Querido Marido, Nunca Te Perdoné
img img Querido Marido, Nunca Te Perdoné img Capítulo 2
3
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 2

La fiesta continuó, y con cada minuto que pasaba, la presencia de Mateo se sentía más pesada, como una nube de tormenta a punto de estallar, Ricardo, ajeno o quizás disfrutando de la tensión, me mantenía pegada a él, paseándome por el salón.

En un momento, rodeados por un círculo de sus socios de negocios, Ricardo levantó su copa.

"Brindo por mi pequeña ave rota", dijo en voz alta, y todos se rieron, "La encontré con un ala lastimada, incapaz de volar, pero miren ahora, qué hermoso adorno para mi brazo".

La humillación fue pública, directa, sentí las miradas de todos sobre mí, algunos con lástima, otros con burla, mi cara ardía, pero mantuve la sonrisa, la misma sonrisa vacía de siempre.

Busqué instintivamente a Mateo con la mirada.

Estaba al otro lado del salón, apoyado contra una columna, observando la escena, no había ni una pizca de compasión en su rostro.

Al contrario, sus labios se curvaron en una mueca de desprecio, levantó su vaso ligeramente, como si estuviera brindando en silencio por mi humillación.

Esa mirada me confirmó todo, él no sentía remordimiento, sentía placer al verme así, degradada y controlada por otro hombre.

La rabia que sentí fue tan intensa que por un momento temí que se me escapara, pero la ahogué, la tragué como un veneno amargo.

"Anda, mi musa", me ordenó Ricardo de repente, su voz era casual pero firme, como si hablara con un sirviente. "Mi vaso está vacío, tráeme otro whisky".

No era una petición, era una orden, delante de todos sus amigos y delante de Mateo.

Asentí dócilmente.

"Claro, Ricardo".

Me di la vuelta y caminé hacia la barra, sintiendo los ojos de todos en mi espalda, cada paso se sentía pesado, humillante.

Para llegar a la barra, tenía que pasar justo por donde estaba Mateo.

Traté de ignorarlo, de mirar al frente, pero cuando pasé a su lado, habló, su voz era un susurro bajo y venenoso, destinado solo para mí.

"Veo que por fin encontraste tu verdadero talento, Sofía".

Me detuve.

No me volví para mirarlo.

"Servir a los hombres".

El insulto fue tan cruel, tan calculado, que me dejó sin aliento por un segundo.

Quería gritarle, abofetearlo, decirle que estaba haciendo esto por mi familia, por las ruinas que él ayudó a crear.

Pero no lo hice.

En lugar de eso, me giré lentamente y lo miré a los ojos, mi rostro estaba completamente en calma, casi sereno.

No había ira, no había dolor, no había nada.

Era la única defensa que me quedaba: mostrarle que sus palabras ya no podían herirme.

"Al menos yo sirvo a alguien que me valora", respondí con una voz suave y controlada, "aunque sea como un objeto, es más de lo que tú hiciste".

Vi un destello de sorpresa en sus ojos, no esperaba que le respondiera, y mucho menos con esa frialdad.

Me di la vuelta y seguí mi camino hacia la barra, sin mirar atrás.

Dentro de mí, estaba temblando, las lágrimas amenazaban con salir, pero por fuera, era una estatua de hielo.

Había aprendido a ser fuerte de la manera más dura posible, había aprendido que a veces, la mayor muestra de fuerza es no mostrar ninguna emoción en absoluto.

Lo escuché bufar detrás de mí, un sonido de puro desdén.

Cuando volví con la bebida de Ricardo, Mateo ya no estaba allí, se había ido, dejando tras de sí solo el sabor amargo de su odio.

Ricardo tomó el vaso sin siquiera darme las gracias y continuó su conversación.

Yo me quedé a su lado, sonriendo, mientras por dentro, una parte de mí se rompía un poco más.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022