La Muerte Es Mi Única Respuesta
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Capítulo 1

El aire en el palacio frío era helado, se metía hasta los huesos, pero a Luna Pérez ya no le importaba.

Se subió al pequeño banco de madera, sus movimientos eran torpes pero decididos. La soga áspera ya colgaba de la viga principal, un nudo feo y torcido que ella misma había hecho.

Se la puso alrededor del cuello.

Era hora de irse a casa.

Habían pasado veintiún años en este mundo de simulación. Veintiún largos años intentando completar una misión que parecía imposible: conquistar el corazón de cuatro hombres influyentes, los "objetivos" del juego.

Pero había fallado.

Los cuatro hombres no solo no la amaban, sino que la odiaban profundamente, la despreciaban hasta la médula.

Todo por culpa de Sofía Vargas, la supuesta "heroína" de esta simulación, la mujer a la que todos adoraban y protegían.

Luna había soportado humillaciones, desprecios y un dolor que ninguna persona debería experimentar, todo con la esperanza de que al final del juego, podría volver a su realidad, con su enfermedad terminal curada como le habían prometido.

Pero la simulación había fallado. O más bien, ella había fallado.

Así que solo quedaba una salida.

En el juego, el suicidio era el botón de "salir". Era la única forma de escapar de este infierno y volver con sus padres, a su verdadero hogar en México.

Cerró los ojos, respiró hondo el aire viciado del palacio abandonado y pateó el banco con todas sus fuerzas.

El banco cayó al suelo con un ruido sordo.

La soga se tensó de golpe, cortándole el aire. Una presión insoportable le subió a la cabeza, sus pulmones ardían pidiendo oxígeno. Sentía cómo la vida se le escapaba, cómo su conciencia se desvanecía en una oscuridad cálida y bienvenida.

Casi lo lograba.

Casi estaba en casa.

En ese último instante, mientras los rostros de sus padres aparecían en su mente, escuchó un grito.

"¡LUNA!"

Era una voz familiar, una voz que no había escuchado en años, llena de una furia y desesperación que no entendía.

De repente, un chorro de agua helada la golpeó en la cara, arrancándola de la neblina de la muerte. Tosió violentamente, el aire volvía a sus pulmones con un dolor agudo. La soga ya no la apretaba. Alguien la había cortado.

Abrió los ojos.

Un hombre la sostenía, su rostro estaba a centímetros del suyo. Era un rostro atractivo, pero en ese momento estaba desfigurado por la ira. Sus ojos oscuros la miraban con una mezcla de furia y algo más, algo que no pudo descifrar.

El Dr. Santiago Morales.

Uno de sus cuatro objetivos. El renombrado neurocientífico y gurú de la autoayuda que la había despreciado públicamente en innumerables ocasiones.

Llevaba un rosario de sándalo en la muñeca, el cual giraba nerviosamente con sus dedos.

"¿Qué crees que estás haciendo?", gruñó, su voz era un susurro peligroso.

Luna lo miró, todavía desorientada, el dolor en su cuello era un recordatorio punzante de su fracaso.

"Dr. Morales...", susurró, su voz era un graznido ronco.

Él frunció el ceño con profundo asco, como si pronunciar su nombre fuera una ofensa.

"No te atrevas a decir mi nombre", siseó, soltándola bruscamente. Luna cayó al suelo, débil y temblorosa. "No mereces ni siquiera morir de una forma tan limpia. Deberías pudrirte lentamente en este palacio, que es donde perteneces".

Sus palabras eran crueles, diseñadas para herir, pero Luna ya no sentía nada. Solo una inmensa y vacía decepción.

Había fallado de nuevo.

Todavía estaba atrapada.

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