El Precio de Tu Indiferencia
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Capítulo 1

El olor a antiséptico y el pitido monótono de una máquina llenaban mis sentidos, arrastrándome de vuelta a una realidad dolorosa, el dolor agudo en mi abdomen era un recordatorio constante, un eco de la violencia del impacto y del vacío que ahora sentía dentro de mí.

Abrí los ojos lentamente, la luz blanca del hospital me cegó por un instante, a mi lado, un doctor con cara de cansancio revisaba unos papeles, sus palabras flotaban hacia mí, fragmentadas y sin sentido.

"Golpe fuerte... contusiones múltiples... reposo absoluto..."

Pero una frase se abrió paso a través de la niebla de mi mente, clara y brutal.

"Lamentablemente, hubo una pérdida espontánea del embarazo."

Cada palabra era un golpe, sentí que el aire me faltaba, que el mundo se detenía, pero el pitido de la máquina seguía, indiferente, mi mano fue instintivamente a mi vientre, ahora dolorosamente vacío.

Miré al otro lado de la habitación, allí estaba Ricardo, mi prometido, el exitoso empresario, el hombre con el que iba a construir una vida, no estaba mirándome, estaba de espaldas, pegado a su celular, su voz era un susurro tenso y molesto.

"Sí, ya sé que es un desastre, Isabella, encárgate tú, no puedo ahora."

Colgó y se volteó, su rostro no mostraba preocupación, sino fastidio, como si mi tragedia fuera solo un inconveniente en su agenda.

"Sofía, despertaste," dijo, acercándose a la cama. "Los doctores dicen que estás estable, solo necesitas descansar, qué susto nos metiste."

No preguntó cómo me sentía, no mencionó a nuestro bebé perdido, su indiferencia era más fría que el metal de la barandilla de la cama.

El viaje de vuelta a nuestro lujoso departamento fue silencioso, yo miraba por la ventana, viendo las luces de la ciudad pasar como manchas borrosas, cada semáforo en rojo era una tortura, Ricardo tamborileaba los dedos en el volante, impaciente.

Me ayudó a llegar a nuestra habitación, un gesto mecánico y sin calidez, me recostó en la cama y me cubrió con la sábana.

"Descansa, tengo que volver a la oficina, hay un problema urgente que solo yo puedo resolver," dijo, ya sacando su saco del clóset.

Cuando se fue, me quedé mirando el techo, la habitación, que antes me parecía un santuario de nuestro amor, ahora se sentía como una jaula dorada y fría, mis ojos vagaron por el desorden de Ricardo, su ropa en una silla, sus zapatos tirados, y entonces, algo brilló en la alfombra junto a su lado de la cama.

Con un esfuerzo que me costó un gemido de dolor, me incliné y lo recogí, era un arete, un delicado pendiente de perla y oro, inconfundible, no era mío.

Se lo había visto puesto a Isabella, su joven y ambiciosa asistente, el día anterior en la oficina, lo llevaba con un vestido rojo ajustado, sonriendo a Ricardo de una manera que en su momento me pareció demasiado familiar.

Sostuve el arete en la palma de mi mano, sentí una oleada de náuseas, la verdad me golpeó con la misma fuerza que el coche en el accidente, la traición, el engaño, todo encajaba ahora, su indiferencia, sus viajes de negocios repentinos, las horas extra en la oficina, la forma en que el nombre de Isabella salía de sus labios con demasiada frecuencia.

El dolor de mi cuerpo y el dolor de mi pérdida se mezclaron con una nueva sensación: una ira fría y clara, se acabó, la mujer sumisa y devota que esperaba pacientemente a que su prometido le diera las migajas de su atención, murió en esa cama de hospital.

Con un movimiento lento y deliberado, me senté, ignorando el dolor punzante, abrí mi laptop sobre mis piernas, la pantalla iluminó mi rostro pálido, abrí mi correo y, sin dudarlo, escribí un correo a Recursos Humanos de la empresa de Ricardo.

"Asunto: Renuncia inmediata."

No di explicaciones, no di las gracias, solo mi nombre y la fecha de efectividad, inmediata.

Ricardo regresó tarde en la noche, entró a la habitación sin hacer ruido, o al menos eso intentó.

"¿Sigues despierta? ¿Qué haces con la computadora? El doctor dijo reposo," su tono era de reproche, no de preocupación.

No le contesté, ni siquiera lo miré.

Él suspiró, frustrado por mi silencio, y comenzó a hablar de su día, de un contrato que casi se pierde, de cómo Isabella, "esa chica es una maravilla", había salvado la situación.

Escuchaba su voz como si viniera de muy lejos, cada palabra una confirmación de mi decisión.

A la mañana siguiente, no me levanté a prepararle el café como siempre, no le planché la camisa ni le preparé el desayuno, me quedé en la cama, inmóvil, escuchando sus movimientos impacientes en la casa.

"¡Sofía! ¿Y mi café? ¡Se me hace tarde para la chamba!" gritó desde la cocina.

Fue la primera vez en días que notó una alteración en la rutina, pero solo porque le afectaba a él.

Entró a la habitación, ya vestido, con el ceño fruncido.

"¿Qué te pasa? ¿Sigues mal?" preguntó, mirando los papeles del hospital que estaban en la mesita de noche. "Aquí dice que solo son unos moretones y que necesitas reposo, no es para tanto, mujer."

Su falta de sensibilidad era asombrosa, ni una sola mención a la palabra "bebé" o "pérdida", para él, era solo un problema físico menor, un inconveniente.

Mientras él se duchaba, su celular, olvidado en la mesita, vibró, la pantalla se iluminó con una notificación de Instagram, no pude evitar mirar.

Era una foto de Isabella, sonriendo seductoramente a la cámara, y debajo, un comentario público de la cuenta de Ricardo.

"Lamento mucho lo de ayer, mi reina, te juro que te lo compensaré."

Sentí que la sangre se me helaba, no era solo una infidelidad, era una humillación pública, una declaración de que yo no importaba, que su relación con ella era más importante que mi dolor, que la vida que perdimos.

En ese momento, cualquier rastro de duda que pudiera quedar en mi corazón se evaporó, se convirtió en cenizas, abrí mi laptop de nuevo, busqué en mis correos un mensaje que había ignorado semanas atrás.

Era una oferta de trabajo de una casa de modas de la competencia, una que siempre había admirado, me ofrecían un puesto de diseñadora principal, una oportunidad que había dejado pasar por lealtad a Ricardo.

Sin pensarlo dos veces, respondí.

"Acepto la oferta, gracias por la oportunidad, puedo empezar en dos semanas."

Presioné "Enviar", el sonido del clic fue el sonido más liberador que había escuchado en mi vida, era el sonido del primer paso hacia mi nueva vida, una vida sin él.

            
            

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