La mejilla me ardió, pero no reaccioné. Solo la miré con ojos fríos.
"¡Tú!", siseó. "¡Tú planeaste esto! ¡Siempre has tenido envidia de tu hermana! ¡Querías sabotearla!"
En mi vida pasada, habría llorado, habría negado las acusaciones, habría suplicado su perdón.
Ahora, solo sentía un profundo y helado desprecio.
Recordé todas las veces que me habían culpado por los errores de Laura.
Recordé cuando Laura rompió el jarrón favorito de mi madre y me culpó a mí. Me castigaron sin cenar durante una semana.
Recordé cuando Laura copió en un examen y, al ser descubierta, dijo que yo la había obligado. Mis padres le creyeron y me prohibieron salir durante un mes.
Siempre fue así. Laura era el sol alrededor del cual giraba su universo. Yo era la sombra, el chivo expiatorio.
"¿Por qué?", pregunté, mi voz era un susurro peligroso. "¿Por qué siempre ella?"
Mi madre se quedó paralizada por mi pregunta. Nunca antes la había desafiado.
"¿Qué estás diciendo?", tartamudeó.
"Siempre la has preferido. Siempre la has protegido. Nunca te ha importado lo que me pasara. Quiero saber por qué".
La pregunta la desarmó. Su ira se convirtió en nerviosismo.
Fue mi padre quien, en su debilidad, reveló el secreto.
"Sofía, hija...", comenzó, con voz suplicante. "Cuando tu madre estaba embarazada de ti, un adivino nos dijo que nuestro primer hijo sería una carga, un fracaso. Pero que el segundo sería una bendición que nos traería riqueza y gloria".
Me quedé helada.
Así que era eso. Una estúpida profecía.
Mi destino se selló antes de que naciera. No importaba lo que hiciera, siempre sería la "carga". Laura, la "bendición".
"Por eso...", susurré, conectando todas las piezas. "Por eso me obligaron a tomar el sistema de 'perdedora' en la otra vida. Para asegurarse de que la profecía se cumpliera".
Mi madre apartó la vista, incapaz de mirarme. Su silencio era una confesión.
La rabia que había sentido en mi vida anterior fue reemplazada por una claridad cortante. No eran solo malos padres. Eran monstruos.
Mientras ellos seguían sumidos en el caos de su propia creación, mi atención se centró en la caja dorada que quedaba sobre la mesa.
Laura, llorando, se aferraba al anillo de hierro en su dedo.
"¡Quítamelo! ¡No quiero este estúpido sistema!", gritaba.
Pero era demasiado tarde. Una vez vinculado, el sistema era para siempre.
Mi madre la ignoró y corrió hacia la caja dorada, como si eso pudiera solucionar algo.
"¡Todavía podemos salvar esto! ¡Laura, toma también este sistema! ¡Quizás puedas tener los dos!"
Pero cuando intentó abrir la caja para dársela a Laura, esta no se movió.
Una voz mecánica llenó la habitación de nuevo.
[Error. El anfitrión ya tiene un sistema vinculado. No se puede realizar una segunda vinculación.]
La desesperación de mi madre era casi palpable.
En medio del drama, caminé tranquilamente hacia la mesa y tomé la caja dorada.
Mi madre me miró con odio.
"¡Suéltala! ¡No te atrevas a tocarla! ¡No te la mereces!"
La ignoré.
Abrí la caja. Dentro, había un collar de oro fino con un pequeño sol como colgante.
[Sistema de Genio detectado. ¿Desea vincularse?]
"Sí", dije con claridad.
El collar brilló con una luz intensa y cálida, y sentí una oleada de energía recorrer mi cuerpo. Se sentía como despertar de un largo sueño. Mi mente se aclaró, los pensamientos fluían con una rapidez y precisión que nunca había experimentado.
[Vinculación exitosa. Bienvenida, anfitriona Sofía.]
[Misión de principiante: obtener una calificación perfecta en el próximo examen de ingreso a la universidad.]
[Recompensa: 100 puntos de inteligencia, habilidad 'Memoria Fotográfica'.]
Mi madre soltó un grito ahogado, como si la hubieran apuñalado.
"¡No! ¡No! ¡Tú no! ¡Tú eres la perdedora!"
Se lanzó hacia mí para arrancarme el collar.
Mi padre, por una vez en su vida, reaccionó y la sujetó.
"¡Elena, basta! ¡Ya está hecho!"
Laura me miraba desde el suelo, con los ojos rojos e hinchados. La envidia y el odio en su mirada eran tan puros que casi podía saborearlos.
"Me lo has robado", siseó. "Era mío. ¡ME LO ROBASTE!"
Se levantó y corrió hacia mí, con las uñas extendidas, tratando de arañarme la cara.
Sin pensarlo, mi cuerpo reaccionó con una velocidad que no sabía que poseía. La esquivé con facilidad, y ella tropezó con sus propios pies, cayendo de bruces al suelo.
Un pequeño pop-up apareció en mi visión, invisible para los demás.
[El Sistema de Perdedora ha activado el efecto 'Torpeza Inoportuna' en la anfitriona Laura.]
Casi me reí.
Esto iba a ser muy divertido.
Mi madre, al ver a su preciosa hija en el suelo, me gritó: "¿Ves lo que has hecho? ¡Pidele perdón ahora mismo!"
Me encogí de hombros.
"Ella se tropezó sola", dije con frialdad.
Laura se levantó, con la cara roja de humillación.
"Pagarás por esto, Sofía", amenazó, con la voz temblando de rabia. "Haré que tu vida sea un infierno".
La miré, y por primera vez, me sentí más alta que ella.
"Inténtalo", le dije. "Ya me has hecho pasar por el infierno una vez. Dudo que puedas sorprenderme".
Me di la vuelta y subí a mi habitación, dejando atrás a mi familia rota.
Cerré la puerta y me apoyé en ella, sintiendo el suave calor del collar contra mi piel.
El juego había cambiado. Y esta vez, yo dictaba las reglas.