Mi Ex-esposo Quiso Comprarme, Yo Le Di una Lección
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Capítulo 2

El torneo de polo era el evento del año. El sol de junio caía a plomo sobre el césped del Club de Campo Villa de Madrid. Yo estaba allí, junto a Alejandro y su madre, Doña Elvira, fingiendo interés por los caballos y sonriendo a los fotógrafos.

De repente, una voz aguda cortó el aire.

"¡Sofía Valbuena!".

Me giré. Era la chica del vídeo. Carla. Caminaba hacia mí con una determinación que no encajaba con su aspecto de estudiante. A su lado, dos amigas la flanqueaban como si fueran sus damas de honor.

"Necesito hablar contigo", dijo, lo suficientemente alto como para que varias cabezas se giraran.

"No creo que tengamos nada de qué hablar", respondí, fría.

"Oh, sí que lo tenemos. Tenemos que hablar de mi Alejandro".

Intenté alejarme, pero ella me bloqueó el paso.

"¿Crees que puedes ignorarme?", su voz subió de tono. "Llevas tres años casada con él y no le has dado un hijo. Eres una esposa fría, un trozo de hielo. ¡Yo soy la mujer que él ama!".

Doña Elvira se puso pálida. Alejandro me agarró del brazo, su rostro una máscara de furia contenida. "Sofía, vámonos".

Pero Carla no había terminado. Agarró la copa de champán de una bandeja cercana y me la arrojó al pecho. El líquido helado me empapó el vestido de seda blanca. Sus amigas se rieron.

Sentí la rabia subirme por la garganta. Agarré su muñeca con fuerza.

"¿Quién te crees que eres?".

"¡Suéltame!", gritó ella, intentando zafarse. En el forcejeo, tropezó y cayó sobre una mesita llena de copas, que se estrellaron contra el suelo con un estruendo. El escándalo era total.

"¡Me está agrediendo!", chilló desde el suelo.

"¿No sabes que está casado?", le espeté, incrédula.

Ella me miró con genuina confusión. "Me dijo que solo era un acuerdo de negocios. Que se divorciaría de ti en cuanto encontrara el momento adecuado. ¡Dijo que no te tocaba, que le dabas asco!".

Las palabras me golpearon más que el champán. El murmullo de la gente a nuestro alrededor se convirtió en un zumbido ensordecedor.

Carla se levantó, con la cara roja de ira. Se abalanzó sobre mí, arañándome el brazo. Sus amigas se unieron, empujándome.

Caí de rodillas sobre los cristales rotos. Sentí un dolor agudo en la mano al apoyarme para no caerme de bruces. La sangre empezó a manchar mi vestido blanco, mezclándose con el champán. La humillación era absoluta.

Estaba en el suelo, rodeada de la flor y nata de Madrid, siendo atacada por la amante de mi marido.

Fue entonces cuando Alejandro intervino. Se abrió paso entre la multitud que se había formado. Por un instante, una estúpida parte de mí pensó que venía a defenderme.

Me tendió la mano para ayudarme a levantar. La acepté, temblando. Me sostuvo con firmeza. Miré a Carla, esperando que la expulsara de allí, que pusiera fin a esa pesadilla.

Pero en lugar de eso, se giró hacia ella, que ahora lloraba desconsoladamente. La ayudó a levantarse con una delicadeza que nunca había usado conmigo.

"Ya está, tranquila", le dijo en voz baja. Luego se volvió hacia mí, y su voz se endureció. "Sofía, compórtate. No te rebajes a su nivel. Es solo una niñata".

"¿Una niñata?", repetí, sin poder creer lo que oía. "¿Después de lo que ha hecho? ¿Después de lo que ha dicho?".

La herida de mi mano palpitaba, pero el dolor en mi pecho era infinitamente peor. Esta era la traición definitiva. No le importaba mi humillación, solo el escándalo. Solo el apellido De la Torre manchado en público.

            
            

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