar.
-¿Sabes qué es lo más extraño? -dijo Lucia, apenas en un murmullo.
-¿Qué?
-Que quiero saber qué diablos va a cocinar ese idiota con "v".
Victoria dio un último sorbo a su café y sonrió con la malicia propia de quien ya tenía un plan.
-Voy a reservar mesa para la apertura -dijo con tono casual, como quien anuncia que irá por leche.
Lucia giró bruscamente la cabeza.
-¿Qué vas a hacer?
-Reservar. Mesa. Dragón Estelar. Dos personas. Primera fila, si es posible -enumeró con los dedos-. Razón uno: quiero verte sufriendo en ese restaurante solo por diversión personal. Razón dos: ese chef, de lejos, se ve bastante... interesante. Y quiero saber si de cerca es igual de comestible.
-¡Victoria!
-Ay, por favor. No me mires con ese juicio moral tan editorial. Yo sé lo que vi. Y tú también. Solo que lo disfrazas de indignación gramatical.
Lucia bufó, pero no respondió.
Victoria sacó su celular con una sonrisa triunfal.
-Ya encontré el número. Dice "reservas por WhatsApp". Esto va a ser delicioso.
-Si ese hombre cocina tan mal como escribe, nos van a dar disentería con presentación minimalista.
-Entonces llevaré carbón activado y un outfit bonito.
Lucia volvió la vista a la ventana. Naethan reía por algo que su compañero le decía.
Y, muy en silencio, una parte de ella también sonrió.