Y todo era gracias a Mateo, mi esposo, y a su prima, Camila Solís.
Mateo había sido mi roca. Su rostro, normalmente lleno de confianza y planes de negocios, se había contraído por la preocupación. Me repetía una y otra vez lo cerca que estuvimos de perderlo todo. Y Camila... ella había sido el ángel guardián. Cuando sufrí el supuesto aborto espontáneo, fue ella, la famosa chef experta en nutrición, quien estabilizó la situación, quien guio a los médicos, quien diseñó mi plan de recuperación. Me sentía en deuda, una deuda inmensa que no sabía cómo empezar a pagar.
La noche era profunda. Mateo se había ido a casa a descansar un poco, y yo no podía dormir. La sed me resecaba la garganta, así que me levanté con cuidado, apoyándome en el portasueros, y caminé lentamente hacia la puerta de la habitación. Pensé en pedirle un poco de agua a una enfermera. Justo cuando mi mano tocó el pomo, escuché voces al final del pasillo, cerca de la sala de espera privada que Mateo había reservado. Eran ellos. Eran Mateo y Camila.
Me detuve, sin querer interrumpir. Pero algo en el tono de Camila, un filo agudo y triunfante, me hizo quedarme quieta.
"Todo salió perfecto, Mateo. Mejor de lo que imaginé."
La voz de Mateo sonó, más baja, más íntima de lo que nunca la había escuchado.
"Te lo dije, mi amor. Nadie sospecharía nada. El personal del hospital está comprado, cada uno de ellos. Para todo el mundo, Sofía tuvo una complicación grave y tú fuiste la heroína que la salvó."
Sentí que el suelo se movía bajo mis pies. ¿Mi amor? ¿Comprado? El vaso de agua imaginario se hizo polvo en mi mente.
"Y el bebé..." , continuó Camila, con una risa contenida. "Mi bebé está sano y salvo. Ahora solo falta que la estúpida de tu esposa lo críe como si fuera suyo mientras yo me dedico a lanzar mi carrera. La chef que salvó a la esposa y al hijo de Mateo Vargas. Suena increíble."
El aire se escapó de mis pulmones. Un zumbido ensordecedor llenó mis oídos. Retrocedí un paso, chocando contra la pared. Mi bebé. Ella dijo 'mi bebé' .
"Sofía es la herramienta perfecta," dijo Mateo, su voz desprovista de toda la calidez que me mostraba. "Es ingenua, confía en mí ciegamente. Cree que nuestro matrimonio es real, que este hijo es la culminación de nuestro amor. No tiene idea de que me casé con ella solo para tener un vientre seguro para nuestro hijo, para darte a ti, Camila, el heredero que querías sin arruinar tu figura ni tu carrera."
Cada palabra era un golpe físico. El matrimonio, el embarazo, el amor que yo creía tan puro y real... todo era una farsa. Una elaborada y cruel puesta en escena para beneficio de Camila. La chef caída en desgracia por plagiar recetas, ahora resurgía como una santa. Y yo... yo era el escenario, el telón de fondo.
"¿Y qué hay de su madre?" , preguntó Camila, con un tono casual que me heló la sangre.
"Arreglado," respondió Mateo con frialdad. "Nadie volverá a conectar tu negligencia en esa cocina con su muerte. Te saqué del país entonces, y ahora he borrado todos los rastros. Eres Camila Solís, la prodigio culinaria, no la asistente descuidada que provocó una explosión."
La muerte de mi madre. El accidente de cocina que me había dejado huérfana, que había destrozado a mi familia. ¿Camila? ¿Ella estuvo allí? ¿Ella fue la causa? Y Mateo... Mateo lo sabía. Lo encubrió.
Mi mundo no se rompió. Se desintegró. Se convirtió en cenizas y humo. La mujer que yo era hace cinco minutos ya no existía. En su lugar, quedó un vacío lleno de una furia fría y cortante.
Escuché sus pasos alejarse. Me deslicé por la pared hasta sentarme en el suelo frío del pasillo, temblando incontrolablemente. No por miedo, sino por una rabia tan profunda que me quemaba por dentro. Miré mis manos, las manos de una chef, las manos de una madre. Manos que habían sido utilizadas, engañadas.
Con un esfuerzo que me pareció sobrehumano, me levanté. Volví a mi habitación, cerré la puerta sin hacer ruido. Mi mente, antes nublada por el dolor y los sedantes, ahora estaba clara como el cristal. No iba a llorar. No iba a derrumbarme. Tomé mi teléfono de la mesita de noche. Mis dedos se movían con una precisión mecánica. Busqué el contacto de mi hermano, Ricardo.
Tecleé un mensaje corto, directo.
"Ricardo, necesito tu ayuda. Descubrí algo terrible. No le digas a nadie. Ven al hospital mañana. Finge que es una visita normal. Necesito que saques algo de mi casa. Y necesito un abogado. El mejor."
Envié el mensaje y borré cualquier rastro de él. Me acosté en la cama y cerré los ojos, pero no para dormir. Estaba planeando. Iba a desmantelar su red de mentiras. Iba a exponer cada uno de sus crímenes. Iba a recuperar mi vida, mi dignidad y a hacer justicia por mi madre. El juego de Mateo Vargas acababa de terminar. Y el mío estaba a punto de empezar.