"Mañana es tu cumpleaños. He cancelado todo. La gira, las reuniones. Todo. Mañana es solo para ti".
Su voz era un bálsamo. Por un momento, quise creerle.
A la mañana siguiente, su teléfono no paraba de sonar. Era su asistente.
"Señor Reyes, los patrocinadores de la gira están furiosos. Amenazan con retirar los fondos".
Javier ni siquiera pestañeó. "Que se retiren. Mi esposa es más importante".
Justo entonces, Sofía llamó. Puso el altavoz.
"Javier, he oído lo de los patrocinadores. Es una locura. No te preocupes, yo hablaré con ellos. Sé cómo convencerlos. Confía en mí".
Javier dudó un segundo. "Está bien, Sofía. Te doy plenos poderes. Ocúpate tú".
Colgó y me sonrió. "¿Ves? Todo solucionado. Ahora, a celebrar".
Me llevó a un restaurante con estrellas Michelin. Durante la comida, no paró de hablar de la gira, de sus planes, de su arte.
Y de Sofía.
"Tiene un talento increíble. Una ambición que me recuerda a mí cuando empecé. Es... especial".
Lo dijo mientras me miraba, pero sus ojos estaban lejos.
Mi móvil vibró. Un mensaje de un número desconocido. Otra vez.
"La gira no se canceló por ti. Se canceló para que él pudiera renegociar un contrato mejor. Y la cena de esta noche la paga la empresa. Es una cena de negocios, no tu cumpleaños. Él está celebrando el nuevo contrato, no a ti. Por cierto, el postre de chocolate es mi favorito. Dile que te lo pida".
Era Sofía.
Miré a Javier. "¿Podemos pedir el postre de chocolate?".
Sonrió. "Claro, mi vida. Es tu día".
La gente en las mesas de al lado nos miraba.
"Son Javier Reyes y su esposa", oí cuchichear. "Qué amor tan increíble. Es su musa".
Sentí una amargura profunda. Yo no era su musa. Era parte del decorado. Era su coartada.
Me sentía como su secretaria. La que gestiona la agenda social, la que sonríe en las fotos.
Un crítico de arte se acercó a nuestra mesa.
"Señor Reyes, un placer. Y usted debe ser la señorita Moreno. He oído maravillas de su talento".
Sofía no estaba allí, pero el hombre me confundió con ella.
Javier se tensó. "Ella es Isabela. Mi esposa".
El crítico se disculpó, abochornado. Javier me tomó la mano sobre la mesa. Un gesto para el público.
Pero yo vi su mandíbula apretada. Vi el tic en su ojo. Señales que yo conocía. Estaba mintiendo. Estaba actuando.
Más tarde, volvimos al tablao para un evento privado con inversores.
Sofía estaba allí. Se acercó a mí.
"Qué bonito anillo", dijo, mostrándome el suyo. "Javier tiene un gusto exquisito, ¿verdad?".
Luego se inclinó hacia mí, como si fuera a contarme un secreto.
"Le encanta cómo le araño la espalda cuando estamos juntos. Dice que le hace sentir vivo".
El aire se me escapó de los pulmones.
Me di la vuelta, tropecé con una alfombra y caí.
Sofía gritó, como si yo la hubiera empujado.
"¡Isabela! ¿Por qué has hecho eso?".
Se tiró al suelo, sujetándose el tobillo. "¡Ay, mi tobillo! ¡No podré bailar!".
Javier corrió hacia nosotras. Pero no hacia mí.
Corrió hacia Sofía. La levantó en brazos con cuidado.
Me miró con furia. "¿Estás loca? ¿Sabes lo que has hecho? ¡Podrías haber arruinado su carrera!".