Una Historia Miserable de Preferencia
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Capítulo 1

El teléfono sonó, un ruido agudo y fuera de lugar en el silencio de la madrugada, solo roto por el suave golpeteo de la lluvia contra el techo de lámina.

Armando se levantó de la hamaca, el cuerpo adolorido por las largas horas en el mar. El olor a sal y a pescado impregnaba la pequeña casa, un olor que era el sustento de su familia.

Miró el identificador de llamadas. Número desconocido. Un mal presentimiento le recorrió la espalda.

"¿Bueno?"

La voz al otro lado era profesional, sin emoción.

"¿Hablamos con el señor Armando Cruz?"

"Sí, soy yo."

"Le llamamos del Hospital General. Su hijo, Juanito Cruz, ha sufrido un accidente."

El mundo de Armando se detuvo. El sonido de la lluvia, el olor a sal, todo desapareció. Solo existían esas palabras, flotando en el aire como un mal augurio.

"¿Cómo... cómo está él?" preguntó, la voz temblorosa.

Hubo una pausa, una que pareció durar una eternidad.

"Señor, es mejor que venga al hospital."

Armando no necesitó más. Colgó el teléfono, las manos le temblaban tanto que apenas pudo volver a colocarlo en su base. Su primer instinto fue buscar a Sofía, su esposa. Necesitaba compartir esa carga, necesitaba que ella estuviera a su lado.

Marcó su número. Una, dos, tres veces. El tono de llamada sonaba y sonaba, sin respuesta. La desesperación comenzó a arañar su garganta.

"Contesta, Sofía, por favor, contesta."

Finalmente, al cuarto intento, la llamada se conectó. Pero no era la voz preocupada de su esposa lo que escuchó. Era música, música de mariachi a todo volumen, risas y el bullicio de una fiesta.

"¿Bueno? ¿Quién habla?" la voz de Sofía sonaba lejana, irritada por la interrupción.

"Sofía, soy yo, Armando," dijo él, la voz rota. "Es Juanito... tuvo un accidente. Tienes que venir al hospital."

Hubo un silencio del otro lado, solo interrumpido por el sonido de una trompeta.

"¿Un accidente? Ay, Armando, ¿qué tan grave es? Justo ahora no puedo, de verdad."

La incredulidad golpeó a Armando con la fuerza de una ola.

"¿Cómo que no puedes? ¡Es nuestro hijo, Sofía!"

"Lo sé, lo sé," dijo ella, con un tono que intentaba ser tranquilizador pero que solo sonaba a fastidio. "Pero es la fiesta de Ricardo. ¿Sabes lo importante que es esto para él? Es su gran noche, por fin consiguió el contrato con la disquera. No puedo irme así como así y arruinarle el momento."

Ricardo. Su primo. El aspirante a cantante de mariachi por el que Sofía había vaciado sus ahorros, el motivo por el que se habían endeudado hasta el cuello con usureros. El motivo por el que Juanito, su hijo de diecisiete años, un prodigio del fútbol, había tenido que dejar los entrenamientos para tomar un segundo trabajo como repartidor en motocicleta, solo para ayudar a pagar las deudas que su madre había acumulado.

"Sofía," la voz de Armando era apenas un susurro cargado de dolor. "¿Me estás escuchando? Juanito está en el hospital."

"Sí, te escucho. Mira, en cuanto pueda me escapo. Tú ve para allá y me mantienes al tanto, ¿sí? Dale un beso de mi parte."

Y colgó.

Armando se quedó mirando el teléfono, el sonido de la línea muerta resonando en sus oídos. Un beso de mi parte. Las palabras eran veneno.

Sin pensar, salió de la casa y corrió bajo la lluvia, no hacia el hospital, sino hacia el salón de fiestas más caro del pueblo, "El Capricho". Sabía que ella estaría allí.

La música se escuchaba desde la calle. Al asomarse por una de las grandes ventanas, la vio. Sofía, vestida con un traje rojo brillante que él nunca le había visto, reía a carcajadas, con una copa de champán en la mano. Estaba de pie junto a Ricardo, quien, ataviado en un traje de charro blanco y dorado, era el centro de atención. La mesa frente a ellos estaba repleta de botellas caras y platillos que Armando sabía que costaban más de lo que él ganaba en un mes.

Era una traición visual, una bofetada en medio de su angustia. Mientras su hijo yacía en un hospital, su esposa celebraba.

Entró al lugar, empapado, con la ropa de trabajo sucia. La gente lo miró con desdén. Caminó directamente hacia ella, abriéndose paso entre los invitados.

"Sofía."

Ella se giró, y al verlo, su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una mueca de enfado y vergüenza.

"¿Armando? ¿Qué haces aquí? ¿No te dije que me llamaras?" susurró, tratando de no llamar la atención.

"Tenemos que irnos. Ahora," dijo él, ignorando a Ricardo, que los miraba con fastidio.

"No voy a ir a ningún lado," espetó ella en voz baja. "Esta es la noche de Ricardo. No la voy a arruinar por un simple raspón de motocicleta."

"No es un raspón," la voz de Armando se quebró. "El doctor dijo que era grave."

Sofía puso los ojos en blanco.

"Los doctores siempre exageran. Anda, vete a casa, Armando. Estás haciendo una escena."

Se dio la vuelta, dándole la espalda, y levantó su copa para brindar con su primo.

Armando se quedó paralizado. Vio cómo ella volvía a reír, cómo le susurraba algo al oído a Ricardo, cómo su mundo seguía girando como si nada, como si él y Juanito no existieran.

En ese instante, algo dentro de Armando se rompió para siempre. No era solo el dolor por su hijo, era el frío y cortante entendimiento de que la mujer que estaba a su lado ya no era su esposa, quizás nunca lo había sido de verdad.

Se dio la vuelta y caminó hacia la salida, sin mirar atrás. El sonido de la fiesta, de la risa de su esposa, lo siguió hasta la calle, donde se mezcló con el llanto silencioso de la lluvia. Ya no había esperanza, solo una certeza helada. Estaba solo en esto.

            
            

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