Unos días después, se celebraba una fiesta en la universidad.
Unos compañeros de mi clase de danza se acercaron a mí.
"Así que tú eres León. El famoso mantenido de la Salazar", dijo uno de ellos, con una sonrisa burlona.
"He oído que vives en su mansión. ¿Qué se siente vender tu cuerpo por lujo?", añadió otro.
Sus palabras eran veneno. Mis amigos intentaron defenderme.
"¡Cierren la boca! No saben nada".
Pero la confrontación se intensificó.
Justo en ese momento, la puerta del salón se abrió y entraron Luciana y Máximo.
La atención de todos se centró en ellos.
Uno de los chicos que me acosaba, un tal Ramiro, alzó la voz.
"¡Señorita Salazar! Aquí su bailarín está causando problemas".
Luciana nos miró a todos, su rostro impasible.
Máximo, a su lado, sonrió.
"¿No es este el lugar de la fiesta de los becados? ¿Qué hace gente como nosotros aquí? Deberíamos irnos".
Con un gesto de su mano, llamó al gerente del lugar.
"Desaloje el salón. Mis amigos y yo queremos privacidad".
El gerente, temblando, empezó a echar a todos los estudiantes.
Nosotros, los becados, los que no teníamos dinero ni poder, fuimos expulsados de nuestra propia fiesta.
Mientras salíamos, Ramiro se enfrentó a Luciana.
"Señorita Salazar, ¿es cierto que este tipo es su amante?".
La pregunta quedó flotando en el aire. Todos se giraron para mirar a Luciana, esperando su respuesta.
Máximo la tomó del brazo, posesivo.
Luciana me miró. Una mirada fría, calculadora.
Luego, se giró hacia Ramiro y dijo, con una voz clara y cortante:
"No sé de quién hablas. No lo conozco".
El golpe final.
La negación pública.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Un mensaje de Máximo.
"¿Ves? Para ella, no eres más que una mascota. Y ni siquiera una muy querida. Ahora lárgate".
Recordé una noche, hace un año, en una gala benéfica. Un empresario le había preguntado quién era yo.
Ella me había tomado de la mano y había dicho con orgullo: "Es León. Mi pareja".
Esa noche me sentí el hombre más afortunado del mundo.
Ahora entendía.
Todo había sido una fantasía.
Una mentira que yo había estado demasiado desesperado por creer.