Mi Ex-esposo Quiso Comprarme, Yo Le Di una Lección
img img Mi Ex-esposo Quiso Comprarme, Yo Le Di una Lección img Capítulo 3
4
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
Capítulo 17 img
Capítulo 18 img
Capítulo 19 img
Capítulo 20 img
Capítulo 21 img
Capítulo 22 img
Capítulo 23 img
Capítulo 24 img
Capítulo 25 img
Capítulo 26 img
Capítulo 27 img
Capítulo 28 img
Capítulo 29 img
Capítulo 30 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

Las palabras de Alejandro, "es solo una niñata", resonaron en mi cabeza. No fue la agresión física, ni el vestido manchado, ni las miradas de lástima de toda la alta sociedad. Fue esa frase.

La facilidad con la que me invalidó, con la que defendió a su amante a mi costa. Sentí una humillación tan profunda que me dejó sin aire. Era peor que cualquier golpe.

"¿Que no me rebaje a su nivel?", le dije, con la voz temblando de una rabia helada. "¿Y cuál es tu nivel, Alejandro? ¿El de esconderte detrás de mí mientras te acuestas con ella?".

Él ni se inmutó. Su rostro era una máscara de piedra. "No es el momento ni el lugar, Sofía". Se giró, puso un brazo protector sobre los hombros de Carla y empezó a caminar, alejándola de mí, del escándalo.

Lo vi susurrarle algo al oído. Ella asintió, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Él le acarició la mejilla. Un gesto de ternura, de intimidad, que nunca me había dedicado en tres años de matrimonio.

Ver eso, en público, después de todo lo que acababa de pasar, fue como ver morir la última célula de respeto que me quedaba por él.

Al día siguiente, ignorando las llamadas de mi suegra y los mensajes velados de mi propio padre, fui a una comisaría y presenté una denuncia por agresión contra Carla Mendoza y sus dos amigas. No por venganza. Por dignidad.

La noticia corrió como la pólvora. En nuestro círculo, estas cosas no se hacen. Los trapos sucios se lavan en casa, o mejor aún, se ignoran.

Recibí llamadas de "amigas" de mi suegra, sugiriendo sutilmente que estaba exagerando, que estaba creando un problema innecesario.

"Pobre chica, Carla, es tan joven e impulsiva", me dijo una de ellas. La hipocresía era asfixiante.

Alejandro no me llamó en dos días. Ni un mensaje. Nada. Como si yo no existiera. Como si la sangre en mi vestido y los cortes en mi mano fueran un simple inconveniente que debía resolver por mi cuenta. Estaba sola, y por primera vez, me di cuenta de que siempre lo había estado.

Estaba harta. Harta de ser la esposa perfecta, la figura decorativa, el activo empresarial. Harta de la frialdad, de la indiferencia, de la humillación. Si él quería jugar sucio, yo también podía aprender. Ya no iba a ser la víctima silenciosa.

Finalmente, Alejandro apareció en casa. No preguntó cómo estaba. No mencionó la denuncia. Fue directo al grano.

"He conseguido que te nombren para el consejo de administración de la nueva filial internacional. Es una gran oportunidad", dijo, como si me estuviera haciendo un favor. "Retira la denuncia contra Carla".

Lo miré, atónita. Estaba intentando comprar mi silencio. Comprar mi dignidad con un puesto en una empresa.

"¿Eso es lo que valgo para ti? ¿Un puesto en un consejo?", pregunté, con una calma que me sorprendió a mí misma.

Él frunció el ceño, impaciente. "No seas dramática, Sofía. Es un buen trato para todos. Cerramos este capítulo bochornoso y seguimos adelante".

"¿Seguir adelante? ¿A qué? ¿A que sigas viéndola a escondidas?".

Su respuesta me dejó helada. "Lo que yo haga en mi tiempo libre no es asunto tuyo, siempre que sea discreto. El error de Carla fue el escándalo, no la relación. Y francamente", añadió, mirándome de arriba abajo, "si tú tuvieras a alguien, me daría exactamente igual. Siempre que no manches mi apellido".

Me quedé sin palabras. Me estaba dando permiso. Permiso para tener una aventura, como si fuera una concesión magnánima. El vacío en mi interior se hizo inmenso. Ya no había nada que salvar. Ni siquiera había algo que romper. Solo un hueco.

Esa noche, mientras él dormía en la habitación de invitados, busqué el número de Mateo en mi teléfono. Dudé solo un segundo. Luego, le escribí un mensaje.

"¿Sigues queriendo repetir?".

La respuesta fue casi instantánea.

"Te estoy esperando".

            
            

COPYRIGHT(©) 2022