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No pasaron ni dos días antes de que Iván apareciera en la puerta de mi casa. Su arrogancia era tan palpable que casi podía tocarla.
"Luciana", dijo, apoyándose en el marco de la puerta como si fuera el dueño del lugar. "He estado pensando".
Lo miré sin decir una palabra.
"Sé que estás dolida porque elegí a Sasha", continuó, con un tono condescendiente. "Pero no tienes que ser tan dramática. Te doy mi permiso. Puedes dejar esa tonta idea de la universidad y venir a la fábrica conmigo y con Sasha. No te dejaré sola".
La absurdidad de sus palabras me dejó sin aliento por un segundo. Luego, una risa amarga escapó de mis labios.
"¿Permiso? ¿Iván, de verdad crees que necesito tu permiso para algo?".
"¿Qué quieres decir con eso?".
"Quiero decir que te vaya bien en tu fábrica de coches. Yo me voy a la UNAM", dije, disfrutando de la confusión que se dibujaba en su rostro.
Justo en ese momento, Sasha apareció detrás de él. Su rostro, que en mi vida anterior yo recordaba como dulce, ahora estaba contraído por los celos.
"¿Qué haces aquí, Luciana? ¿Tratando de convencerlo de que te elija a ti?".
Decidí jugar su juego. Puse una expresión de profunda tristeza, como si me hubieran roto el corazón.
"No, Sasha, por supuesto que no", dije con voz temblorosa. "Yo solo... solo quería desearles lo mejor. No quiero ser una molestia".
Miré a Iván con ojos llorosos. "Veo que eres feliz con ella. No me interpondré".
La expresión de Iván se suavizó, su ego inflado por mi supuesta devoción. "Ves, Sasha, ella entiende. Siempre me ha amado".
Sasha no se lo tragó. Me fulminó con la mirada. "Pues si de verdad lo entiendes, lárgate. No queremos verte cerca de nosotros. Él me eligió a mí".
"Lo sé", susurré, dándome la vuelta para ocultar mi sonrisa. "Les deseo toda la felicidad del mundo".
Cerré la puerta, dejándolos afuera. Escuché a Sasha reprender a Iván por haber venido a verme. La música de sus discusiones era dulce para mis oídos.
Unos días antes de mi partida a la Ciudad de México, sucedió lo inevitable. Mi carta de admisión de la UNAM desapareció de mi escritorio.
No necesité ni un segundo para saber quién era el culpable.
Fui directamente a la casa de Iván. Él y Sasha estaban sentados en el porche, tomados de la mano.
"Iván, mi carta de la UNAM ha desaparecido", dije, mirándolo fijamente.
Él sonrió, una sonrisa torcida y maliciosa. "Qué lástima. Supongo que es el destino. Ahora tendrás que venir a la fábrica con nosotros".
Sabía que negaría todo. La confrontación directa era inútil. Así que cambié de táctica.
Dejé caer los hombros, fingiendo una derrota total. "Quizás tienes razón. Es solo que... tenía tantos planes".
Miré a ambos, con una expresión de profunda pena. "Pensaba estudiar mucho, graduarme con honores. En mi vida... en mis sueños, abría un restaurante de lujo, uno muy famoso. Ganaba mucho dinero".
Hice una pausa, asegurándome de tener toda su atención.
"Pensaba que con ese dinero podría ayudarlos. Comprarles una casa bonita, un coche nuevo... para que no tuvieran que pasar toda su vida ensamblando piezas en una fábrica".
Vi un destello de codicia en los ojos de Iván. Recordaba la vida de lujos que habíamos tenido, los coches caros, la ropa de diseñador, todo pagado con el sudor de mi trabajo.
Sasha también parecía interesada. La idea de una vida fácil era tentadora.
Iván se aclaró la garganta, su arrogancia regresando. "Bueno... quizás exageré. Tal vez la carta no está perdida. A lo mejor se cayó detrás de algún mueble. Déjame... déjame buscarla por ti".
"¿De verdad harías eso por mí, Iván?", pregunté, con la voz llena de una falsa gratitud.
"Claro", dijo, hinchando el pecho. "Siempre cuido de la gente que me importa".
Al día siguiente, Iván apareció en mi puerta con la carta en la mano. Estaba arrugada y tenía cinta adhesiva en varios lugares, como si alguien la hubiera roto y luego pegado de nuevo.
"La encontré", dijo, entregándomela. "Estaba detrás de tu librero. No olvides lo que prometiste, ¿eh? Cuando seas rica, nos ayudarás".
"Por supuesto, Iván", dije, tomando la carta. "Nunca lo olvidaría".
Justo cuando estaba cerrando la puerta, Sasha apareció de la nada y se abalanzó sobre mí, tirando de mi cabello.
"¡Zorra! ¡Sabía que estabas tratando de seducirlo otra vez!".
Grité de dolor y sorpresa. Iván la apartó de mí, pero no antes de que me arañara la cara.
"¡Sasha, cálmate!", le gritó Iván. "¡Fue su culpa por tentarme!".
Me toqué la mejilla, sintiendo la sangre. Los miré a los dos, a la pareja perfecta hecha de estupidez y malicia.
"No te preocupes, Iván", dije con una voz fría como el hielo. "No olvidaré esto. Ninguna de las dos cosas".
Cerré la puerta de un portazo. Mi camino a la UNAM estaba despejado. Y ahora, tenía una razón más para no mirar atrás jamás.