Nos mudamos de la lujosa ala principal de la hacienda a su casa, una construcción más pequeña y aislada en los límites de la propiedad. Era sencilla, casi espartana, pero por primera vez en mucho tiempo, me sentí segura.
Los rumores volaban por todo el cártel. La viuda loca que se casó con el perro de ataque. La mujer sin corazón que no respetó el luto. Dejé que hablaran. Su ignorancia era mi escudo.
El Coyote, mi nuevo esposo, era un hombre de pocas palabras. No me hizo preguntas. No me exigió nada. Simplemente existía a mi lado, una presencia sólida y tranquilizadora.
La primera noche, me preparó una cama en la habitación de invitados.
"Duerme aquí," dijo, sin mirarme. "Estarás segura."
No era el matrimonio apasionado que una vez soñé, pero era real. Su respeto era más valioso que todas las promesas vacías de Ricardo.
Los días pasaban en una rutina tranquila. Él se iba temprano a sus "asuntos" y regresaba al anochecer. A veces, lo encontraba en la cocina, preparándome un plato de comida simple pero sabrosa. Comíamos en silencio, pero no era un silencio incómodo. Era un silencio de entendimiento.
Una tarde, mientras leía en el porche, él se acercó y me tendió una taza de café caliente.
"Hace frío," fue todo lo que dijo.
Acepté la taza, nuestros dedos se rozaron por un instante. Sentí una pequeña corriente, una calidez que no tenía nada que ver con el café.
"Gracias," susurré.
Él asintió y se sentó en el otro extremo del porche, limpiando su rifle con una concentración metódica.
Un día, uno de los sirvientes me trajo un mensaje. Era de Estrella. Quería verme. En mi antigua casa.
Sabía que era una trampa, una demostración de poder. Pero tenía que ir. Necesitaba confirmar mis sospechas.
Cuando llegué, la encontré en mi antiguo vestidor, probándose uno de mis vestidos de noche. Se le veía pequeño, demasiado ostentoso para su figura supuestamente "inocente".
"Hermana," dijo con una sonrisa brillante. "Qué bueno que viniste. Quería tu opinión. ¿Crees que este color me favorece?"
"Te ves bien, Estrella," respondí, mi voz neutral.
Ella se pavoneó frente al espejo. "Ricardo dice que me veo como una reina. Está redecorando toda la casa para mí. Dice que esta será la nueva mansión del líder."
Mi corazón no sintió nada. Era como ver una película de mi vida pasada.
Fingí nostalgia. "Recuerdo cuando Ricardo... el otro Ricardo... me compró este vestido. Tenía un gusto exquisito." Miré a Estrella, buscando una reacción.
"Oh, sí. Mi... mi difunto esposo era un hombre maravilloso," dijo ella, pero sus ojos estaban vacíos. No había dolor real allí. Era una línea aprendida, repetida.
Di un paso más. "A veces me pregunto... ¿realmente se parecían tanto? ¿Ricardo y su hermano?"
Estrella se tensó por un segundo. Una sombra de nerviosismo cruzó su rostro antes de que la ocultara con una risa forzada.
"Eran como dos gotas de agua, hermana. A veces ni yo podía distinguirlos."
Mentira. La forma en que te mira, la forma en que te toca... tú siempre lo supiste.
"Es una pena que su marca de nacimiento estuviera en un lugar tan... privado," continué, dejando caer el anzuelo. "Solo tú, su esposa, podrías confirmar su identidad si hubiera alguna duda, ¿verdad?"
El color desapareció del rostro de Estrella. La sonrisa se congeló en sus labios. Sabía que su esposo, el verdadero líder, no tenía ninguna marca de nacimiento. Fue algo que inventé en el momento.
"¿De qué estás hablando, Luna?" siseó, su voz perdiendo su dulzura. "Estás diciendo tonterías. El dolor te ha vuelto loca."
Pero yo había visto lo que necesitaba. La confirmación estaba en su pánico.
Me di la vuelta para irme.
"Ten cuidado, Luna," dijo Estrella a mi espalda, su voz ahora era fría y amenazante. "Estás casada con un perro, pero Ricardo es el dueño del rancho. No lo provoques. No querrás saber de lo que es capaz cuando se enoja."
Sentí un escalofrío, no de miedo, sino de confirmación. La amable y frágil Estrella era tan venenosa como su amante.
Había subestimado su ambición. Un error que no volvería a cometer.