De Esposa Ignorada a Reina del Vino
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Capítulo 3

Los días que siguieron a la firma fueron una lección de hipocresía. Javier, completamente ajeno a la bomba de relojería que había firmado, se volvió aún más descarado en su relación con Isabel.

Ahora ya no se escondían. Paseaban de la mano por los jardines de la finca, reían juntos en la cena y él a menudo le acariciaba el vientre delante de todos.

"Tenemos que cuidar a la futura madre," decía, con un aire de nobleza que me revolvía el estómago.

Mi tía Carmen lo observaba todo con una satisfacción mal disimulada. Su plan había funcionado a la perfección.

Yo mantenía mi papel. La esposa comprensiva, la matriarca serena. Hablaba de vinos con los clientes, supervisaba la poda de invierno y organizaba los horarios de los trabajadores. La bodega seguía funcionando como un reloj suizo gracias a mí, mientras su supuesto dueño jugaba a la casita con mi prima.

Lupe era mi única confidente.

"Señora, no sé cómo puede soportarlo," me dijo una noche mientras me ayudaba a preparar la ropa para el día siguiente.

"No lo soporto, Lupe," respondí en voz baja, asegurándome de que nadie pudiera oírnos. "Lo estoy utilizando. Cada sonrisa falsa, cada día que paso aquí, es un paso más en mi plan."

Le conté lo del contrato. Sus ojos se abrieron de par en par, una mezcla de miedo y admiración.

"He transferido una cantidad considerable de dinero a una cuenta nueva en Argentina," continué. "Y he comprado billetes de avión abiertos para tres personas a Mendoza."

"¿Mendoza?"

"Un buen lugar para empezar de nuevo. Y para hacer vino."

Lupe asintió, entendiendo. "Estoy con usted, señora. Hasta el final."

Mi plan de escape estaba en marcha. Solo necesitaba esperar el momento adecuado. El divorcio no sería efectivo hasta que se presentara en el juzgado, y yo no lo presentaría hasta que el daño a la familia Vega Torres fuera máximo e irreversible.

La oportunidad no tardó en llegar.

Un día, Don Ricardo llegó a la finca con una expresión de euforia que no le había visto en años. Entró en el comedor donde estábamos almorzando y fue directamente hacia Isabel.

"¡Vengo de la clínica del Dr. Mateo!" anunció, su voz retumbando. "Me ha confirmado la noticia. ¡Es un varón! ¡Un heredero!"

Besó a Isabel en ambas mejillas y luego le puso una mano protectora en el hombro, ignorándome por completo a mí y a Valentina, que estaba sentada a mi lado dibujando en una servilleta.

La alegría de Don Ricardo era casi obscena. Siempre había lamentado que yo solo le hubiera dado una nieta. Ahora, su obsesión por un heredero varón que llevara el apellido Vega estaba a punto de cumplirse, aunque fuera a través de un arreglo tan retorcido.

"Isabel, harás las maletas," ordenó el patriarca. "Te vienes a la casa principal. Serás atendida como una reina. Este niño nacerá en la casa solariega de los Vega."

La humillación fue pública y brutal. Me estaban desechando.

            
            

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