A pesar de la tormenta en mi interior, mi rostro permaneció pasivo.
Dejé que Luciana me guiara hasta un sofá, que me sirviera una copa de agua.
Sus gestos eran los de siempre, pero ahora los sentía vacíos, una farsa bien ensayada.
Observé cómo sus ojos buscaban constantemente a Máximo, incluso mientras me hablaba.
De repente, Máximo se llevó una mano al estómago y soltó un gemido.
"Ay, creo que algo me sentó mal. Me duele mucho".
Luciana se giró al instante. El pánico deformó su rostro.
"¿Qué sientes? ¿Dónde te duele?".
Se arrodilló a su lado, olvidándose por completo de mi existencia.
Sin una segunda mirada hacia mí, ayudó a Máximo a levantarse.
"Vamos al hospital. Ahora mismo".
Lo vi irse, apoyado en ella, dejándome solo en medio de esa gente que me despreciaba.
Mi papel en la obra había terminado por hoy.
Me levanté y salí del club de polo sin que nadie notara mi ausencia.
Caminé de regreso a la mansión. Cada paso era un esfuerzo.
Al llegar, fui directamente a mi habitación y empecé a empacar.
Metí en una maleta la poca ropa que era realmente mía, mis libros, mis zapatillas de baile.
Todo lo demás, los trajes caros, los relojes, los regalos de Luciana, lo dejé donde estaba.
Eran parte del disfraz, no de mi vida.
Me senté en la cama, mirando la habitación que durante dos años había creído mi hogar.
Recordé la noche que me trajo aquí, la promesa en sus ojos.
Fue un sueño hermoso. Pero los sueños terminan.
Era hora de despertar.
Unas horas después, la puerta principal se abrió.
Escuché la voz de Luciana y la de Máximo.
Subieron las escaleras.
"No te preocupes, el médico dijo que solo era una indigestión", decía Luciana. "Te quedarás aquí hasta que estés completamente recuperado".
Entraron en la habitación principal, la que tenía vistas al jardín.
La habitación que siempre había sido de ella.
"Quiero esta habitación", dijo Máximo, con tono de dueño. "Y quita esas alfombras. No me gustan. Las plantas del balcón también, me dan alergia".
Escuché la respuesta de Luciana, sumisa.
"Claro, mi amor. Lo que tú quieras".
Mi hogar se desvanecía frente a mis ojos, o más bien, nunca había sido mío.
Me retiré a mi pequeña habitación, la de invitados, la que siempre debió ser mi lugar.
Cerré la puerta suavemente.
Ya no importaba.
En pocos días, yo ya no estaría aquí.