La Novena Novia Suertuda
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Capítulo 1

La casa de los Vargas se alzaba en la colina, como un buitre de piedra mirando al resto del pueblo. Todos sabían de ella, pero nadie hablaba en voz alta. Solo susurros, chismes que corrían en el mercado como agua sucia, historias que las madres usaban para asustar a sus hijos por la noche. Decían que la familia era inmensamente rica, dueña de media región, pero que cargaba con una maldición. El corazón de esa maldición era el hijo único, un joven del que nadie recordaba el rostro.

Se decía que una extraña enfermedad lo tenía postrado, un mal que lo consumía lentamente y que ningún doctor había podido curar. La casona, con sus muros altos y sus jardines impecables, era una tumba silenciosa para él.

Para combatir esta desgracia, el Señor Vargas, un hombre del que solo se conocía el nombre y la fama de excéntrico, había iniciado un ritual macabro. Cada año, durante los últimos ocho años, buscaba una "novia de la suerte". La oferta era simple y tentadora: una muchacha joven y sana se casaría con el hijo enfermo y, a cambio, su familia recibiría una fortuna que cambiaría sus vidas para siempre. Ocho chicas habían aceptado. Ocho familias habían salido de la miseria.

Pero el ritual tenía un lado oscuro que helaba la sangre. Ocho novias habían entrado a esa casa, vestidas de blanco, con la esperanza pintada en el rostro. Ninguna había vuelto a salir. Después de la boda, simplemente desaparecían. Al principio, se decía que se iban a vivir una vida de lujos en el extranjero, lejos de las miradas curiosas. Pero los rumores se volvieron más siniestros. Algunos decían que la enfermedad del hijo era contagiosa y las mataba. Otros, los más viejos del pueblo, murmuraban que el hijo no estaba enfermo, sino poseído, y que devoraba el alma de sus esposas para poder seguir viviendo un año más. El destino final de las novias era un misterio que alimentaba las pesadillas de todos.

La policía había intentado investigar un par de veces, al principio. Pero el poder de los Vargas era inmenso. Los oficiales salían de la casona con la mirada perdida y los casos se cerraban por "falta de pruebas". Las familias de las chicas, ahora ricas, guardaban un silencio de tumba. El miedo se esparció por el pueblo como una plaga. Las madres comenzaron a encerrar a sus hijas cuando se acercaba el aniversario de la búsqueda. La casa Vargas se convirtió en un tabú, un recordatorio constante de que el dinero y el poder podían comprarlo todo, incluso el silencio ante la muerte.

Y yo, Elena, estaba a punto de convertirme en la novena. No por valentía, ni por estupidez. Lo hacía por desesperación. Mi abuela, la mujer que me había criado, se ahogaba un poco más cada noche. Su corazón fallaba y la cirugía que necesitaba costaba más dinero del que yo vería en diez vidas de trabajo. Mi hermano menor, Miguel, tenía el cerebro más brillante del pueblo. Sus calificaciones eran perfectas, su sueño de ir a la universidad era la única luz en nuestra casa. Pero esa luz se estaba apagando. Apenas teníamos para frijoles y tortillas. Ver su diploma de preparatoria guardado en un cajón, acumulando polvo, me rompía el alma. La tos de mi abuela en la noche, el hambre en la mirada de Miguel en la mañana. Esa era mi realidad. Y la única salida que veía estaba en la cima de esa colina, detrás de esos muros de piedra. Me presentaría como la novena novia de la suerte, aunque el miedo me carcomiera por dentro.

            
            

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