Al principio, él se había mostrado arisco y desconfiado, pero Luna, con su paciencia y sus conocimientos de medicina, lo había cuidado hasta que se recuperó. Poco a poco, él había bajado la guardia, confiándole sus sueños y sus frustraciones. Se convirtieron en confidentes, en amigos. Ella lo había apoyado, lo había animado a seguir sus investigaciones, convencida de su genio.
Pero todo cambió el día que Sofía Vargas apareció en sus vidas.
Sofía, con su belleza frágil y su sonrisa encantadora, había tejido una red de mentiras alrededor de Santiago. Le hizo creer que Luna era una mujer manipuladora y ambiciosa que solo lo estaba usando para su propio beneficio.
Una carta falsificada, supuestamente escrita por Luna, fue la gota que derramó el vaso. En ella, Luna "confesaba" un plan para robar las investigaciones de Santiago y venderlas al mejor postor.
Santiago, cegado por la aparente inocencia de Sofía, le creyó sin dudar.
La confrontó públicamente, la llamó ladrona, traidora. La humilló frente a toda la corte y la desterró al palacio frío, un lugar olvidado donde se enviaba a las mujeres caídas en desgracia.
Desde ese día, Luna no solo perdió a su amigo, sino que fue despojada de todo. Su familia, influenciada por los rumores, también le dio la espalda.
Había pasado los últimos cuatro años en ese lugar miserable, lavando ropa ajena hasta que sus manos sangraban, soportando las burlas y los abusos de las otras reclusas, sobreviviendo a base de sobras.
El recuerdo de esa traición todavía dolía, pero ahora, el dolor se mezclaba con una resolución fría.
Se puso de pie, mirando a Santiago con los ojos vacíos.
"¿Crees que esto es una actuación?", le preguntó, su voz recuperando un poco de fuerza. "¿Crees que quiero llamar tu atención?"
Santiago soltó una risa amarga y burlona.
"¿Y qué más podría ser? Siempre has sido una experta en el drama, Luna. Pero este truco es patético, incluso para ti".
Luna negó con la cabeza lentamente.
"No estoy actuando. Solo quiero irme a casa".
"¿A casa?", repitió él con desdén. "¿Qué casa? No tienes a nadie. Tu familia te repudió. Estás sola".
"Tú no sabes nada", replicó ella. "Pero dime, Santiago, ¿qué haces tú aquí? Este lugar está prohibido. ¿No deberías estar con tu amada Sofía, consolándola por algún nuevo drama inventado?"
La mención de Sofía hizo que el rostro de Santiago se tensara.
"Vine a asegurarme de que no causaras más problemas", dijo fríamente. "Sofía está muy preocupada por ti, a pesar de todo lo que le has hecho. Tiene un corazón demasiado bueno".
Luna casi se ríe. El corazón bueno de Sofía. Qué ironía.
"No te preocupes por mí", dijo Luna, caminando hacia la salida del palacio. "Ya no seré una molestia".
Santiago la miró con desconfianza.
"¿A dónde vas?"
"Lejos de aquí", respondió ella sin mirarlo. "Fuera de tu vista. Para siempre".
Él la siguió, manteniéndose a una distancia prudente.
"Más te vale. Si te veo cerca de Sofía o de cualquiera de nosotros de nuevo, me aseguraré de que tu vida sea un infierno aún peor".
"No lo dudes", murmuró Luna para sí misma.
Salió del palacio y caminó sin rumbo por los jardines desolados. El aire de la noche era frío, pero la calmaba. Vio un estanque ornamental a lo lejos, el agua oscura y quieta reflejaba la luna.
Una nueva oportunidad.
Sin dudarlo, corrió hacia el estanque.
"¡Luna, detente!", gritó Santiago detrás de ella, su voz ahora teñida de alarma.
Pero ella no lo escuchó. Llegó a la orilla y, sin pensarlo dos veces, se lanzó al agua helada.
El frío la golpeó como un latigazo, pero no le importó. Se dejó hundir, llenando sus pulmones de agua, sintiendo la misma oscuridad bienvenida que había sentido con la soga.
Mamá, papá... ya voy a casa, pensó, una pequeña sonrisa formándose en sus labios mientras se hundía más y más.
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