Mi mundo, el escenario, se volvió negro bajo mis pies. La siguiente vez que abrí los ojos, el hospital y el olor a desinfectante me confirmaron que algo andaba muy mal.
Mi novio, Javier, que durante cinco años me profesó amor, estaba a mi lado, pero sus ojos estaban fijos en su teléfono, no en mí.
Con una sonrisa forzada, me dijo que había sido una "mala caída" y una "conmoción cerebral leve".
Pero algo se rompió en mí. Entonces, una idea, fría y afilada, se formó en mi mente.
Con una calma aterradora, fingí no saber quién era.
¿Y qué hizo él? Sin dudarlo, me entregó a su mejor amigo, Mateo, el genio guitarrista que siempre pareció despreciarme, diciendo: "Él es Mateo. Tu novio."
Me quedé helada. ¿En serio? ¿Me desecha tan fácilmente?
Mi corazón se sentía hueco, pero ya no roto. No lloré. En cambio, sentí una calma gélida.
Si Javier quería unas "vacaciones", le daría una jubilación anticipada de nuestra relación.
El juego acababa de empezar. Y yo, Lucía, la "amnésica", no iba a perder.