Capítulo 5 La Entrada de Neruda

Naethan se acercó con el primer platillo en una bandeja negra de piedra volcánica, como si cargara una joya tallada a mano. Dos pequeños montajes gemelos descansaban sobre hojas verdes mínimas, como si la naturaleza los hubiera parido directamente para esa mesa.

Lucia entrecerró los ojos.

Victoria contuvo el aliento.

Naethan no dijo nada de inmediato. Solo colocó los platos frente a cada una con un cuidado casi ritual. Se enderezó, entrelazó los dedos detrás de la espalda y los miró con una sonrisa que, esta vez, tenía menos picardía y más respeto.

-Inspirado en Pablo Neruda -dijo simplemente.

Lucia parpadeó.

-¿Qué?

-Busqué quién era -explicó Naethan-. Me intrigó que reaccionaras tan fuerte cuando tu amiga lo mencionó en la reserva. "Queremos una mesa para dos. Una de ellas es fanática de Neruda. Le gusta la comida, pero ama la poesía".

Victoria soltó una risita.

-¡¿Ves que sí funciona decir esas cosas cuando reservas?! ¡Gracias, Google!

Lucia lo miró con sospecha.

-¿Leíste un poema?

-Dos. Y medio. Me quedé dormido con el tercero. Pero el primero... ese sí lo entendí. O al menos, lo sentí. "Me gustas cuando callas porque estás como ausente"... Me pareció ofensivo al principio. Luego hermoso. Luego ofensivo otra vez. Pero bueno... pensé que algo así merecía una entrada.

Se inclinó hacia el plato, con un gesto casi solemne.

-Base de salmón curado en cítricos. Encima, una espuma ligera de maracuyá. Y encima de eso, un pequeño dúo de flores comestibles. Pétalos cristalizados. Aromáticos. Delicados. Como un verso que apenas roza el paladar.

Lucia lo miraba como si tratara de decidir si estaba bromeando o si acababa de presenciar una epifanía culinaria.

Naethan señaló el plato.

-No se preocupen. No rima, pero sabe bien.

Se fue sin más, dejando una estela de perfume amaderado y sarcasmo poético en el aire.

Victoria fue la primera en moverse.

-Lucia. Por favor. Dime que podemos hacerle un altar a este hombre.

Lucia no respondió. Solo bajó la vista al plato.

Era... hermoso.

Una paleta de colores suaves, naranjas tenues y verdes brillantes. La espuma parecía suspendida como una nube sobre la carne húmeda y tersa del salmón. Las flores no eran decorativas. Eran parte de la arquitectura del sabor. Se podía oler la acidez antes de probarla, y al acercarse, un perfume dulce flotaba entre ellas. Había... algo. Algo que se sentía sincero. Cuidado. Poético.

Lucia tomó el tenedor con el mismo respeto con el que uno abre un libro nuevo. Partió un trozo pequeño. Lo probó.

Silencio.

Victoria la observó como quien espera que el jurado dicte sentencia.

-¿Y?

Lucia no habló de inmediato. Solo cerró los ojos. Y luego, muy bajito, casi para sí misma, murmuró:

-Nos estamos comiendo un poema.

Victoria probó el suyo. Abrió los ojos exageradamente.

-Santa madre de todas las metáforas... Este tipo tiene oro en la lengua. O en las manos. O en el alma. No lo sé. Pero quiero lo que sea que le pasó cuando leyó a Neruda.

Lucia tragó con cuidado. Era imposible describirlo del todo. La acidez suave del cítrico abría el apetito, la espuma de maracuyá bailaba en la lengua con dulzura ácida, y los pétalos cristalizados añadían un crujido inesperado, como una sorpresa al final de una frase. El salmón era perfecto. Ni blando ni duro. Simplemente correcto.

-Es injusto -dijo al fin-. No puedes tener mala ortografía y luego cocinar así. Es como si Da Vinci pintara con la boca pero escribiera como un cavernícola.

Victoria rió.

-Tal vez solo tiene las prioridades claras. ¿Para qué escribir bonito si puedes hacer que la gente se enamore de un bocado?

-Porque -contestó Lucia mientras volvía al plato- las palabras también alimentan.

-Lo sé. Pero hoy me quedo con la espuma de maracuyá.

Ambas comieron en silencio por unos minutos. No era común que Victoria callara. Y no era común que Lucia sonriera mientras masticaba.

Cuando terminaron, Naethan regresó a recoger los platos. No preguntó si les había gustado. No hacía falta.

Lucia lo miró de reojo.

-¿Así cocinas siempre? ¿Inspirado en poetas?

Naethan alzó una ceja.

-Solo cuando hay rubias con ojos de bibliotecaria que me juzgan desde una ventana.

-Eso no responde mi pregunta.

-Tampoco el poema de Neruda tiene respuesta. Pero ahí está.

Victoria intervino, encantada.

-Voy a necesitar ese salmón en intravenosa.

Naethan le guiñó un ojo.

-Anotado. El siguiente tiempo viene pronto. Tienen que sobrevivir a la segunda estrofa.

Cuando se fue, Lucia bajó la mirada a su copa de vino.

Victoria la observó con esa sonrisa de amiga que huele una tormenta hormonal desde kilómetros.

-¿Te lo imaginas recitándote poesía mientras cocina?

Lucia bufó.

-Prefiero que me recite la receta completa sin una sola falta de ortografía.

-Mentira. Estás un pasito antes del "¿Y si no es tan analfabeta como parece?"

Lucia sonrió. Solo un poco.

-No lo sé, Vic. Pero si el postre también tiene un verso oculto, me va a costar seguir odiándolo.

Victoria levantó su copa.

-Entonces brindemos por lo inevitable.

Lucia la imitó.

-Por el poema que no quería leer... pero igual me está gustando.

-¿Nos pusieron en esta mesa a propósito, verdad? -murmuró Victoria, recostándose ligeramente hacia atrás para tener mejor vista de la cocina abierta.

Lucia bebió un sorbo de vino, sin apartar la mirada del plato fuerte que se estaba montando en ese momento.

-¿Por qué lo dices?

-Porque desde aquí tengo vista panorámica del chef... y no hablo de sus manos.

Lucia giró la cabeza, arqueando una ceja.

Victoria sonrió sin pudor.

-Te juro que ese trasero merece su propia crítica en la guía Michelin. Mira cómo se mueve. Es como si bailara con el sartén.

Lucia se llevó la servilleta a la boca, no por elegancia, sino para esconder una carcajada.

-¿Puedes comportarte como una adulta por cinco minutos?

-Lo estoy intentando. Pero es difícil cuando tienes arte moderno culinario adelante... y escultura griega detrás.

-Estás objetivizando a un hombre.

-¿Y?

-Solo... sigue disimulando.

-¿Disimulando qué? Si gira un poco más, le doy propina en efectivo.

Lucia volvió a reír, esta vez sin taparse.

Naethan, desde la cocina, levantó la vista un segundo. Sus ojos verdes se cruzaron con los de Lucia.

Y sonrió.

Lucia bajó la mirada.

Y también sonrió.

                         

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