La Muerte Es Mi Única Respuesta
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Capítulo 3

El agua era un abrazo helado y oscuro.

Mientras se hundía, Luna pensó en su hogar. En el olor a tortillas recién hechas de su mamá, en la risa escandalosa de su papá contándole un chiste malo. Pensó en el sol de México, tan diferente al sol pálido de este mundo falso.

Pensó en el pastel de tres leches que su mamá le hacía para su cumpleaños. Aquí no existía nada parecido. Aquí todo era amargo.

La paz la estaba envolviendo, una sensación de alivio y regreso. Pero fue efímera.

Unas manos fuertes la agarraron bruscamente por el brazo y la arrastraron hacia la superficie. El aire frío volvió a quemar sus pulmones mientras tosía y escupía agua.

Santiago Morales la había sacado. Otra vez.

Estaba de pie en la orilla, empapado y temblando, no de frío, sino de una furia monumental.

"¡¿OTRA VEZ?!", rugió, su rostro estaba rojo de ira. "¿Estás completamente loca? ¿Qué diablos te pasa?"

La arrojó sobre la hierba mojada como si fuera un saco de patatas. Luna yacía allí, temblando, el cuerpo adolorido, pero su mente estaba extrañamente tranquila.

Lo miró desde el suelo, el agua goteando de su cabello y su ropa.

"Si de verdad te molesta tanto", dijo con una calma que lo descolocó por completo, "entonces déjame morir de una vez. ¿Por qué sigues interviniendo?"

Su pregunta lo dejó sin palabras por un segundo. La miró fijamente, y por un instante, Luna vio algo en sus ojos. Un destello de la persona que solía ser, una vulnerabilidad que no había visto en años. Las comisuras de sus ojos estaban enrojecidas, casi como si hubiera estado a punto de llorar.

Le recordó a la vez que él le confesó, con la voz quebrada, que temía que sus investigaciones nunca fueran reconocidas, que moriría siendo un don nadie. En ese entonces, ella lo había consolado.

Pero ahora, esa vulnerabilidad desapareció tan rápido como había llegado, reemplazada por su máscara de fría arrogancia.

"No creas que esto es por ti", espetó, aunque su voz carecía de la convicción de antes. "Si mueres aquí, bajo mi vigilancia, Sofía se culpará a sí misma. No permitiré que tu locura la lastime".

Siempre Sofía. Todo era por Sofía.

Luna se levantó lentamente, sus piernas temblaban por el esfuerzo. Se dio cuenta de que mientras Santiago estuviera cerca, no podría lograr su objetivo. Él no la dejaría morir.

Recogió el pequeño bulto con sus escasas pertenencias que había dejado en la entrada del palacio.

"Está bien", dijo, su voz monótona. "Entendido. No moriré aquí".

Santiago la miró con sospecha.

"¿Qué planeas ahora?"

"Irme. A otro lugar", respondió ella, empezando a caminar.

"No tan rápido", dijo él, agarrándola firmemente del brazo. Su agarre era como un grillete de hierro. "No voy a dejarte sola para que sigas con tus estupideces. Voy a llevarte a un lugar donde puedan controlarte".

"¿Ah, sí? ¿Y a dónde sería eso?", preguntó Luna, sin molestarse en luchar.

"A la casa de tu hermano. Ricardo sabrá qué hacer contigo", declaró él. "Él es tu familia, después de todo. Es su responsabilidad".

Al escuchar el nombre de su hermano, un escalofrío recorrió la espalda de Luna. Ricardo "El Halcón" Ramírez, el famoso boxeador y empresario. Otro de sus objetivos de conquista.

Y el hombre que, después de Santiago, más la odiaba en este mundo.

El que más deseaba verla muerta.

Una extraña sonrisa se dibujó en el rostro de Luna, una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Quizás esto era una oportunidad.

Si había alguien que no dudaría en ayudarla a "irse a casa", ese era su querido hermano.

"Perfecto", dijo Luna, su voz sonaba casi alegre. "Vamos a ver a mi hermano".

Santiago la miró, perplejo por su repentino cambio de humor, pero no la soltó. Juntos, caminaron hacia la noche, uno arrastrando al otro hacia un nuevo capítulo de dolor.

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