La puerta se abrió y se cerró. Máximo se apoyó en ella y se deslizó hasta el suelo. Al pasarse la mano por la cara, descubrió que estaba cubierta de lágrimas.
Al mediodía siguiente, Máximo vio a Luciana en el hospital. Había venido a buscarlo.
Su corazón se ablandó por un instante, pero las primeras palabras de Luciana fueron como cuchillos que se clavaron en su pecho.
"Lo he pensado mejor. No está bien que te mudes".
"Te he pedido un permiso de dos semanas en el hospital. La lesión de Kieran no ha mejorado y necesita que lo cuiden".
"Tú eres traumatólogo. Nadie mejor que tú para cuidarlo".
Máximo frunció el ceño, disgustado.
"¿Con qué derecho tomas decisiones por mí?"
Luciana suavizó el tono, fingiendo preocupación.
"Máximo, lo hago por tu bien. Últimamente estás muy agotado. Aprovecha para descansar un poco".
Máximo rio con frialdad.
Qué palabras tan nobles las de Luciana.
Levantó la vista, mirándola con indiferencia.
"Precisamente porque soy médico, debo permanecer en mi puesto".
"Apártate. Hoy tengo una operación. No me hagas perder el tiempo".
Luciana perdió la paciencia y lo arrastró hacia la salida.
"Máximo Castillo, no estoy bromeando".
Lo metió a la fuerza en el coche y condujo hacia el piso.
"Luciana, ¿te has vuelto loca?"
Máximo no podía creer que Luciana lo estuviera llevando de vuelta al edificio de apartamentos.
"Tú me echaste, y ahora me pides que vuelva para cuidar de Kieran. ¿Qué soy para ti?"
Luciana se quedó sin palabras. Mientras discutían, un grito ahogado vino del interior del piso.
Luciana arrastró a Máximo para ver qué pasaba.
Kieran estaba sentado en un charco de sangre que teñía su ropa clara.
Extendió una mano temblorosa hacia Luciana.
"Luciana, sálvame..."
Luciana prácticamente se abalanzó sobre él, lo ayudó a levantarse y salió corriendo.
Máximo sintió que algo no cuadraba.
No había oído ningún ruido antes del grito.
Si Kieran se hubiera golpeado, debería haber sonado algo.
Además, el color de la sangre en el suelo parecía... extraño.
Antes de que pudiera pensar más, Luciana se giró y lo agarró de la mano.
"Volvemos al hospital".
Luciana tiraba con fuerza, su expresión era de pánico. Máximo se vio obligado a subir de nuevo al viejo SEAT.
En la habitación del hospital, Kieran yacía pálido en la cama.
"No sé qué ha pasado. Creo que... después de que el doctor Castillo me diera ayer un sobre con polvos, empecé a sentir que me faltaba el aire, mareos, y me golpeé la zona lesionada".
Su cuerpo no tenía nada grave, solo un rasguño.
Máximo lo miró con seriedad. "¿Cuándo te he dado yo un sobre?"
Kieran parpadeó.
"Ah, ¿no? Ayer, después de que te fueras, encontré un sobre en el bolsillo de mi chaqueta. Pensé que me lo habías dado tú. Quería darte las gracias".
Luciana le arrebató el sobre, lo abrió, lo olió y su rostro cambió.
"Es polvo de estramonio".
Recordaba una misión en la que un compañero recibió un disparo en el abdomen. El médico del equipo usó tintura de estramonio como analgésico, y ella vio cómo la dosis debía medirse al miligramo.
Un exceso de 0.1 gramos era suficiente para sumir a un hombre corpulento en un delirio de doce horas.
"¿Tú le diste esto a Kieran?"
"Si te digo que no, ¿me creerás?"
Máximo miró fijamente a los ojos de Luciana. Su mirada ya la había delatado.
"¿No me crees?"
Su expresión era tan tranquila que Luciana tuvo la extraña sensación de que no le estaba preguntando, sino afirmando un hecho.
"No es que no te crea, es que temo que no seas consciente de..."
Esta frase dejó a ambos en silencio.