Leche, Sangre y Furia en Gamarra
img img Leche, Sangre y Furia en Gamarra img Capítulo 3
4
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

Sasha me ayudó a levantarme. «Vi a Yolanda seguirte. Algo no me cuadraba. Cuando escuché la puerta cerrarse con llave, supe que algo malo estaba pasando», explicó rápidamente, su voz llena de indignación. «Vamos. Vamos a la comisaría. Esto no se puede quedar así».

En la comisaría del barrio, el aire olía a desinfectante barato y a desesperanza. Le contamos todo al oficial de turno, un hombre de mediana edad con cara de aburrimiento crónico. Sasha habló primero, describiendo el ataque con una furia contenida. Yo añadí los detalles, mi voz todavía temblorosa, mostrando mi mejilla amoratada y mi ropa rasgada.

Unos veinte minutos después, trajeron a Yolanda y a Máximo. Yolanda había estado ensayando. Empezó a llorar a mares, hablando de cómo yo la había provocado, de cómo la había insultado y atacado primero.

«¡Mire lo que le hizo a mi pobre niño!», sollozó, señalando un pequeño rasguño en el cuero cabelludo de Máximo, donde yo le había arrancado el pelo. Máximo, a su lado, miraba al vacío, ajeno a todo el drama.

El oficial nos miró a ambas, a mí, la joven madre con la cara marcada, y a ella, la "frágil" viuda con su hijo discapacitado. Su expresión se endureció, pero no de la forma que yo esperaba.

«Bueno, señoras», dijo finalmente, con un suspiro de fastidio. «Aquí tenemos un claro caso de disputa vecinal. Un altercado entre compañeras de trabajo».

«¿Disputa vecinal?», exclamó Sasha, incrédula. «¡La encerró en un almacén y la atacó! ¡Su hijo intentó desnudarla mientras ella grababa! ¡Eso es un intento de asalto!».

El oficial ni se inmutó. «Señora, cálmese. Según la señora Trebor, usted», dijo, señalándome, «la agredió ayer. Y hoy, ella dice que usted insultó a su hijo. Fue una pelea. Ambas se lastimaron».

«¡Eso es mentira!», protesté, mi voz subiendo de tono por la frustración. «¡Ella me acosó! ¡Me atacó!».

«Y usted se defendió», dijo el oficial, como si eso me hiciera igualmente culpable. «Mire, el chico tiene una condición. La señora es una viuda que lucha sola. No vamos a procesar a un joven con discapacidad por una pelea. Y tampoco a una madre soltera ni a una viuda. Lo mejor que podemos hacer es registrar el incidente. Les recomiendo que mantengan la distancia en el trabajo y no se provoquen».

Me quedé sin palabras. La injusticia era tan flagrante que me ahogaba. Nos estaban poniendo en el mismo saco. Mi agresión era tratada como una simple riña. La "debilidad" de Yolanda, su condición de viuda con un hijo discapacitado, la había convertido en intocable. Era un escudo perfecto.

Nos hicieron firmar unos papeles y nos dejaron ir. Sin orden de alejamiento, sin cargos, sin protección. Nada.

Cuando salimos de la comisaría, Yolanda nos esperaba en la acera. La expresión de víctima había desaparecido, reemplazada por una sonrisa de triunfo.

«Te lo dije», me dijo en voz baja, asegurándose de que Sasha no la oyera. «Nadie te va a creer. Soy una pobre víctima. Y tú... tú eres solo una puta».

Se acercó un poco más, su aliento fétido en mi cara. «Y voy a conseguir lo que quiero. De una forma u otra, esa leche será para mi Máximo».

Se dio la vuelta y se alejó, llevándose a su hijo de la mano, como si acabara de ganar una gran victoria.

Me quedé paralizada en la acera, viendo cómo se alejaba. La rabia y la impotencia luchaban dentro de mí. El sistema me había fallado por completo. La policía no me protegería. Mi jefa podía ayudar, pero no podía estar a mi lado cada segundo del día.

Fue en ese momento que lo entendí. La verdadera arma de Yolanda no era Máximo. Era su aparente debilidad. La sociedad, la ley, todos veían a una "pobre viuda" y bajaban la guardia. Le daban un pase libre para sus atrocidades. Se escondía a plena vista, protegida por la lástima y los prejuicios de los demás.

Se sentía intocable. Y probablemente lo era, si seguía jugando según las reglas.

Pero yo ya no estaba dispuesta a jugar según sus reglas.

Una idea fría y clara comenzó a formarse en mi mente. Si la debilidad era su fortaleza, entonces yo necesitaba encontrar una debilidad aún mayor. Necesitaba combatir su fuego con un fuego más grande, más antiguo, más astuto.

Si el sistema no me iba a hacer justicia, tendría que buscarla por otros medios. Y para eso, necesitaba a mi familia.

                         

COPYRIGHT(©) 2022