Mi teléfono vibró en el silencio de mi oficina, en la cúspide de la Ciudad de México, donde todo lo que veía me pertenecía.
Pero la voz de mi hijo Mateo estaba rota, ahogada por sollozos: "Me pegaron, papá. Y dijo... dijo que tú eres un don nadie, un mantenido... y que yo soy el hijo de un cornudo. Dijo que su papá es el verdadero jefe de Sol Azteca y que se acuesta con mamá."
La ira me invadió al llegar a la escuela, solo para encontrar a mi esposa, Verónica, arreglándole la camisa al agresor, Leo Vargas, y defendiendo al padre de este, Ricardo Vargas, quien me miraba con burla.
Mi corazón se heló al ver el brazalete de diamantes en la muñeca de la maestra, el mismo que le di a Verónica en nuestro aniversario.
¿Un don nadie yo? ¿Y mi esposa traicionándome con ese "contacto importante", mientras nuestro hijo sangraba y era humillado?
No había forma de que yo, Javier Mendoza, fundador y dueño de todo Grupo Sol Azteca, permitiera que esto quedara así.
Miré a Ricardo, a mi esposa, al director, y con una sola frase anuncié mi guerra: "Elijo la tercera opción"; mi puño se estrelló contra su cara, e inicié la venganza de un hombre que lo tiene todo... y a quien acaban de quitarle lo único que le importaba.