La Venganza de La Ceo Nueva
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Capítulo 4

La reunión familiar fue convocada en el gran salón. Estaban los padres de Ricardo, dos figuras de hielo que siempre me habían mirado con condescendencia, y su tía Isabel, la única persona en esa familia cuya mirada no me hacía sentir como una intrusa. Ricardo se puso de pie, carraspeó y tomó la palabra.

"Como saben, nuestra familia ha pasado por momentos difíciles", comenzó, con un tono solemne y falso. "Pero también es un momento de nuevos comienzos. Tengo un hijo, Marcos, y es hora de que ocupe el lugar que le corresponde. Hemos decidido celebrar una ceremonia formal para darle la bienvenida a la familia. Y por supuesto, Sofía, como mi esposa y la señora de esta casa, presidirá el evento con nosotros".

Todas las miradas se volvieron hacia mí. Esperaban lágrimas, protestas, un arrebato de histeria. Les di una sorpresa.

Levanté la barbilla y forcé una sonrisa frágil. "Claro, Ricardo. Es tu hijo. Es lo correcto. Haré todo lo posible para que sea un día especial para él".

El alivio en el rostro de Ricardo fue casi cómico. Sus padres intercambiaron una mirada de aprobación. Solo la tía Isabel me miró con una profunda tristeza, como si pudiera ver a través de mi máscara.

Los días siguientes fueron una tortura. Camila y Marcos se instalaron en la habitación de invitados de la planta baja, una suite casi tan grande como la nuestra. Camila no perdió el tiempo. Empezó a dar órdenes a los empleados, a cambiar la disposición de los muebles del salón, a opinar sobre los menús con el chef. Actuaba no como una invitada, sino como la nueva dueña y señora. Yo, desde mi silla de ruedas, me vi obligada a observar su toma de poder, sonriendo y asintiendo, mientras por dentro planeaba cada detalle de mi venganza.

Una tarde, me encontró sola en el jardín, contemplando el estanque de los peces koi. Se acercó y se detuvo a mi lado, su perfume caro invadiendo mi espacio.

"Qué triste, ¿no?", dijo con una voz falsamente compasiva. "Tú, atrapada en esa silla, mientras la vida sigue. Pronto, todo esto será de mi hijo. Y tú no serás más que un recuerdo doloroso, una nota a pie de página en la historia de esta familia".

La insolencia de sus palabras fue la chispa que encendió la pólvora. El control que había mantenido con tanto esfuerzo se rompió. En un movimiento rápido e impulsivo, impulsé mi silla hacia adelante con toda la fuerza de mis brazos y le di una bofetada con la mano abierta. El sonido resonó en el silencio del jardín.

Camila se llevó una mano a la mejilla, sus ojos se abrieron con sorpresa y luego se llenaron de lágrimas de cocodrilo. Empezó a sollozar ruidosamente.

"¡Pero qué te he hecho para que me trates así!"

En ese preciso instante, como si estuvieran esperando la señal, los padres de Ricardo aparecieron en la terraza.

"¡Sofía!", gritó su suegra, corriendo hacia Camila. "¿Cómo te atreves a ponerle una mano encima? ¡Ella es la madre del heredero de esta familia! ¡Has perdido la razón!"

Su suegro me miraba con puro desprecio. "Ya es suficiente de tus berrinches. Si no puedes comportarte con civilidad, te encerraremos en tu habitación".

Ricardo llegó corriendo, atraído por los gritos. Vio a Camila llorando, a sus padres defendiéndola, y a mí, sentada en mi silla con una expresión de furia desafiante. No dudó ni un segundo.

"¡Basta, Sofía!", me espetó, su voz dura como el acero. "¡Deja de hacer escenas! Camila es parte de esta familia ahora, te guste o no. Pídele una disculpa".

"Jamás", respondí, mi voz temblando de rabia.

Envalentonada por el apoyo de todos, Camila dio un paso hacia mí. "No te preocupes, Ricardo. Está frustrada. Es comprensible". Y al decir eso, tropezó "accidentalmente" con la rueda de mi silla, empujándola con fuerza.

Fue el momento perfecto. En lugar de intentar estabilizarme, me dejé llevar por el impulso. Mi cuerpo se deslizó fuera de la silla y caí pesadamente sobre el suelo de piedra del patio. Dejé escapar un grito de dolor, esta vez completamente real, y me agarré la espalda.

"¡Mi espalda! ¡Ahhh, no puedo moverme!", gemí, retorciéndome en el suelo.

El caos se apoderó de todos. Ricardo palideció, sus padres gritaban órdenes. Ahora la víctima ya no era Camila. Era yo, la pobre inválida, agredida y caída. Mi plan había funcionado, pero el dolor en mi espalda era una advertencia real de los riesgos que estaba corriendo.

Esa noche, la noche antes de la gran ceremonia de bienvenida para Marcos, supe que era el momento. Me encerré en mi habitación. Con una calma que me sorprendió a mí misma, abrí el cajón de la mesita de noche. Saqué mi anillo de bodas, el símbolo de todas las mentiras, y lo dejé sobre la madera pulida. Luego, tomé un pequeño teléfono de prepago que había conseguido a través de una de las enfermeras que me compadecía y marqué un número.

"¿Lista?", preguntó una voz al otro lado.

"Lista", respondí. "Estoy en camino".

Al día siguiente, la casa estaba llena de invitados importantes. La música sonaba, el champán corría. Ricardo, vestido con su mejor traje, lucía radiante junto a Camila y un Marcos incómodo con su ropa de fiesta. Llegó el momento culminante. Ricardo subió a un pequeño estrado para dar su discurso y presentar oficialmente a su hijo.

"Y ahora, me gustaría que mi querida esposa, Sofía, se uniera a nosotros...", dijo, mirando hacia la entrada del salón.

Pero la entrada permaneció vacía. Un murmullo recorrió la multitud. Ricardo frunció el ceño y envió a una criada a buscarme. La criada regresó minutos después, con el rostro pálido.

"Señor... la señora no está en su habitación".

"¿Cómo que no está?", espetó Ricardo. "¿La buscaron en el baño? ¿En el vestidor?"

"Señor, la habitación está vacía. Su silla de ruedas está allí, pero ella... ella no está. Solo ha dejado esto".

La criada le tendió mi anillo de bodas.

El color desapareció del rostro de Ricardo. La música se detuvo. El silencio cayó sobre el salón. La muñeca rota se había escapado de su caja. El juego acababa de cambiar de reglas.

                         

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