Mateo me llevó a su apartamento, un espacio enorme en el centro de Madrid que olía a madera vieja, barniz y libros. Guitarras de todas las formas y tamaños colgaban de las paredes como obras de arte.
Me instaló en la habitación de invitados. No hizo preguntas. No intentó hablar. Simplemente me dejó sola.
Esa noche, no pude dormir. Me levanté y caminé descalza por el frío suelo de madera. La puerta del estudio de Mateo estaba entreabierta. Escuché voces.
Era Javier, su voz resonaba a través del altavoz del teléfono de Mateo.
"¿Cómo está? ¿Sigue sin recordar nada?"
"Sigue igual," respondió Mateo, su tono era monótono.
"Perfecto," dijo Javier, y pude imaginar su sonrisa arrogante. "Escucha, Mateo, no te aproveches de la situación. Sé que la odias, siempre has pensado que no es suficiente para mí. Solo cuídala un poco. Cuando se recupere, la recuperaré. Necesito un descanso, ¿entiendes? Sofía es... divertida."
Hubo una pausa.
"Ella no es un juguete, Javier."
"Claro que no. Es mi novia. Solo necesito unas vacaciones. No dejes que se te suba a la cabeza que ahora juegues a ser su novio. No la toques."
La llamada terminó.
Me apoyé contra la pared, mi corazón se sentía como una piedra en mi pecho. Así que eso era. Unas "vacaciones". Y Sofía. Mi antigua compañera de baile, la que siempre me miraba con envidia mal disimulada.
Volví a la cama. Las lágrimas que esperaba no llegaron. En su lugar, sentí una calma helada.
El juego había cambiado. Si Javier quería unas vacaciones, yo le daría una jubilación anticipada.
Decidí seguir con la farsa. No por él, sino por mí. Quería ver hasta dónde llegaría su egoísmo. Quería ver qué haría Mateo.
El hombre que supuestamente me odiaba.
El hombre que me había defendido.