Mi voz se quebró. Le expliqué todo a toda prisa, la misión, la mina, la extraña actitud de Elena y Javier, mi convicción de que mi hija corría un peligro mortal. Omití la parte de que estaba reviviendo el día, sabía que sonaría a locura. Me concentré en la amenaza tangible.
-Tranquila, Sofía. Voy para allá ahora mismo -dijo, su voz era un bálsamo de calma y autoridad-. No dejes que esa niña se vaya a ningún lado.
Colgué, sintiendo una pequeña chispa de esperanza. Mateo pondría a Elena y a Javier en su lugar.
Cuando llegó, veinte minutos después, entró en la casa como un vendaval.
-¿Dónde están? -preguntó, su rostro sombrío.
Elena y Javier salieron de la cocina, sorprendidos por su llegada.
-Tío Mateo, qué sorpresa...
-Dejen de fingir -los cortó en seco-. ¿Qué demonios están pensando, dejando que Camila vaya a ese matadero? ¿Han perdido el juicio?
Elena intentó defenderse.
-Es una gran oportunidad para ella, tío. Sofía está exagerando, está muy afectada por lo de su esposo...
-No me trates como si fuera un idiota, Elena -la interrumpió Mateo, su voz era dura como el acero-. Algo no está bien aquí y voy a averiguar qué es.
Sentí que podía respirar por primera vez en horas. La justicia tenía una voz, y era la de mi tío.
Pero entonces, Javier hizo su jugada. Se acercó a Mateo con calma, con una expresión de falsa confidencia.
-Tío, entiendo su preocupación. Nosotros también lo estamos. Pero hay algo que Sofía no le está contando. La razón de toda esta... obsesión.
Javier sacó algo de su bolsillo. Era un papel viejo, doblado y gastado. Lo desdobló sobre la mesa. Mis ojos se abrieron como platos. Era el mapa. El último regalo de mi esposo. Un viejo mapa de la mina de San Lorenzo, con una pequeña "X" marcada en una sección profunda y olvidada. La ubicación de un tesoro, una veta de oro que él había encontrado y que planeaba explotar legalmente antes de que lo secuestraran.
-¿Qué es esto? -preguntó Mateo, frunciendo el ceño.
-Es un mapa del tesoro, tío -dijo Javier con un tono lastimero-. El supuesto tesoro del esposo de Sofía. Ella cree que Camila no va por el trabajo. Cree que va a buscar esto. Está poniendo a la niña en la mira del cártel por una fantasía. Por pura avaricia.
La acusación me golpeó como una bofetada. Era una mentira tan retorcida, tan vil, que me dejó sin palabras.
Mateo miró el mapa, luego me miró a mí. Vi la duda en sus ojos, y luego, la codicia. La misma codicia que debió ver en los ojos de mi esposo cuando le contó a alguien más sobre su hallazgo. El mapa no era una fantasía. Era real. Y su valor era una maldición.
La expresión de Mateo cambió. La rectitud se desvaneció, reemplazada por un cálculo frío. Dejó de verme como una hermana desesperada y comenzó a verme como un obstáculo.
-Sofía... -comenzó, su voz ahora diferente, más suave, más peligrosa-. Quizás Javier tiene razón. Quizás estás tan abrumada que no estás pensando con claridad.
La esperanza se hizo cenizas en mi boca.
Como si esa traición no fuera suficiente, Elena sacó su celular.
-No te preocupes, tío. La tenemos localizada -dijo, con un orgullo enfermizo.
Giró la pantalla para que todos la viéramos. Una aplicación de mapas mostraba un punto rojo moviéndose por una carretera. Camila.
-Le puse un rastreador GPS en su mochila. Así podemos asegurarnos de que esté bien. Sabemos exactamente dónde está en todo momento.
Estaban transmitiendo su ubicación. En tiempo real. A quienquiera que estuviera al otro lado de sus mensajes.
En ese momento, la puerta se abrió de nuevo. Era Luis, el padrino de Camila. Un viejo amigo de la familia, un hombre robusto y de pocas palabras que había prometido a mi esposo cuidar de nosotras. Lo había llamado después de hablar con Mateo, buscando más apoyo.
-¿Qué está pasando aquí? Sofía me llamó, sonaba desesperada.
Luis entró, su presencia llenaba la habitación. Por un segundo, la esperanza regresó. Luis no era como Mateo. Era un hombre de palabra.
Se puso a mi lado, protector.
-Dejen en paz a Sofía. Si ella dice que la niña está en peligro, está en peligro.
Pero Javier y Elena repitieron su actuación. Le mostraron el mapa. Le enseñaron la aplicación del rastreador en el teléfono.
-Padrino, no es lo que parece -dijo Elena, su voz temblaba con falsa emoción-. Sofía está obsesionada con este tesoro. Obligó a Camila a ir. Nosotros solo intentamos protegerla, saber dónde está para que no le pase nada.
Vi la lucha en el rostro de Luis. La confusión. La lealtad a mí contra la lógica perversa que le estaban presentando. Miró el punto rojo en la pantalla, el mapa del tesoro, y luego a mí, con mis ojos desorbitados por el pánico.
Y entonces, supe que también lo había perdido a él.
-Sofía... -dijo, su voz grave y llena de pena-. Hija, tal vez deberías descansar. Estás llevando las cosas demasiado lejos. Monitorearla es lo correcto. Es por su seguridad.
Todos. Todos me habían traicionado. Estaba completamente sola, rodeada de lobos vestidos con la piel de mi familia, mientras veían en una pantalla cómo mi hija avanzaba, kilómetro a kilómetro, hacia la trampa mortal que ellos mismos habían preparado.